Flexiseguridad: seguridad laboral y modernización de la protección social

AutorJavier Ramos Díaz
CargoInvestigador del e-Democracy Center. Universidad de Zurich. Policy Adviser en el Global Progressive Forum, PSE, Parlamento Europeo, Bruselas
Páginas77-89

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La Flexiguridad, como casi todo en la actualidad, no se puede entender sin tener en cuenta los elementos definitorios de la realidad económica mundial. Sólo desde esta perspectiva global podemos entender las potencialidades y los límites de este concepto, especialmente en su aplicación para Europa y España.

Uno de los retos que el nuevo escenario global está generando es la redefinición de Europa. Tras 50 años de construcción europea «hacia dentro», uniendo la realidad de 27 Estados con importantes diferencias políticas, económicas y culturales, el nuevo escenario impone mirar «hacia fuera». El desafío de ayer por conseguir un espacio de libre competencia entre Estados europeos se extiende hoy al resto del mundo. Pero es en Europa donde se está dirimiendo la supervivencia del modelo social, y con él, una forma distinta de entender la globalización. Sólo potenciando la dimensión social interna y externa de la UE la Flexiguridad puede ser esa oportunidad que nos permita seguir financiando nuestros Estados del Bienestar y desarrollar el de las economías emergentes.

No podemos olvidar que la globalización no es un proceso objetivo, sino una forma de entender las relaciones económicas y sociales que se ha sintetizado en el así llamado Consenso de Washington. Las premisas fundamentales de este Consenso (liberalización de comercio y las finanzas, privatización de empresas públicas, eliminación de subsidios sociales generosos e indiscriminados, apertura a la inversión exterior, mayor disciplina fiscal y políticas monetarias restrictivas que garanticen estabilidad de precios) son el fiel reflejo de una visión que recupera la centralidad del mercado en detrimento del papel económico del Estado.

Para los autores que defienden este modelo de globalización, los efectos están siendo muy positivos porque está favoreciendo una mayor integración comercial que beneficia tanto a economias desarrolladas como emergentes. Este escenario cada vez más abierto y competitivo entre ambas realidades está igualando al mundo («Getting the World flatter», Friedman, 2005).

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Efectivamente, este modelo de globalización está permitiendo a economías como China, India, Rusia, Brasil o Sudáfrica, incorporarse al comercio internacional, crecer económicamente y disminuir sus niveles de pobreza medidos en 1-2$/dia.

Sin embargo un análisis en profundidad sugiere que los resultados no están siendo tan positivos. Para empezar porque más que de globalización deberíamos hablar de una integración económica regional ya que salvo los países antes citados, el resto de las economías apenas han visto aumentar su participación en la economía mundial. Además hay serias dudas de que la disminución de la pobreza sea tal. No sólo porque hay problemas en los métodos utilizados para medir los niveles de pobreza (Deaton, 2002; Hunter, 2007), sino porque la disminución se concentra en muy pocos países, China principalmente.

De lo que no parece haber dudas es de que está aumentando la desigualdad en todos sus niveles (tanto entre países como dentro de cada país) (Nayyar, D., 2003; Banco Mundial, 2008, Milanovic, 2007) y de que la economía informal afecta a más de la mitad de la fuerza laboral en la mayoría de las economías emergentes, si bien hay países en el Sudeste Asiático y en África, donde la economía informal representa el 80 y el 90% de la fuerza laboral, es decir, no hay economía formal (Benach, Muntaner & Santana, 2008).

No es de extrañar por tanto que la inmigración desde países pobres a países ricos esté en máximos históricos. Se calcula que en 2000 había en torno a 200 millones de personas que han abandonado su país por razones económicas (Martin, 2001).

Muchos países intentan regular las migraciones con leyes más duras que buscan impermeabilizar las fronteras. Esto favorece el tráfico humano controlado por mafias que no sólo explotan a los inmigrantes en el país de origen, sino también en el país de acogida.

