Del fenómeno criminal y su etiología

AutorLeyre Sáenz de Pipaón del Rosal
Cargo del AutorDoctora y Licenciada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y Licenciada en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid
Páginas47-166
3. DEL FENÓMENO CRIMINAL
Y SU ETIOLOGÍA
3.1. FENOMENOLOGÍA
El primer paso a dar implica, pues, contrastar la apariencia. En efecto, si el fe-
nómeno es lo que se hace patente, un mostrarse que parece ser tal como realmen-
te se manifiesta, una representación es ese aparecer que se nos da y que, como
observadores, hemos de contrastar.
Eso es, precisamente, lo que significa la idea de la fenomenología que, no
obstante sus distintas posibilidades de interpretación, puede entenderse como un
método de estudio, como un modo de ver las cosas tal como se nos exponen.
¿Cómo se nos muestra la criminalidad universal? ¿Qué formas adopta?
Ahora bien, comoquiera que en la captación de esas apariencias no tenemos
más remedio que ser parasitarios, puesto que carecemos de medios para operar
de otra forma, debemos aceptar lo que se ofrece y tal como se ofrece, con inde-
pendencia de dilucidar la realidad de sus contenidos, aunque sin perjuicio de
que a partir de tales apreciaciones –aprehensión del fenómeno–, podamos llegar
a formular creencias u opiniones a los efectos de obtener conclusiones, previa
la correspondiente inferencia, que nos permita continuar adelante con nuestras
pretensiones.
Desde este punto de vista, pudiéramos hablar de una fenomenología cons-
tructiva que tomemos como punto de partida para abrirnos a un mundo de co-
nocimientos suscitados por nuestras dudas, primero, y por nuestras reflexiones,
después.
Pues bien, si la fenomenología criminal universal implica, precisamente, des-
cribir el fenómeno de la criminalidad universal, sobre la base de lo que nosotros
entendemos por tal, lo procedente, en este momento, sería abordar los distintos
supuestos fenomenológicos –fenómenos– acontecidos en nuestro mundo, para
–de su estudio–, obtener un cuerpo de conocimientos a partir de los cuales poder
diseñar instrumentos y, en concreto, instrumentos jurisdiccionales, y así poder
hacer frente común a todos ellos con eficacia en el futuro.
Sin embargo, en este punto, no nos queda más remedio que abundar en
nuestras confesadas limitaciones, lo que viene a reafirmar la justificación, una vez
más, de nuestro estudio.
48 Leyre Sáenz de Pipaón del Rosal
En efecto, desde una perspectiva plena de dudas y de desconfianza, pudiera
parecer sorprendente la alusión que hacemos a la fenomenología criminal si se
observa que se han cometido, con demasiada frecuencia, violaciones de los de-
rechos humanos en muchos Estados respecto de los que no se ha castigado a los
culpables ni se ha indemnizado a las víctimas, ni se ha dado publicidad a ninguna
sentencia acerca de los hechos ocurridos, para cuya comprobación basta con con-
sultar la minuciosa información que nos proporcionan los informes elaborados
en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Hablamos, tanto los referidos a Estados en concreto, como de los llamados te-
máticos; en particular, los destinados a la tortura, ejecuciones arbitrarias o suma-
rias y al fenómeno de las desapariciones, en los cuales se ofrece un breve resumen
de la situación del núcleo duro de los derechos humanos en todos los Estados del
mundo.
Son casi dramáticos los llamamientos que se realizan de continuo para que
se lleve a cabo el cese y la reparación de las violaciones de los derechos humanos.
Hablamos, pues, de delitos o de crímenes universales. Son hoy muy frecuen-
tes las proclamas, subrayando que:
“Stalin asesinó a veinte millones de soviéticos, pero que todos esos crímenes
eran justificados a la luz de una causa noble, lo que Bukharin llamó la manufac-
tura de hombres comunistas que daría lugar a una humanidad feliz 17… que estos
proyectos encontraron su más distinguido heredero en el Gran Timonel de la re-
volución comunista en China, donde Mao emprendió dos de las políticas más des-
tructivas de la historia: se ha contabilizado que provocaron entre veinte y treinta
millones de víctimas, lo que nunca implicó la menor preocupación para el líder.
Pol Pot que había estudiado en Francia y había leído a Voltaire y Víctor
Hugo, pero cuya inspiración política procedía de Mao, siguiendo el ejemplo de el
Timonel chino, llevó a sus Jemeres Rojos a atacar a la familia, los libros, la religión
y la cultura tradicional, con la justificación de que la destrucción daría lugar a una
sociedad rebosante de armonía y felicidad, todo lo cual para asegurar la pureza
de la revolución condujo a la destrucción de casi tres millones de ciudadanos.
