El fenómeno de la inmigración. Discurso xenófobo, discriminación e integración

AutorF. Javier Blázquez-Ruiz
Cargo del AutorUniversidad Pública de Navarra

"Tendría que haber en nuestro lenguaje palabras que tuvieran voz, espacio libre. Su propia memoria. Palabras que subsisten solas, que llevan el lugar consigo. Un lugar. Su lugar. Su propia materia. Un espacio donde esa palabra suceda igual que un hecho" 1

Roa Bastos

1. Introducción

La manifestación y emergencia de diversos grupos sociales y políticos vinculados a planteamientos xenófobos y racistas en nuestro entorno, desde la última década, no deja de ser ciertamente preocupante. Las causas y motivaciones de ese fenómeno son probablemente muy diversas y dependerán por una parte, de las características del sub-suelo sociopolítico y económico de cada país, así como de los factores históricos de la cultura respectiva. Pero no podemos permanecer expectantes, como si fuéramos observadores ajenos y pasivos.

Es preciso contribuir a la adopción de medidas que puedan descubrir y que permitan des-activar esas prácticas, y aportar a continuación diversas propuestas de intervención. Porque siempre es más eficaz tender a abortar los procesos de discriminación desde el inicio, antes de que tomen fuerza, para evitar que después la inercia los conduzca ciegamente. También en este ámbito, es sin duda más aconsejable fomentar la adopción de medidas profilácticas con el fin de anticipar y prevenir los efectos que pueden derivarse a partir de prejuicios y actitudes irracionales.

Y es que frente a los objetivos de esa singular ideología racista y xenófoba, ante las respectivas estrategias que utiliza ese particular modelo de comunidad política, uno de los retos que plantea actualmente la multiculturalidad y el fenómeno de la inmigración en las sociedades democráticas, es manifiesto al tiempo que inaplazable2. A saber: examinar, desvelar y afrontar algunas claves del discurso político, así como poner de manifiesto las dinámicas que siguen actualmente las respectivas ideologías y políticas xenófobas, tal y como la experiencia histórica reciente nos permite confirmar. Y de esa aviesa estrategia, como diría M. Foucault, vamos a tratar a continuación en las páginas que siguen, desde la perspectiva que aporta la filosofía política y jurídica.

2. Migraciones y discurso xenófobo

En primer lugar hemos de señalar que no es posible abordar metodológicamente el fenómeno de la inmigración sin tener en cuenta al mismo tiempo los diversos factores y causas que la originan3. Los demógrafos vienen advirtiendo desde hace tiempo que las migraciones de los países del sur hacia el norte van a seguir siendo una constante progresiva. Esa va a ser la tendencia a seguir. Pero si el discurso político elude como señala S. Naïr, el análisis y debate subsiguiente sobre la etiología de la inmigración, y tan sólo centra su atención en problemas relacionados con regularización-ilegalidad y seguridad ciudadana, desde una perspectiva reduccionista, entonces el poblema de la inmigración permanecerá sin resolver sine die4.

Ese planteamiento sería similar, llevado a otro contexto, al proceso médico, terapéutico, de intentar curar una enfermedad tan sólo prestando atención a sus síntomas, confundiendo su manifestación externa con el origen de la patología, y aplicando tratamiento epidérmico únicamente, cuando se requiere necesariamente y sin demora, una intervención quirúrgica.

Sin embargo ese modo de proceder, aplicado al ámbito de la inmigración no sólo puede ser peligroso o errático, sino que además conlleva graves riesgos sociopolíticos. En este sentido, tal y como advertía recientemente J. M. Ridao "pese a su inocencia, la idea de que la ultraderecha identifica bien los problemas pero ofrece soluciones inaceptables, esconde una de las mayores concesiones que el pensamiento democrático ha terminado por hacer a los movimientos populistas y autoritarios"5. Esa concesión meditada, deliberada, y por consiguiente estratégica, pero difícilmente aceptable, hace posible abordar la realidad de la inmigración como si se tratase de un fenómeno novedoso, inexplicable y además sobrevenido.

Así lo plantearon insistentemente tanto Le Pen -como Haider- y antes Fortuyn en las elecciones de Francia y Holanda, haciendo abstracción sistemática de cualquier aspecto relacionado con el contexto económico y social que origina la emigración y su proceloso devenir. Ese particular y ahistórico enfoque, consciente e interesado vendría a decir: no existe pasado ni tampoco historia, tan sólo cuenta realmente el presente. Y además no existe vínculo alguno entre el presente y su pasado. Sincronía pura. La realidad actual no es con-secuencia de etapas pretéritas. Y los problemas actuales giran en torno a principios tales como seguridad e identidad cultural. Esos son los únicos parámetros válidos. El principio de causalidad ya no rige en las relaciones sociales.

