Final de las guerrillas 'románticas'. Espacios de violencia y fortalecimiento de las FARC

AutorJaime Contreras
Páginas137-155

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CAPÍTULO 8.

FINAL DE LAS GUERRILLAS “ROMÁNTICAS”. ESPACIOS DE VIOLENCIA Y FORTALECIMIENTO DE LAS FARC

No gustó, desde luego, en la Coordinadora Guerrillera el acercamiento unilateral al gobierno del M-19, por lo que, en este asunto, dicha Coordinadora prefirió echarse a un lado desde una posición muy escéptica; en cualquiera de los casos la decisión del “eme” dinamitaba, de hecho, aquella asociación cuya cohesión tan solo se mantenía por la “autoridad” de las FARC que, a duras penas, pudo detener los deseos de las restantes fuerzas de seguir el ejemplo de los del “eme”. Y si entonces se pudo retrasar, por un breve tiempo, la ruptura de la Coordinadora fue porque el narcotráfico de Medellín había desatado, en todo el país, una ola de terror indiscriminado de magnitudes desproporcionadas.

Más con todo, la apuesta por la negociación del M-19 levantó muchas esperanzas en todas las organizaciones de la sociedad civil y en los partidos políticos del arco parlamentario. Las negociaciones fueron intensas y tuvieron la característica de desarrollarse en estrecha relación con los trabajos iniciados para una reforma de la constitución, a cuyas estructuras se “integraron” algunos de los negociadores del “eme”. Y ello fue aceptado sin sobresalto alguno, ni por la clase política ni tampoco por parte de la sociedad; se entendía que la inserción de esta singular guerrilla en la vida política suponía algunas reformas constitucionales como, por ejemplo, la necesidad de crear una circunscripción electoral “especial” para que los guerrilleros, desmovilizados, pudieran ejercer sus derechos al sufragio, tanto como electores como elegibles. Sin embargo, la virulencia terrorista, que procedía de la subversión, o de sectores del paramilitarismo y, especialmente del narcotráfico, amenazaba, como así ocurrió, con echar por tierra todo el trabajo de reforma constitucional. Particularmente agresivas y siniestras fueron, a este respecto, las acometidas del Cartel de Medellín que, en pos de su objetivo de impedir la “extradición”, provocaban opiniones diferentes, cuando no encontradas, entre quienes trabajaban en la reforma constitucional.

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Estos grupos terroristas, el de los “extraditables”, llevaron, por aquellos días, el terror a las calles, asesinaron a autoridades y atacaron a instituciones claves del estado a la vez que amenazaban, con prácticas mafiosas, a políticos, juristas y magistrados que tenían responsabilidades importantes referidas al asunto de la extradición. Entonces cayeron asesinados gobernadores, como el de Antioquia, y políticos tan emblemáticos como Luis Carlos Galán, candidato del Liberalismo para las cercanas elecciones presidenciales, cuya muerte marcó un hito de indignación en todos los sectores de la sociedad colombiana. Hubo, igualmente, atentados brutales contra la población civil, cuya atrocidad y barbarie llevo, de inmediato a considerarlos como delitos de “lesa humanidad”; así sucedió con los centenares de carros bombas, el ataque a la sede del DAS o el atentado, en pleno vuelo, a un avión de pasajeros el mismo día en que el Parlamento, en pleno, sometía a votación el asunto del referéndum de extradición. Ante brutalidades tan aberrantes el gobierno, huyendo del chantaje, rechazo la posibilidad de refrendar este asunto y, de paso, suspendió los trabajos de la reforma por entender que no se daban las circunstancias para proseguir con el proyecto.

Todo ello, sin embargo, el gobierno acordó que el proceso de dialogo con el “eme” continuase, entendiendo que los temas de contenido político, que se trabajaban en la reforma, podrían reanudarse en condiciones de mayor estabilidad. Las elecciones municipales y parlamentarias estaban programadas para marzo de 1990 y resultaba imprescindible que el “eme” participase en ellas, tal como era su deseo, el del gobierno y el de toda la clase política. Y así, casi a última hora, dos días antes de los comicios municipales convocados para el 11 de ese mes, se hizo público que el M-19 se desmovilizaba, que abandonaba la lucha armada, y que expresaba su voluntad de presentarse, como partido legalizado, a las elecciones inmediatas. Manifestó su compromiso de acatar la constitución y el estado de derecho y explicó, a la sociedad colombiana, que se presentaba a las cercanas elecciones bajo el nombre de Alianza Democrática M-19. Quedaban atrás, ya, desmovilizados cerca de 1000 guerrilleros que se incorporaban, de súbito, a la vida civil, mientras que sus líderes aparecían, ya, como candidatos para algunas alcaldías y, también, para la Cámara Baja del Parlamento.

