La formación ética de la identidad en contextos multiculturales

AutorAntonio Ramón Cárdenas Gutiérrez
Páginas315-325

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LA FORMACIÓN ÉTICA DE LA IDENTIDAD EN CONTEXTOS MULTICULTURALES

ANTONIO RAMÓN CÁRDENAS GUTIÉRREZ*

1. Postmodernidad, globalización y flujos migratorios

Los estudios sobre la postmodernidad analizan los diferentes ámbitos que la conforman, así como la polémica sobre la continuidad y discontinuidad entre modernidad y postmodernidad, intentando con ello llegar a la intelección de la misma (Vattimo, 1996; Tenzer, 1997). Sin embargo, el fenómeno de la postmodernidad se nos presenta difuso, vago, difícil de precisar, lo que ha planteado la certeza de que nos encontramos en una nueva etapa histórica, aunque su perfil se nos ofrece impreciso, laxo y amplio permitiendo multitud de disquisiciones al respecto. Está claro que vivimos en una nueva sociedad surgida de las transformaciones profundas producidas por los excesos y fuerzas antagónicas del mundo moderno.

Siendo conscientes del riesgo que conlleva reflexionar sobre la postmodernidad en un espacio tan limitado como el presente, nos atrevemos a ofrecer unas pinceladas de nitidez para poder vislumbrar las implicaciones de la postmodernidad. Ésta delibera sobre la plena confianza en la aplicación de la tecnología y la ciencia al desarrollo humano, y cuestiona el posicionamiento moderno de un desarrollo infinito basado en el positivismo. A su vez, reflexiona sobre la pluralidad del sentido de la historia, criticando el pensamiento universal aceptado en la modernidad y haciendo aflorar una racionalidad sensible a la polisemia y a la diferencia. Con todas sus ambivalencias, la postmodernidad ha significado un giro en el desarrollo de la humanidad, dejando atrás la imperturbable racionalidad moderna y permitiendo la aparición de nuevos espacios y posibilidades en la sociedad (Dávila, 2004).

* Universidad de Sevilla.

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Nos encontramos ante transformaciones que están produciendo un cambio radical en nuestros hábitos de vida, generando una actitud de desconcierto ante la realidad compleja en la que nos hallamos viviendo. Este cambio social enmarcado dentro del fenómeno de la globalización, ha sido objeto de estudio por diversas disciplinas desde hace décadas, llegando a la conclusión de la progresiva y creciente celeridad del mismo en el último siglo. La globalización es una tendencia que surge con energía en la sociedad postmoderna. La tarea de delimitar este concepto se nos ofrece como una ardua empresa que nos arroja a la complejidad de su análisis, pero no cabe reserva al definir la globalización como un fenómeno eminentemente económico, aunque también está conformada por otros aspectos. Dentro de ésta, existe una variada gama de estudios de distinta índole que nos ofrecen datos económicos que deslegitiman o favorecen el proceso globalizador de la economía (Torres, 2002; Estefanía, 2000; Cano, 2001; Noguera, 2003).

Desde una perspectiva más amplia y menos restrictiva que la económica, comprendemos la globalización como “la escala amplificada, la magnitud creciente, la aceleración y la profundización de los flujos y patrones transcontinentales o de interacción social” (Held y McGrew, 2003, 13). Esta concepción de la globalización amplía los horizontes de la misma, recogiendo no sólo las aportaciones de la economía, sino también los aspectos culturales y éticos. Con ello, las reflexiones y cuestionamientos sobre este fenómeno se nos presentan, todavía si cabe, más complejos. Por ende, defendemos una formulación más precisa de la realidad práctica de la globalización, esto es, la glocalización; entendida como “la habilidad de una cultura para asimilar en sí misma y en el propio país aquellos aspectos de otras culturas, y de la globalización misma, que pueden contribuir al crecimiento y diversidad de esa cultura, sin por ello aplastarla o hacer que pierda su propia identidad” (Altarejos, 2004, 34).

En este sentido, hablamos de integración de “los otros”, pero no en esta sociedad, sino en otra distinta que tenemos que configurar a partir de las aportaciones culturales que nos ofrezcan “los otros”, trascendiendo el enquistamiento y la parálisis que se pueda producir en la cultura dominante por el rechazo a otros componentes culturales distintos (Ortega, 2004). Está claro que el desarrollo de esta nueva sociedad traerá desacuerdo y confrontación, pero éstos no deben ser vistos como puntos negativos dentro del pluralismo de la sociedad democrática y liberal, ya que el disenso es un elemento enriquecedor en la cultura pluralista que nos abre las puertas de la diversidad cultural, alejándonos de la homogeneidad de una sociedad rígidamente estructurada y compacta (Bernal, 2002).

A principios del siglo XXI la globalización y los nuevos flujos migratorios son dos aspectos que perturban los ámbitos sociales, culturales, económicos y políticos de la sociedad postmoderna. Hablamos de nuevos

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flujos migratorios, ya que la migración ha existido a lo largo de la historia de la humanidad (Fermoso, 1992), pero lo novedoso se encuentra en la cantidad y velocidad con la que se desarrolla en la actualidad. La consecuencia más inmediata de este fenómeno migratorio, es la superación de la uniformidad y unanimidad cultural de la sociedad de antaño, dejando paso a otras culturas que requieren espacios de comunicación.

Los medios de transporte, las nuevas tecnologías de la información, la eliminación de ciertas fronteras y la libre circulación de mercancías y capitales, nos ofrecen una idea de la hipercomunicación existente hoy en día. Así pues, la facilidad para conocer los modos de vida de las distintas partes del planeta, así como las diferentes motivaciones –guerras, crisis políticas y económicas, desastres ecológicos, etc.– generan el desplazamiento masivo de personas en busca de un lugar digno donde vivir (Soriano, 2004). Sirva como muestra los siguientes datos estadísticos “el número de personas que viven fuera de su país de nacimiento es de 125 millones. Esta cifra es más del dos por ciento de la población mundial total. De estos 125 millones, el 52 por ciento se concentra en los países en vías de desarrollo; los países desarrollados reciben solamente a 56,7 millones” (Niessen, 2000, 26).

Sin embargo, los países receptores cada vez constriñen más la entrada de emigrantes en sus países. A este respecto, siguiendo las aportaciones de Ferrán Ferrer (2004) recordamos los dos tipos de políticas de acogida que dan respuesta a la situación de los inmigrantes en la Unión Europea. Un primer tipo, “destinadas a facilitar al máximo la nacionalidad de los inmigrantes con el fin de que una vez obtengan la misma adquieran los mismos derechos –y deberes– que el resto de la ciudadanía (...) Un segundo tipo de política estaría encaminada más bien a...

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