Según los últimos datos este comercio ilegal de seres humanos está aumentando y se cree que hay en torno a 600.000 víctimas (Danailova-Trainor & Belser, 2006).

Otra novedad de este modelo de globalización es la aparición de lo que se ha dado en llamar «Tecnologías de la Información y la Comunicación», las famosas TIC que están cambiando la forma de producir y consumir. De las grandes empresas con estructuras fordistas (automovilísticas, siderúrgicas etc), estamos pasando a las empresas red (empresas más pequeñas, formadas por nodos que adoptan la forma de red para ser mucho más eficientes y poder responder a los cambios de la demanda de una forma más rápida).

Con este tipo de tecnología y este modelo de empresa es mucho más fácil y económico deslocalizar la producción, y por extensión, es mucho más fácil reorganizar a la fuerza laboral. Puesto que todo aquello susceptible de ser pensado, producido, distribuido y vendido en soporte digital, puede ser exportado o importado a tiempo real y a escala planetaria, nuestra forma de entender el empleo y las relaciones laborales están cambiando.

Aunque las empresas red, altamente vinculadas a las TIC, se identifican con la creación de empleo de calidad, de alta formación y bien remunerado, lo cierto es que su instalación lleva aparejada también la creación de empleo en sectores como limpieza, cafetería, etc. lo que reta en parte la idea que tenemos todos de que más empresas TIC significan más puestos de trabajo de alta calidad.

Además gracias a las TIC no sólo los empleos manuales se deslocalizan. Los sectores de cualificación media y alta -más protegidos en sus economías de la competencia internacional-, también están expuestos a esta competencia exterior. En la medida en que podemos también deslocalizar a través de Internet sectores como el diseño, la contabilidad, etc., estos sectores se internacionalizan (Baldwin, 2006).

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En este contexto y tras un siglo y medio de industrialización, las emisiones de gases invernadero están aumentando la temperatura global-anual del planeta, lo que se traduce en un cambio climático con importantes repercusiones socio-económicas a nivel global.

Respecto a 1856, las emisiones de CO2 son treinta veces superiores en la actualidad. Si en ese mismo año la concentración de CO2 en la atmósfera fue de 275 partes por millón (ppm) hoy en día la concentración se acerca a las 400 ppm. Para actuar con un nivel de riesgo del 50% (es decir para tener al menos una probabilidad del 50% de éxito en la reducción de la temperatura) las concentraciones de CO2 no deberían sobrepasar los 450 ppm. Si llegásemos a 550 ppm la posibilidad de éxito se reduciría al 20%. Algunos informes alertan de que en este siglo alcanzaremos concentraciones de 750 ppm y temperaturas 5 grados más altas que en la actualidad (UNDP, 2008).

Aunque todos los países se comprometieran a reducir sus emisiones de CO2 de forma unánime e inmediata mañana, las emisiones ya existentes continuarían favoreciendo un aumento de la temperatura hasta el 2030 y la temperatura alcanzaría su máximo en 2050. Para evitarlo deberíamos limitar las emisiones de tal forma que en el 2050 emitiésemos la mitad de lo que emitimos en 1990.

Aunque el cambio climático es tal vez el fenómeno más global de los que hemos analizado la responsabilidad del mismo no es igual en todo el mundo. Son las economías desarrolladas las que más emisiones de CO2 producen -y las menos perjudicadas por los efectos del cambio climático-, las que más responsabilidad tienen. Entre los años 2000 y 2004 casi 262 millones de personas se enfrentaron a desastres climáticos. El 98% vivían en países pobres. Según la OCDE en los países ricos sólo 1 entre 1.500 personas ha sufrido los efectos del clima mientras que en los países pobres es 1 entre 19 (UNDP, 2008).

La lucha contra el cambio climático implica altos costes económicos en el corto plazo, pero son costes asumibles. Entre hoy y el año 2030 el coste anual medio de una estabilización de las emisiones representaría el 1,6% del PIB mundial. Pero si no se hace nada los costes inducidos por el cambio climático podrían suponer entre un 5 y un 20% del PIB mundial (Informe Stern, 2005).

