Femenino singular: algunas juristas españolas en primera persona

AutorJulián Gómez de Maya
Páginas231-247
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Femenino singular:
algunas juristas españolas en primera persona
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Entre las innúmeras miradas que cabe tender sobre las ausencias o presencias
de mujeres en el conjunto de profesiones jurídicas, acaso revista el mayor ali-
ciente reproducir con selectivos ojos la perspectiva que mejor pueda dar razón
de todo el drama oculto tras los datos y sus interpretaciones, sin duda ninguna
la de curso reflexivo –y así, por ende, privilegiada (Caballé, 1995, 37-38)–; o sea
la de las propias juristas concernidas, con recurso al caudal memoriográfico por
algunas de ellas alumbrado a partir del siglo XX en que lograron incorporarse al
ámbito laboral puesto sobre el tapete: entre otras, Clara Campoamor, Mercedes
Formica, María Telo, Pilar Jaraiz, Lidia Falcón o Cristina Alberdi cobran fecun-
do relieve dentro de la nómina allegada. Para mayor congruencia del intento,
se pretende huir de la desvirtuación de su protagonismo, por traslado a la voz
narradora del autor varón –inmemorial relegación femenina al silencio–, prefi-
riendo en lo hacedero la cita textual de los testimonios en su originaria primera
persona. Ciñen los expresados contornos unos alcances profesionales no poco
desatendidos analíticamente hasta hoy en la lectura de las autopercepciones li-
terarias de mujeres (Araújo, 1996, 181-190; Masanet, 1998, 19-32; Pacheco, 2004,
III, 407-12), desde luego con mucha menor focalización que otros de orden
político, artístico, íntimo o psicológico… (Scanlon, 1986, XVI-XVIII; Romera
Castillo, 1994, II, 140-8; 2009, 175-188; 2010a, 175-190; 2010b, II, 194; 2010c,
71-102; Mangini, 1997; Leggott, 2001; Folguera, 2006, 433-465). Dentro de ellos,
el segmento temporal abarcado comprende, en el plano histórico, desde la
Segunda República hasta el restablecimiento democrático al cabo de cuarenta
años, rumbo hacia una mudanza de centuria y milenio donde, salvo voluntario-
sos ajustes normativos, sobre el terreno de las mentalidades y actitudes apenas
se aligera, con no pocos costos para sus víctimas, el peso de tantos lastres retar-
datarios; y ya en esta esfera personal, hallarán cabida tanto el período vital for-
mativo –a manera introductoria– rastreable en aquel elenco recabado como el
subsiguiente proceso de inserción funcionalmente activa en los diversos medios
jurispericiales.
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1. VOCACIÓN UNIVERSITARIA
La más veterana entre las juristas congregadas –nace en 1888–, Clara Campoamor,
irrumpe en el mercado laboral atenida a otras ocupaciones y, solo en estado de in-
gresar en la universidad ya penetrada la treintena, viene al tiempo a encontrarse
por fin culminado el sinuoso dédalo de reales órdenes que, más allá de admitir a
las mujeres en los estudios superiores, primero como simples oyentes, después con
su matrícula en regla, conviene –no sin las mayores reticencias– en extenderles el
merecido título oficial acreditativo (Flecha García, 1996, i. t.). Quizás no haya nada
más plástico de las postergaciones que nos va a denunciar enseguida la elocuente di-
putada que aquella estrambótica, pero heroica imagen de quien luego fuera eximia
penalista sin menester bendición oficial alguna, Concepción Arenal, oyente en traje
de varón al petrificado abrigo de las aulas complutenses (Caballé, 2018, 127). La ex-
periencia de vida con que cuenta a dicha edad la valedora del voto auténticamente
universal le lleva a evaluar este salto de nivel cualificatorio en toda su significación
pionera y esperanzadamente redentora para su sexo, hacia un pronunciamiento
unitario contra la injusticia ancestral, clarividente de
[…] que la libertad se alcanza por propio esfuerzo y personal labor; que el
camino para conquistarla lo iniciaba asimismo el hecho económico, por el que
fatalmente eran lanzadas a la actividad exterior numerosas mujeres […]; que
la lucha verdadera y fecunda de las mujeres para la conquista de sus libertades,
nacería después, cuando llevadas por la necesidad fuera del hogar a los pues-
tos secundarios y subalternos que en todos los Ministerios, Administraciones,
Bancos e Industrias iban preparando para ellas los varones, con el previsor
designio de encasillar en ellos a sus hijas, hermanas, sobrinas y algunas veces,
más de las justas, a sus amiguitas, fueran conociendo en esos puestos la avidez
masculina, su desdén por la mujer fuera del hogar y los ataques, postergacio-
nes y enemiga que del varón recibieran en su vida de trabajo, les enseñase la
necesidad vital de alzarse un día, resueltas y unidas, contra la injusticia. (Cam-
poamor, 2001, 20)
De momento, la reparación, apenas vislumbrada o incipiente, se perfila muy leja-
na –un día…– y los anhelos de Campoamor bien se echa de ver que fían en el largo
plazo ese alzarse de las mujeres para la conquista de sus libertades. Pasos de arranque
en esa travesía colectiva son los de estas primeras universitarias, como Dolores de
Palacio de Azara (1895-1989), algo más joven que Campoamor, pero predecesora
en el alma mater studiorum: aunque fue Letras su principal elección y dedicación,
cursó además Derecho entre Zaragoza y –al tiempo de doctorarse con una tesis his-
tórico-artística– Madrid. Ya percibe dificultades en cuanto trata de acceder “[…] al
Instituto, donde sólo van los chicos […], donde en aquella época no iba ninguna
mujer”; en él ha de escuchar de los profesores lindezas tales como que “el oficio de
las mujeres es fregar platos y hacer calceta”; mas a todo se sobrepone la combinada
energía de la protagonista y de sus valedores más próximos: que “yo deseaba seguir

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