La estrategia defensiva en la causa del protegido de los Lúculo

AutorGema Polo-Toribio
CargoÁrea de Derecho Romano, Universidad de Castilla-La Mancha
Páginas1-18

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1. Introducción

Este documento de trabajo es el resultado de un profundo ejercicio de reflexión llevado a cabo sobre gran parte del material preparatorio del que nos servimos para la realización de otros dos trabajos anteriores a éste e, incluso, sobre alguna documentación que en su momento no llegué a incluir en ellos, por considerar que merecían un tratamiento más especial.

El primero de estos trabajos fue publicado en la Revista Italiana Diritto @ Storia, con el título “La pretendida prueba material en defensa del poeta Arquías” y el segundo de ellos, tuve la posibilidad de presentarlo el pasado mes de julio, en el foro del

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Congreso de la Sociedad Española de Estudios Clásicos: “Cicerón y la carta de ciudadanía a las letras”.

Ambos trabajos, a su vez, provienen de una de las líneas de investigación planteadas en mi Tesis Doctoral y que, por la importancia y amplitud de la misma, aún hoy queda abierta.

Se trata, en definitiva, del análisis de la causa seguida contra el poeta Arquías, por usurpación del derecho de ciudadanía que, defendida por Cicerón, pone en tela de juicio la propia eficacia de la inscripción en el censo romano.

Muchos son los aspectos, los matices que podemos extraer de la lectura de las fuentes. Interesantes los datos que nos transmiten y los hechos que nos narran. Hay que saber leer entre líneas y estar atentos también a lo que nos omiten, nos silencian, callan.

2. Semblanza de lucio licinio lúculo

Comenzaremos, en primer lugar, y de la mano de Plutarco, con una aproximación al miembro de la familia de los Lúculo más representativa en la causa de Arquías: Con Lucio Licinio Lúculo:

En lo que a Lúculo se refiere, –así comienza Plutarco el relato de este personaje histórico, en el marco de su obra “Vidas Paralelas(I, 1-4)- “su abuelo era de la clase consular y su tío por parte de madre era Metelo, llamado “Numídico”. Y por hablar de sus progenitores, su padre había sido condenado por peculato y su madre, Cecilia, tenía la mala fama de no vivir moderadamente.

El mismo Lúculo, cuando aún era un muchacho, antes de emprender la carrera política y conseguir algún cargo público, la primera empresa que acometió fue recusar al acusador de su padre, el augur Servilio, al hallarle cometiendo injusticia contra la ciudad. El asunto les pareció brillante a los romanos y aquel juicio estuvo en boca de todos, pues se consideró heroico (…)”.

Lúculo, comenta Plutarco (I, 4-9), “se ejercitó en hablar con soltura en latín y griego, tanto que Sila, al redactar sus memorias, se las dedicó a él, como el hombre que

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ordenaba y disponía mejor la historia. Pues su discurso no era sólo útil para el negocio y ventajoso, como el de otros en el foro, sino también: “impetuoso como el atún que agita la mar”, mientras que cuando no estaba en la plaza pública se volvía “seco, sin elegancia, muerto”.

Pero él, desde que era un muchacho, se dedicó a la educación llamada “liberal” para buscar la belleza. Cuando se hizo mayor abandonó su pensamiento (…) desarrollando su lado más teórico, liberándose a tiempo y frenando su ambición, después de sus diferencias con Pompeyo. Y sobre su amor por las letras también se dice esto además de lo ya mencionado: siendo todavía joven, en una charla informal con Hortensio el orador y Sisena el historiador, que pasó a algo serio, acordaron componer un poema y una narración en griego y en latín y que él trataría la guerra mársica en la forma que le tocase en suerte. Y parece que el sorteo le asignó una narración en griego, pues se conserva una historia griega de la guerra mársica.

Hay muchas pruebas de su afecto hacia su hermano Marco, pero los romanos recuerdan especialmente la primera. Pues aunque era mayor que aquél, no deseaba ocupar el poder en solitario, sino que esperó hasta que llegó el momento oportuno”.

En el contexto de la descripción de la vida de Lúculo, Plutarco –XL, 1- hace referencia a que sus “banquetes cotidianos de Lúculo eran de nuevo rico, no sólo por los paños teñidos de púrpura, las copas engarzadas de joyas, los coros y los episodios recitativos, sino también por las preparaciones de todo tipo de platos de carne y otros dispuestos de forma lujosa se hizo acreedor de la envidia de los menos pudientes”.

A este respecto, nos cuenta Plutarco una anécdota según la cual, -XL, 2- “Pompeyo durante su enfermedad, al ordenarle el médico que comiera un tordo y como dijeran sus sirvientes que no podrían encontrarlo por ningún lado en la estación estival excepto donde Lúculo los criaba, no les permitió tomarlos de allí, sino que le dijo al médico “¿Con que si no viviera Lúculo con gran lujo, Pompeyo no habría de vivir? Y ordenó que le preparasen algo más sencillo de encontrar”.

XLI.- “Que Lúculo no sólo se complacía en este tenor de vida que había adoptado, sino que hacía gala de él, se deduce de ciertos rasgos, apunta Plutarco, que todavía se recuerdan. Dícese que vinieron a Roma unos Griegos y les dio de comer bastantes días. Sucedióles lo que era natural en gente de educación, a saber: que

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tuvieron cierto empacho, y se excusaron del convite para que por ellos no se hicieran cada día semejantes gastos; lo que, entendido por Lúculo, les dijo con sonrisa: “Algún gasto bien se hace por vosotros; pero el principal se hace por Lúculo”.

En otra de las anécdotas narradas por Plutarco sobre Lúculo –XLI, 3-, nos cuenta que “cenaba un día solo y no se le puso más que una mesa y una cena moderada. Molesto con ello, hizo llamar al criado y como éste le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó no querría una cena más abundante, le dijo: “¡Pues cómo! ¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”.

“Hablábase mucho de esto en Roma, continúa Plutarco –XLI, 4-7-, y viéndole un día desocupado en la plaza, se le acercaron Cicerón y Pompeyo, que iban paseando juntos. Cicerón era uno de sus mayores y más íntimos amigos, hasta el punto de haberle dedicado su segundo libro de “Académica”, pero, como enemigo que era de los epicúreos, siempre intentaba burlarse de Lúculo y de su modo de vida. Con Pompeyo, a pesar de haber tenido con él alguna desazón, a causa del relevo del mando de Asia menor, solían, sin embargo, hablarse y tratarse con afabilidad.

Saludándole, pues, Cicerón, le preguntó si era momento oportuno para pedirle un favor, a lo que Lúculo contestó que por supuesto. Entonces, Cicerón le planteó que su deseo era que Lúculo les invitara a cenar, pero solamente la cena que tuviera preparada para sí mismo. Cogido por sorpresa, Lúculo solicitó hablar antes con sus criados, pero sus amigos no se lo permitieron, porque podría cambiar las órdenes que tenía dadas. Lúculo entonces pidió permiso para decir a los criados sólo que cenaría en el salón Apolo (que era uno de los doce comedores de su mansión y uno de los más ricos salones de la casa), lo cual le fue concedido. Con este ardid consiguió organizar una cena digna de sus huéspedes, puesto que sus criados sabían, por el comedor que se usaba, cuanto se debía gastar en la cena. Lúculo tenía estipulado un presupuesto para cada comedor y el de una cena en el Apolo, suponía 50.000 dracmas: una auténtica fortuna. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso”.

Pues bien, desconocemos la fecha exacta en la que esta cena tuvo lugar, aunque sospechamos que debió ser antes del verano del 62 a. C., fecha en la que estos mismos tres...

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