Esta es a grandes rasgos la fotografía de este modelo de globalización: un mundo más integrado comercialmente y con un número menor de pobres extremos, pero más desigual, más precario laboralmente y sujeto a nuevas tensiones migratorias y ambientales. En este contexto cabe preguntarse si la Flexiguridad es aún una respuesta pragmática para que Europa pueda seguir financiando sus Estados del Bienestar.

Los retos de este modelo de globalización para Europa

La participación de las economías emergentes en el comercio mundial se ha basado en la provisión de materias primas y productos intensivos en mano de obra, pero cada vez más, también exportan productos que requieren tecnología y formación media-alta, no sólo en manufacturas también en servicios. A pesar de este avance, en la mayoría de estas economías sigue existiendo una legislación laboral y social laxa, cuando no claramente inexistente.

No podemos olvidar que en el año 2000 la Unión Europea (EU-15) dedicó 26,8% de su PIB a políticas sociales; Norteamérica un 16,6%; Oceanía un 16,1%; América Latina un 8,8%; Asia un 6,4% y África un 4,2%. Los así llamados líderes de la globalización dedican una parte muy pequeña de su PIB a políticas sociales. China dedicó sólo el 3,6% e India el 2,6%, y otros como Rusia, Brasil o Argentina dedicaron alrededor del 10% (ILO, 2000). Esto unido a los altos niveles de economía informal está provocando una caí-Page 80da en la demanda de empleo poco cualificado en las economías avanzadas, una diferenciación salarial creciente entre los sectores cualificados y los no cualificados y toda una serie de presiones para reducir las prestaciones sociales y laborales en las economías Europeas.

Si no hay ajustes en las rentas de los trabajadores menos cualificados en las eco-nomías desarrolladas, habrá un aumento del desempleo debido a la menor competitividad y al riesgo de relocalización industrial. Pero si hubiese tal ajuste de rentas el resultado sería un aumento de la desigualdad (Esping-Andersen, 1997). Esta tensión entre «empleoigualdad» es el origen de uno de los problemas más importantes a los que se enfrentan los Estados del Bienestar en las economías desarrolladas.

Veamos algunas dimensiones de este reto. Las deslocalizaciones europeas ya representan casi el 8% del empleo que perdimos en el año 2006. En principio las deslocalizaciones europeas siguen siendo en sectores de baja cualificación, (el 51%) pero empieza a haber ya deslocalizaciones en sectores de cualificación media y alta, como banca y seguros (24,8%); Informática (7,7%); TV y telecomunicaciones (6,3%); servicios empresariales (Business services 2,4%) (ERM report, 2007). Según un informe de Welsum & Vickery, (2005), el 20% del empleo en servicios es susceptible de deslocalización en Europa ahora mismo. O sea, en el plazo de unos años es posible que el 20% del empleo vinculado a los servicios desaparezca en Europa.

Es cierto que una parte sustancial de las deslocalizaciones europeas se van a los nuevos Estados Miembros (Polonia, Rumania, Hungría, etc.), pero, y ésta es también la novedad, China e India ya reciben el 36% de las deslocalizaciones europeas y el resto del mundo el 12,5%. Los nuevos Estados Miembros empiezan también a deslocalizar su producción a las antiguas repúblicas soviéticas.

Las políticas de formación continua y recualificación profesional suelen presentarse como el remedio a esta situación. Sin embargo hay estudios que indican que los planes de formación continua no son muy utilizados, y lo que es peor, están beneficiando más a los trabajadores cualificados que a los sin cualificar (Souto & McCoshan, 2005) aumentando así el riesgo de desigualdad entre ambos grupos.

La temporalidad ha crecido en la UE (del 9 al 14% -en España estamos en el 31%- (INE, 2008). La temporalidad involuntaria ha pasado del 50,5 al 60,9%. El riesgo de in-working poverty (aquellas familias que son pobres a pesar de que alguno o todos sus miembros activos tienen empleo) afecta más a los trabajadores temporales (12%) que a los permanentes (4%). El sueldo medio de un trabajador temporal es de 1.750 euros, mientras que el sueldo medio de un trabajador fijo es de 2.500 (Eurostat, 2008).