Por su parte, la aportación de Hitler a las ideas de la pureza se basó en la
mezcla de tribalismo nacionalista y darwinismo social e higiene racial. El tribalis-
mo significaba la unidad de la raza, por tanto, la invasión de los espacios de otras
naciones habitadas por alemanes. El darwinismo sugería la imposición de la raza
fuerte sobre las débiles: el dominio germano en Europa. La higiene racial impli-
caba la protección del patrimonio genérico ario mediante una política de biolo-
gía poblacional.
Sin embargo, la maldición que todo ello supuso no ha eliminado de la ge-
nética humana el amor a una pureza uniforme, a una tribu perfecta, a una raza
17 Puede verse C. Alfieri, “Donald Rayfield: Stalin y los verdugos, una epopeya del
terror”, en Revista de Occidente, núm. 272, 2004, pp. 98 a 109.
Crímenes universales: prevención y propuestas de solución 49
elegida, a una ideología definitiva. Los hutus se embarcaron en un programa de
exterminio de todos los tutsis de Ruanda; en los Balcanes, serbios, croatas y bos-
nios idearon y aplicaron con extrema brutalidad programas de limpieza étnica,
el wahabismo islamista radical sueña con la creación de un nuevo Califato árabe.
En Francia, Austria y Dinamarca, algunos partidos políticos racistas hacen re-
ferencia a la pureza histórica de sus genes, proliferando los atentados antisemitas.
El presidente iraní minimiza el Holocausto y recupera las credenciales violenta-
mente antisemitas de su país. La hiperpotencia americana de instrumentalizar la
democracia como ideal sublime de sociedad perfecta 18, ostensible de ser impues-
to a los demás, terminará cayendo en una forma de delicado y refinado autorita-
rismo y su guerra antiterrorista sin cuartel acentúa esa tendencia” 19.
Precisamente, citando el libro de Tony Judt, titulado, Sobre el olvidado siglo XX,
F. de Azúa recuerda que el: “olvidado siglo XX ha sido uno de los más atroces de
la historia de la humanidad. Sus matanzas no pueden compararse, ni en cantidad
ni en calidad, a las añejas barbaridades. La gigantesca nube de horror del no-
vecientos tiene, además, una característica peculiar. A diferencia de los tiempos
antiguos, en el siglo XX se expande y domina una fuerza de choque ideológica
que desde el caso Dreyfus se denomina la intelectualidad, la cual se encarga de
justificar todas las salvajadas pretendidamente izquierdistas. De ahí el olvido y la
buena conciencia… la deshonestidad no afectó tan solo a los crímenes estalinis-
tas, maoístas o castristas…” 20.
Frente a este panorama apocalíptico, “no hay otra solución que superar el
principio de territorialidad del Derecho en consonancia con la naturaleza desmi-
litarizada de las amenazas a las que debemos hacer frente…” 21.
Pero, por mucho que se universalice el Derecho, este fenómeno se caracteri-
za porque acontece dentro de “intervalos de tiempo que apenas abarcan una vida
humana, incluso más cortos que el periodo de un cargo público de los actores, de
modo que los responsables son difícilmente confrontados personalmente, aun-
18 “Es el peor de los sistemas políticos, si exceptuamos a todos los otros. No hay más
modo de definir la democracia. La política es un mal. Siempre. Y, a finales del siglo XVIII,
las escasas sociedades civilizadas del planeta maquinaron ese modo de atenuar la potencia
homicida del Estado. Duró dos siglos. Sin extender demasiado su área de influencia: los Estados
Unidos, que la inventaron en 1776; Europa, que la adoptó a partir de 1789; alguna excolonia
británica… Y se acabó. El resto del mundo es hoy tan ajeno a ese refinamiento cuanto lo fuera
el hombre de las cavernas. Basta hacer un catálogo de los monstruos que se sientan en la ONU:
jamás en la historia de la especie humana tanto asesino gozó de tantos privilegios. Ha sido un
lujo ese pésimo sistema, el menos pésimo. Un lujo que se muere”, G. Albiac, “Si a esto llaman
democracia...”, Diario ABC, Opinión, 4 de noviembre de 2009, p. 10.
19 P. S. Blesa Aledo, “Ideología, pureza y minorías”, Diario ABC, Opinión, 30 de
diciembre de 2005, p. 6.
20 F. de Azúa, “A favor de la memoria histórica”, Diario El País, Opinión, 20 de febrero
de 2010, pp. 27 y 28.
21 D. Innerarity, “El regreso de los piratas”, Diario El País, Opinión, 29 de septiembre de
2009, pp. 27 y 28.

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