En los dos días escasos de campaña, Carlos Pizarro y Antonio Navarro Wolf, los dirigentes principales, declararon ante la sociedad colombiana que pedían perdón por sus actos y aceptaban reconciliarse con el país, para cuya regeneración proponían un programa de tipo nacionalista que conectaba con los viejos e históricos principios políticos que habían inspirado la “epopeya fundadora” de Simón Bolívar. Aupados en una notoria ola de popularidad, que supieron manejar con destreza, el líder Carlos Pizarro Leongómez, y su pequeño grupo, decían reconocer el pluralismo político de la sociedad colombiana y apostaban por una democracia como cultura de tolerancia. Carlos Pizarro se propuso, como candidato, a la Alcaldía de Bogotá, obteniendo un resultado muy importante: fueron más de 70.000, los colombianos que le dieron su voto, ubicando a su reciente partido como la tercera fuerza en la capital de la República. El mismo éxito se repitió en los comicios presidenciales de mayo, y en la convocatoria electoral de diciembre de ese año de 1990, para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente; en esta última convocatoria casi un millón de ciudadanos confiaron su voto a la Alianza Nacional M-19, cifra ésta no muy alejada de la conseguida por el Partido Liberal.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

Fueron resultados espectaculares que expresaban el profundo cambio que se estaba produciendo en la percepción política de amplias capas sociales, en ningún caso marginales, de la sociedad colombiana. Entonces los del “eme” consiguieron, con éxito, publicitar un ideal explícitamente reformista que corría transversalmente por amplios sectores del espectro electoral, sobre todo, principalmente, de extracción urbana. Pronto los colombianos comprobaron que, el activismo del nuevo partido imponía su impronta renovadora en las discusiones para la elaboración de una nueva Constitución. También fue ampliamente conocido que los dirigentes de la nueva formación habían abierto un franco diálogo con los grupos de las autodefensas de Puerto Boyacá, lo que abría la oportunidad de ampliar, a este complejo sector, un horizonte de paz. Más con todo este nuevo marco de esperanza, la lacra terrible del crimen terrorista que el cartel de Medellín impuso a todo el país, se cobró la pieza política que, en estos momentos, para sus fines propagandísticos, era la más codiciada: el 26 de abril un sicario de esta siniestra organización, asesinaba a Carlos Pizarro Leongómez en pleno vuelo de un avión con destino a Barranquilla; apenas habían pasado 50 días desde el momento que, desterrando las armas, Carlos Pizarro se había convertido en un prometedor líder que había conseguido guiar a una osada guerrilla, desde el terror más alocado, a los espacios del orden constitucional; fue un magnicidio para todos los colombianos que, de su persona, hicieron uno de los mitos singulares de la modernidad colombiana. El ex dirigente del grupo M-19 se convirtió en un héroe nacional que representaba, ante muchos sectores de la opinión pública, la opción de quien había sabido dejar las “decisiones equivocadas” y tornaba ahora a luchar por sus ideales desde la competencia democrática. Otra vez más, la danza macabra de aquella violencia que ahogaba al país se llevó, en plena juventud, a otro de sus héroes; tenía 38 años180.

Y mientras el país apenas podía digerir la trágica muerte de Carlos Pizarro expresión dramática de sus múltiples y enconadas tensiones, la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar se debatía en medio de sus propias divisiones internas, que las FARC, celosas del protagonismo del M-19, apenas conseguía evitar. Para recuperar el protagonismo perdido, esta guerrilla recordaba al gobierno que la tregua firmada con Betancur no había sido denunciada por ninguna de las partes y que, por lo mismo, “el teléfono rojo” con el gobierno, aunque muy pocas veces se había usado, continuaba todavía conectado. En consecuencia, dijeron, estar dispuestos a retomar los contactos a pesar de ser conscientes de las dificultades estructurales que existían entre la posición del gobierno y los planteamientos de la guerrilla fariana. Decían, aquí, que la actitud del presidente de presentar una “iniciativa de paz”, resultaba ser mezquina, parcial y absolutamente alejada de la realidad del país; echaban en cara al jefe del estado que su equipo negase continuamente las raíces sociales subyacentes en el problema de la violencia y le reprochaban su negativa a dialogar con el conjunto de la Coordinadora, de manera que, con todo ello, se dificultaba la elaboración de un plan global que diera salida a todo el país; se trataba de un reproche a la vieja táctica del “divide y vencerás” que, sin embargo, no ocultaba los “celos” respecto de la negociación con los del “eme”. Todo esto dicho, las FARC insinuaban la posibilidad de decretar un cese el fuego si

180Carlos Fuentes. Aquiles o el guerrillero y el asesino. Alfaguara. Bogotá 2016, p. 39. Fuentes describe a Carlos Pizarro con las características propias, un tanto epopéyicas, de un héroe de la Ilíada, un Aquiles en un viaje hacia la muerte: “De la familia a la guerrilla, de la guerrilla a la política y de la política a la muerte”

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el presidente hacía pública que la negociación quedaba abierta al pueblo...

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