La evolución de la semiótica: un lenguaje común para las humanidades y las ciencias sociales

AutorManuel González de Ávila
Páginas210-214

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A lo largo de su historia, la semiótica ha conocido algunas dificultades que no hacen sino aumentar su interés. Citemos, sin ir más lejos, cierto déficit de institucionalización y la desconfianza -más bien injustificada- que hacia ella han manifestado los representantes más tradicionalistas de las humanidades, para quienes la semiótica era una competidora advenediza, atacada de cientismo y proclive a sembrar la duda sobre la consistencia de sus venerables saberes. Así por ejemplo, los filólogos la temían justamente por su elevado rendimiento en el análisis literario, que podía poner en evidencia la frecuente superficialidad del rutinario «comentario de textos» escolar; y los historiadores del arte recelaban de su habilidad para describir las estructuras objetivas de las obras plásticas, que tal vez reenviase a la mera erudición los ejercicios de interpretación cultural de la iconología. Hoy parejo rechazo ha perdido intensidad, acaso porque los humanistas convencionales están ocupados combatiendo el auge programado de los estudios culturales, cuya arbitrariedad y volatilidad hacen retrospectivamente buenos el rigor metodológico y la ambición teórica de la semiótica, de la ciencia del sentido. Y también porque la disciplina semiótica se ha dotado en parte de otros objetivos: si antaño escogió estudiar los mitos, el folclore y los cánones literario y artístico, desde hace un par de décadas atiende a los productos de la neocultura tecnológica (audiovisuales, cibercreación, arte multimedia, etc.), de suerte que ya no se enseña ni se practica sólo ni principalmente en las Facultades de Letras, sino sobre todo en las de Comunicación y Ciencias Sociales. Este desplazamiento institucional viene acompañado por otro geocultural: aunque la Europa continental (Francia, Bélgica, Italia, Rusia, Dinamarca, Suecia, etc.) sigue siendo cuna de renovadas generaciones de investigadores cualificados, el mundo anglo-sajón (Canadá, Australia, Reino Unido; en USA se ha dado cierto retroceso) comienza a hacerle la competencia en el mercado de semiólogos de referencia; eso sin contar con que la difusión de la semiótica en Iberoamérica (Brasil, Argentina, México, Venezuela, Perú, etc.) deja en mantillas su implantación en España, donde la disciplina aún tiene que luchar contra ciertas resistencias conservadoras o, lo que resulta incluso más habitual, contra la simple ignorancia. Parece evidente que dicho doble cambio de inscripción de la semiótica, en el mapa académico y en el mapa geográfico, responde a una estrategia de actualización de la misma capaz de garantizar a la vez su relevancia social y su sostenimiento económico. ¿Está entonces la semiótica apostando a caballo ganador, es decir escogiendo el corcel inglés y el hipódromo de la cultura de masas? Si así fuera, la Europa continental se lo tendría bien merecido, por no haber apoyado a fondo una investigación que se proponía -aun cuando éste sea un propósito comprometido, recuérdese el reciente affaire Sokal- combatir el alienante cisma romántico entre las «ciencias de la naturaleza» y las «ciencias del espíritu» (W. Dilthey), o, en términos remozados, entre las dos culturas, la científica y la humanística (Ch. Snow), o entre las tres epistemologías, las de las ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades (W. Lepenies, J. Kagan). Ahí va un botón de muestra: durante los mismos años en los que las neurociencias y la genética (ciencias naturales) estaban demostrando experimentalmente la legitimidad de dos principios básicos de la mejor semiótica (ciencia social), el papel antropogenético de la mimesis y la decodificación intencional que los hombres hacen de los signos y los actos del otro, las humanidades (la teoría de la literatura, la estética, la filosofía) se dedicaban a especular anti-mimética y anti-intencionalmente sobre los documentos de cultura, como si éstos no hablaran más que de sí mismos y lo hicieran sin la menor sensatez, despojándolos así de su profundidad y de su relevancia antropológica.

Por fortuna, los semiólogos resistentes han mantenido vivo el espíritu de la disciplina también en la Europa de las humanidades, y ahora comienzan a desperezarse y a tomar de nuevo posiciones en los campos científico e intelectual. Aportaré, sin ánimo de exhaustividad, un puñado de datos sobre las resurgentes (¿insurgentes?) actividades semióticas entre nosotros. En septiembre de 2009 se celebró en La Coru-

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ña el X Congreso mundial de la IASS (International Association of Semiotics Studies), que se hizo coincidir con el XIII Congreso de la AES (Asociación Española de Semiótica). Esta última asociación se ha reorganizado y creado su propia página web, disponible en www.semiotica.es, que viene a sumarse a las activas páginas de las asociaciones francesa, www.afssemio.free.fr, e italiana, www.associazionesemiotica.it; así como, naturalmente, de la citada IASS o casa-madre de todos los semiólogos, www.filserver.arthist.lu.se/kultsem/AIS/IASS/, y a...

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