Además el 20% de nuestro PIB y el 15% del empleo están en la economía sumergida en Europa y los salarios están perdiendo peso en la creación de la renta nacional (OIT, 2004).

¿Es la flexiguridad la respuesta que necesitamos?

¿Debemos renunciar a nuestros servicios del bienestar a favor de la creación de empleo o mantener los servicios del bienestar a riesgo de mayor desempleo? ¿Hay algún modelo capaz de garantizar a la vez más empleo y más política social al mismo tiempo?

Este es el anhelo de la Flexiguridad. Para los creadores de este concepto «La Flexiguridad es una estrategia que busca aumentar, por un lado, los niveles de flexibilidad del mercado de trabajo y de las organizaciones laborales; y por otro lado mayor seguridad en las rentas y el empleo de los trabajadores, sobre todo -y esto es importante- de aquellos con más problemas de integración laboral».

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Es un cierto grado de seguridad en el lugar de trabajo, y en los ingresos de los trabajadores con una posición más débil en el mercado de trabajo que facilita su inserción y el desarrollo de su carrera profesional; mientras que, al mismo tiempo, es un cierto grado de flexibilidad numérica, funcional y salarial que permite una adecuada adaptación a las condiciones cambiantes (del mercado) con el fin de mantener y aumentar la competitividad y la productividad

(Wilthagen i Rogowski, 2002:205; 209).

Estos autores reconocen también que no se tiene que confundir la Flexiguridad con la desregulación laboral, al contrario, las formas de regulación que favorecen el nexo entre flexibilidad y seguridad son especialmente necesarias. Tras las fuertes críticas a las políticas de regulación laboral y a las instituciones que las promovían durante los años 80 y 90, la Flexiguridad no considera a estas como barreras nocivas para un desarrollo económico más competitivo. De ahí que algunos autores definan a la Flexiguridad como una nueva forma de «post-regulación» en economías que necesitan promover la competitividad.

La Flexiguridad está altamente relacionada con el concepto de «Mercados de Trabajo en Transición (MTT)» (Schmid, 1998; Schmid and Gazier, 2002). Este concepto sugiere que el papel central que el conocimiento está adquiriendo en la nueva sociedad global hace improbables modelos laborales basados en la idea del empleo dependiente, permanente y a tiempo completo en el mismo lugar del trabajo. La realidad laboral actual impone continuas transiciones entre varias formas de actividad laboral, -desde la formación al empleo, desde el empleo al desempleo y desde este a la formación o a un nuevo empleo, etc.- no siempre en la misma empresa. Esto implica una nueva definición de las políticas sociales y laborales que proporcione seguridad a quienes sufren mayor incertidumbre como consecuencia de esta realidad cambiante (trabajadores poco cualificados, jóvenes y mayores de 45 años).

Ya no se trata tanto de defender el puesto de trabajo como de defender la carrera laboral de los trabajadores. Ahora la seguridad laboral no se asocia a un empleo permanente, sino a estar permanente empleado.

En definitiva se trata de una síntesis entre ser económicamente competitivos -para generar riqueza y recursos suficientes para seguir financiando nuestros Estados de Bienestar- y garantizar seguridad, sobre todo de aquellos que tienen más problemas de integración laboral. Si la «Flexiguridad» no tiene como objetivo ser una fuente de generación de riqueza y de distribución de la misma, no estamos hablando de «Flexiguridad», estaremos hablando de otra cosa.

La estrategia para el desarrollo económico y social» (la estrategia de Lisboa)

La Unión Europea (UE) lleva años intentando adaptarse a este modelo a través de políticas que intentan impulsar el conocimiento y la innovación como plataforma desde la que impulsar políticas de Flexiguridad, como el programa ESPRIT, los Programas Marco para la investigación y el Desarrollo Económico y toda una serie de programas dirigidos a favorecer el intercambio universitario entre alumnos (ERASMUS), profesores e investigadores (COST).