A partir de esa exposición e interpretación, la atención política se va centrando progresivamente en los problemas de seguridad ciudadana y en el peligro de erosionar la identidad cultural nacional. Ambos factores se erigen así en postulados y argumentos centrales del discurso xenófobo. Lamentablemente tanto para los partidos de una orientación política como de otra. Existen algunas diferencias, pero más bien de matiz.

Sin embargo ante esa propuesta, hemos de advertir inicialmente que si bien la seguridad ciudadana es un bien valorado y apreciado por la mayor parte de los ciudadanos, y que por consiguiente conviene fortalecer con medios adecuados y acordes a un Estado de Derecho, sin embargo a decir verdad el concepto de seguridad ciudadana es demasiado amplio, vago también, como para poder simplificar su naturaleza y precisar de forma inequívoca sus límites. Y además peligroso podríamos añadir, para el ejercicio y respeto a los Derechos Humanos.

Realmente es difícil configurar y delimitar los contornos de este concepto que podría denominarse como multívoco y cuya interpretación y respectiva valoración depende de factores muy diversos, vinculados a circunstancias, condiciones, y en definitiva contextos muy distintos. Podría decirse que la inseguridad ciudadana, con frecuencia, no remite necesaria ni exclusivamente al terreno de los hechos, sino también al ámbito de las percepciones y prejuicios, que a veces se manifiestan como cierto temor e incertidumbre ante lo desconocido, muchas veces cristalizado y encarnado en minorías étnicas.

De hecho es verdaderamente difícil establecer afirmaciones taxativas sobre índices de delincuencia relacionada con la inmigración, pues los estudios estadísticos realizados, son hasta el momento poco numerosos. Prácticamente no existen instituciones independientes que realicen informes rigurosos al respecto. De ahí que las diferencias en los datos emitidos por diversos organismos sean, a veces, considerables, cuando no contradictorias.

A pesar de lo cual, la lógica partidista común, que preside en gran medida los razonamientos de los diversos partidos políticos, más allá de sus diferencias ideológicas, considera que la lucha por el electorado, la orientación del voto, sensible a los problemas de seguridad ciudadana, se erige en uno de los objetivos prioritarios de la próxima -y permanente podríamos decir-carrera electoral6.

Una vez más el discurso político parece renunciar a elaborar y reconstruir un proyecto a largo plazo, con horizonte amplio y desde una perspectiva abierta y cabría decir "des-interesada". Rechaza así la posibilidad de aunar esfuerzos y configurar objetivos políticos precisos, razonables, viables para situaciones de gran trascendencia. Conducentes en última instancia a la búsqueda de respuestas satisfactorias a los problemas estructurales, y a veces endémicos, que padecen los países productores de emigración.

Sin embargo, tal y como insiste S. Nair, conviene elucidar y precisar los respectivos términos, inicialmente, para evitar después cometer frecuentes errores conceptuales de base, de planteamiento, que condicionan posteriormente las respectivas propuestas de solución7. Porque al abordar el fenómeno de la inmigración no cabe decir que sea propiamente, específicamente, un problema político. Se trata más bien, como venimos señalando, de un fenómeno social, al igual que acontece con el crecimiento o decrecimiento demográfico, o como pueda serlo el aumento de parejas de hecho, o la prolongación de la vida, para un número cada vez mayor de personas, como consecuencia de la investigación biomédica. Y por consiguiente requiere el correspondiente tratamiento adecuado.

No obstante los intereses de nuestros representantes parecen caminar en otra dirección bien distinta.Sí les interesa políticamente, especialmente, elaborar medidas de control y regulación de esa presión migratoria, para contener, ordenar y ajustar la entrada irregular. Pero no van más allá. Fijan su atención de ese modo en la punta del iceberg que sobre-sale externamente. Pero muestran escaso o nula voluntad por alterar las condiciones de vida y sub-desarollo que están a la base y provocan la salida de esos inmigrantes. Consideran que la inmigración constituye, en última instancia, un desafío a los modelos tradicionales del estado homogéneo culturalmente. Que propiamente no existen como tales, pero conservan su carácter funcional.

Conviene advertir empero que frente a esa actitud, epistemológicamente hablando, el tratamiento de cualquier problema, tanto en el ámbito económico como social, requiere en primer lugar establecer y determinar las causas de su emergencia. Sólo así será posible conocer a continuación los diversos factores concurrentes del proceso, elaborar un diagnóstico adecuado, y determinar a continuación un posible tratamiento o propuesta de solución. Pero, si de entrada se renuncia a la correspondiente evaluación y etiología del problema, es obvio que se cierran, deliberadamente, las puertas a su posible solución.

Y es que el grave problema que late a la base del fenómeno de la emigración no es tanto, o únicamente, el considerable número de personas que viven en el momento presente las...

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