Pero tal vez la «Estrategia para el Desarrollo Económico y Social» inaugure un compromiso más firme con principios próximos a la Flexiguridad. En la cumbre del Consejo Europeo celebrada en Lisboa en la primavera del 2000, los entonces 15 países miembros se propusieron convertir a la UE en «la zona económica más dinámica y competitiva del mundo capaz de lograr un crecimiento económico sostenible con más y mejores empleos y más cohesión social» en el plazo de diez años.

La idea subyacente en esta Estrategia es que la liberalización económica, las políticas Page 82 de activación del mercado de trabajo y la consolidación de la economía del conocimiento van a resultar en un aumento del empleo, y por extensión, en un aumento de la cohesión social.

El tema de la cohesión social es ciertamente problemático porque vuelve a poner de manifiesto las dudas que la propia UE tiene respecto al papel de las políticas sociales. La Estrategia no especifica si la cohesión social es el resultado «natural» de la creación de empleo o si son necesarias políticas sociales adicionales para garantizar tal cohesión. Lejos de ser irrelevante esta cuestión es clave para entender cual va a ser el papel de la política social en la Europa del siglo XXI.

Aunque el informe no lo hace explícito, de su contenido se desprende que la primera postura (el empleo es la mejor garantía de cohesión social) prevalece. Los 24 objetivos de la Estrategia dejan claro el sesgo de la misma. Lo que se busca es crear mercados abiertos y competitivos dentro y fuera de Europa, hacer más atractivo el entorno empresarial, mejorar el clima de negocio para las pequeñas y medianas empresas, asegurar que los desarrollos salariales contribuyen a la estabilidad macroeconómica y al crecimiento, estimular la iniciativa privada mejorando la regulación y así hasta veinticuatro objetivos que interpretan la cohesión social como la consecuencia «natural» del crecimiento y la creación de empleo en una economía abierta, competitiva e innovadora.

No hay ninguna referencia a la potencialidad de la política social como instrumento de creación de empleo y protección social. En definitiva se busca priorizar la integración de un mercado abierto sobre la cohesión social.

Pero esta visión que vincula crecimiento del empleo con cohesión ha sido criticada por su debilidad empírica. El aumento del empleo no se traduce automáticamente en una disminución del desempleo. La creación de empleo anima a mucha población inactiva a incorporarse al mercado de trabajo, pero eso no supone reducción del desempleo (De Beer, 2007). Además el crecimiento del empleo, en muchos casos, tiene un efecto muy limitado sobre la reducción de la pobreza porque el empleo creado está en manos de personas que están cualificadas y/o que viven en familias que no son pobres en la mayoría de los casos (Ive Marx, 2005). Por lo tanto, quienes más se benefician de la creación de empleo normalmente son las personas que menos lo necesitan o, si preferís, quienes más se benefician del empleo son las personas que menos riesgo de pobreza tienen.

Otro de los problemas de la Estrategia es su confianza, posiblemente excesiva, en la Economía del Conocimiento. Hasta ahora todas las evidencias apuntan a que son los trabajadores cualificados en las economías más desarrolladas los que se benefician de la globalización y, por el contrario, los menos cualificados los que salen perjudicados. Pero como plantea Baldwin (2006), en la medida en que las tareas de los cualificados se pueden deslocalizar gracias a las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación), tareas de alta cualificación vinculada al diseño, consultoras, investigación etc. pueden fácilmente hacerse por trabajadores cualificados en economías emergentes. Por el contrario ciertos trabajos de baja cualificación en el sector servicios (panaderos) no se pueden deslocalizar con lo que su exposición a la competición internacional disminuye y sus aspiraciones de mayores rentas aumentan. Esto no significa que el «viejo» paradigma de la globalización haya desaparecido y que no vaya a haber movimientos de deslocalización de empresas en el futuro. Lo que es posible que ocurra es que esta nueva etapa de «la globalización de las tareas» tenga importantes implicaciones para la estrategia competitiva de la UE, así como para otras estrategias vinculadas a las políticas del bienestar y las políticas industriales. Muchos empleos relacionados con la «sociedad de la información» podrán deslocalizarse de ahí que el esfuerzo Page 83 en favorecer estos sectores en Europa puede ser un fracaso.

Además los sectores de vanguardia que no se marchen no pueden absorber grandes porcentajes de fuerza laboral, y por tanto, el objetivo del pleno empleo debe incluir también sectores intensivos en mano de obra y baja cualificación profesional, principalmente en el sector servicios. Sería verdaderamente difícil recualificar a toda la fuerza laboral, máxime cuando tenemos evidencias de que en la actualidad las políticas de formación continua no son precisamente un éxito porque son muy pocos los trabajadores inscritos (16,8%) y porque benefician más a los trabajadores más cualificados (la participación de trabajadores no cualificados es del 6,5% mientras que la de cualificados alcanza el 30,9%) con lo que aumenta el riesgo de desigualdad entre ambos grupos (Souto & McCoshan, 2005).

Para los trabajadores no cualificados hacen falta también políticas redistributivas que les ayuden no sólo a mejorar su formación sino también a disfrutar de unos estándares económicos socialmente aceptables. El argumento central de la «Flexiguridad» insiste en que estos trabajadores necesitan un suplemento de ayuda que evite la dualización social y el riesgo de exclusión, tan nocivo por otra parte para poder desarrollar una sociedad basada en el conocimiento.

Al no tener una respuesta adecuada para estos problemas la Estrategia se distancia de lo que significa el modelo de Flexiguridad, que tiene en estos trabajadores con problemas de integración laboral el objetivo último de su propuesta.

Se profundiza en la Flexibilidad y se deja en manos de los Estados Miembros el resorte de la seguridad, lo que por otra parte deja sin resolver problemas muy importantes relacionados con los distintos niveles de gasto y protección social existente entre los distintos Estados Miembros (race to the bottom).

Ante estas dificultades es necesario insistir en el componente externo de la Estrategia de Lisboa, o como planteé al principio, es necesario que la UE complemente su estrategia «hacia dentro» con una política «hacia afuera» que busque una armonización progresiva de los estándares sociales y laborales a nivel global. Si no se produce esta armonización, los riesgos de dualización social son altos.

Pero para que eso ocurra Europa debe convertirse en un actor político global. Y lo que está pasando con la Constitución europea o con el mini-tratado pone de manifiesto que la clase política europea es incapaz de vender la idea de más Europa.

Estamos atrapados en la lógica de lo local. Los gobiernos de los Estados Miembros de la UE buscan presentarse ante su opinión pública y ante sus electores como los vencedores en las negociaciones de, o incluso contra, Bruselas. Parece como si los gobiernos nacionales se hubiesen instalado en la estrategia del «justo retorno» (el famoso «cheque británico» es un buen ejemplo pero no el único) que consiste en que cada Estado aspira a recibir por lo menos tanto como aporta. Es la famosa discusión sobre los saldos netos, que podría acabar con el principio de solidaridad europea y perjudicar un desarrollo más coherente de todos los Estados Miembros. El clima, especialmente entre los contribuyentes netos, es que lejos de ser una inversión, su aportación al presupuesto comunitario es un gasto difícil de justificar ante sus compatriotas.

No parece políticamente eficiente seguir manteniendo 27 políticas energéticas distintas, 27 políticas exteriores distintas o 27 modelos fiscales distintos. Es el momento de crear un corpus político con el que articular una estrategia con la que enfrentar este modelo de globalización.

Igualmente a la Flexiguridad le falta una dimensión política. Tras 30 años de predomi-Page 84nio de pensamiento liberal las rentas mediasaltas han asumido el discurso del individualismo de mercado y no están dispuestas a financiar modelos redistributivos. Y en la izquierda no hay candidato que pierda la oportunidad de decir que si gana las elecciones, sean estas locales, nacionales o europeas, va a bajar también los impuestos. La bajada de impuestos y la desregulación se han convertido en el mantra del final del siglo XX y parece que seguirán siéndolo en el siglo XXI.

España y la flexiguridad

Si la «Flexiguridad» es el modelo con el que Europa podría enfrentar los retos de la globalización, la cuestión es como está preparada España para adaptar su economía a los principios de este modelo. El reto de cómo combinar dosis de flexibilidad y seguridad afecta también a la economía española, si bien nuestro país arrastra mayores problemas que la media europea para adoptar este modelo.

El siguiente Cuadro nos ayuda a visualizar como estamos respecto a otras economías en lo que a Flexiguridad se refiere. La siguiente es una matriz que intenta simplemente situar la realidad de distintos países en lo que flexibilidad y seguridad se refiere. Los nombres que definen los cuatro posibles modelos, ciertamente difíciles de pronunciar (Inflexiguridad, Infle-inseguridad, Flexiguridad, Flexi-inseguridad), nos dan una idea de donde está cada economía europea.

[ VEA EL GRAFICO EN EL PDF ADJUNTO ]

Los Países Escandinavos, están cerca del modelo de «Flexiguridad» porque llevan implementando políticas en las que se intenta combinar seguridad y flexibilidad más de una década y, además, llevan una década exportando valor, haciendo un esfuerzo importante en crear una gran sociedad del conocimiento.

Los Países Continentales (Alemania, Francia, etc), se están acercando a la Flexiguridad aunque tienen aún niveles bajos de flexibilidad. Reino Unido e Irlanda tienen Page 85 más problemas de seguridad que de flexibilidad, de ahí su posición.

Por último los países del Sur de Europa tienen una baja flexibilidad y una baja seguridad al mismo tiempo, si bien España se estaría acercando al modelo británico en lo que a flexibilidad se refiere. Un país que tiene el 30% de su población con contratos temporales, de ellos el 65% de los jóvenes, no se puede decir que sea una economía rígida. Sin embargo es cierto que otras formas de flexibilidad de tipo interna, geográfica o funcional están muy poco desarrolladas.

Además la mayoría de análisis sobre el tema coinciden en situar a la economía española entre lo que se conoce como economías de bajos costes y las economías más innovadoras si bien más próximos a los modelos de bajo valor.

ESPECIALIZACIÓN PRODUCTIVA

División Global de la Producción

[ VEA EL GRAFICO EN EL PDF ADJUNTO ]

Efectivamente si nos fijamos en algunos indicadores para medir la capacidad innovadora y científica en España, los resultados no parecen corresponder a un país innovador. Todos los informes e indicadores vienen a decir que estamos mal clasificados en formación, que la sociedad del conocimiento no se está desarrollando en España al ritmo que cabría esperar, que tenemos un número de patentes muy bajo en relación al resto de economías avanzadas, que tenemos problemas con el número de personas que participan en la formación continua, que nuestros índices tecnológicos TIC, número de usuarios, participación de las empresas en internet y gasto en I+d+i son bajos respecto a otras economías europeas y no europeas similares a la nuestra (ver Ramos-Diaz 2007 para un análisis más profundo)

Ambos fenómenos explican el alto nivel de precariedad de la economía española. El problema español no es que tengamos mucho Page 86 empleo temporal únicamente, es también que tengamos muchos empleos de baja remuneración, y que la trayectoria profesional de un número muy elevado de personas -por encima de la media de los países analizados- implique cambios frecuentes desde el empleo de baja remuneración al desempleo en lugar de a un empleo mejor remunerado.

Veamos los datos utilizando el panel de hogares en el periodo 1994-2001. El 35% de la muestra en España pasa de la baja remuneración al desempleo al menos una vez en el periodo analizado, por encima de la media de los países analizados, Reino Unido (15%), Dinamarca (16%) y Francia (21%) y un porcentaje considerable de los mismos (un 19%) ha sufrido esta transición al menos 4 veces en el periodo analizado. Esto es una cosa casi única respecto a otros países. En el Reino Unido, que todo el mundo considera como una economía altamente flexible y precaria, las transiciones múltiples desde la baja remuneración al desempleo afectan al 4%, en Dinamarca al 3%, en Francia al 7%.

TABLA 2. ANÁLISIS DE TRANSICIÓN DESDE EL EMPLEO DE BAJA REMUNERACIÓN AL DESEMPLEO (período= 96 meses)

[ VEA LA TABLA EN EL PDF ADJUNTO ]

TABLA 3. NÚMERO DE TRANSICIONES DESDE EL EMPLEO DE BAJA REMUNERACIÓN AL DESEMPLEO (Total)

[ VEA LA TABLA EN EL PDF ADJUNTO ]

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Si analizamos la composición familiar de los trabajadores de rentas bajas vemos que no sólo tenemos el porcentaje más alto de baja remuneración, sino también de trabajadores de rentas bajas viviendo en familias pobres.

TABLA 4. TRABAJADORES DE BAJA REMUNERACIÓN QUE VIVEN EN FAMILIAS POBRES

[ VEA LA TABLA EN EL PDF ADJUNTO ]

TABLA 5. TIPO DE HOGARES POBRES

[ VEA LA TABLA EN EL PDF ADJUNTO ]

La composición de estos hogares pobres también nos da idea de la dificultad de los trabajadores españoles respecto a sus compatriotas europeos. En el resto de países examinados los hogares pobres suelen ser hogares formados por un adulto, sin dependientes, (sin pareja, sin hijos). En el caso español el modelo predominante de familia pobre es un modelo de dos adultos con hijos, es decir son personas establecidas, son personas que ya tienen una trayectoria profesional, a las que es más difícil escapar de la pobreza.

¿Qué hacer? Como dato positivo es necesario reconocer que si tenemos en cuenta el crecimiento anual en gasto de I+D, España estaría dentro de ese grupo que está haciendo importantes esfuerzos por mejorar su innovación (Oliveros, 2005), esfuerzo especialmente importante en los dos últimos años. Esta reorientación productiva desde los sectores de baja cualificación y bajos costes hacia modelos innovadores es decisiva para que España pueda afrontar con ciertas garantías el proceso de internacionalización económica al que hoy asistimos.

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Pero esto no nos puede hacer olvidar que aún no hay una transferencia eficaz del conocimiento científico hacia las empresas, perdemos atractivo en sectores de I+D, nuestros sistemas de formación continua tienen escaso éxito entre los trabajadores. Somos un país con importantes problemas de productividad y competitividad que se traducen en altos niveles de inseguridad económica y exclusión laboral.

Mayor esfuerzo en I+D, potenciación y desarrollo de sectores económicos de alto valor que nos liberen de nuestra dependencia de sectores de baja cualificación, una búsqueda de fuentes de flexibilidad económicas que reduzcan la temporalidad actual y unas políticas sociales que permitan a los trabajadores transitar por el mercado de trabajo con formación actualizada y garantías económicas que le permitan formarse, podrían ser la respuesta al interrogante de que hacer para salir de la situación.

Pero no podemos olvidar que para financiar estos modelos hace falta un esfuerzo impositivo adicional. No sólo es necesario que el mayor número de personas estén empleadas, hace falta también mayor capacidad recaudatoria con la que poder afrontar con éxito el reto de un mundo más flexible y más seguro al mismo tiempo.

Y no podemos olvidar tampoco que el mundo está cada vez más interrelacionado política y económicamente, de ahí que hace falta un esfuerzo para que el crecimiento económico que algunas economías están alcanzando se transforme en desarrollo. Sin esta condición, todos los planes para afrontar la globalización con éxito (manteniendo nuestros servicios del bienestar readaptados a los nuevos tiempos) pueden enfrentarse a importantes limitaciones: incluida la Flexiguridad.

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