Epílogo. Un repertorio de problemas de los abogados

AutorLuis Bueno Ochoa
Cargo del AutorAbogado
Páginas119-140
EPÍLOGO
Un repertorio de problemas de los abogados
«Nadie pregunta a los abogados si saben Derecho sino,
mucho más simplemente, si saben ganar pleitos: dos
vertientes que no coinciden necesariamente».
Alejandro Nieto, Testimonios de un jurista (1930-2017)
Comencemos reiterando, para terminar, que la misión de los abo-
gados consiste en tratar de resolver problemas ajenos asesorando, conci-
liando y/o defendiendo en juicio de manera que, resaltémoslo, la proble-
matización es inherente al elenco de funciones que dotan de contenido
a su rol profesional. Y problematizar, cuando el contexto natural en el
que se desenvuelven los abogados es el de la conflictividad, hace que la
proyección hacia otros –ad auxilium vocatus– no deje de revolverse, a su
vez, contra sí mismos. Su modus operandi es un continuo dinamizador
de problemas inscritos en la conflictividad interhumana que no se que-
da en los problemas de los otros sino que atraviesan, con frecuencia, la
coraza profesional y llegan hasta el fuero interno de la conciencia. Y es
que el desdoblamiento, llámese coartada, que distingue entre la faceta
profesional y la personal puede dejar de funcionar.
Relacionar un repertorio de problemas es tanto como admitir que
se incluyen unos, porque son los que están, pero eso no implica que
otros, que también lo sean, tengan que estar. En resumidas cuentas, el
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repertorio que va a constituir el núcleo de la exposición es, pues, incom-
pleto. No obstante, el carácter de numerus apertus que informa dicho
repertorio pretende ser elocuente porque lo que se busca es subrayar
el alcance de los problemas (en forma de preguntas canalizadas por la
duda) y no tanto el de las soluciones (que habrían de ofrecerse como
respuestas).
La distinción entre problemas y soluciones y otras más que partici-
pan, valdría decir, de un mismo aire de familia (refirámonos, por ejem-
plo, a la distinción orteguiana entre ideas y creencias, y también, cómo
no, a la recurrente confusión entre teoría y práctica que entronca con
la consabida división entre hombre de reflexión y hombre de acción), no
es concluyente, no puede serlo. Ahora bien, enfatizar en los problemas,
esto es, subrayar el alcance de las preguntas, podrá permitirnos no en-
callar y, quién sabe, si a fuerza de no encallar, evitar –o hacer todo lo po-
sible para no– encanallarse. Resuena, sigue resonando, constatémoslo,
la poetización heideggeriana, según la cual, «toda pregunta, un placer;
toda respuesta, un displacer».
El repertorio que va a ser glosado cuenta, por lo expuesto, con do-
ble virtualidad: no encallar y evitar el encanallamiento.
No encallar porque pensar que uno ya ha llegado a su destino, que
ya ha terminado, le hace estar de vuelta. Y solo se está de vuelta cuando
ya no se va hacia ningún sitio. No encallar es tanto como seguir, no dejar
de hacerlo porque, como nos proponía el cantor, se trata de «que no,
que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar
siempre de paso…».
Y, a su vez, evitar el encanallamiento porque las preguntas motori-
zan la sensibilización y son las que, en suma, permiten rehuir las solu-
ciones acomodaticias que inercial-inertemente tratan de esquivar cual-
quier cambio. Sensatez y sensibilidad, admitámoslo, van de la mano.
Unos conocimientos básicos de la lengua inglesa, la lingua franca de
nuestra época, lo ponen de manifiesto porque, bien mirado, aspirar a
una sin la otra y, viceversa, es algo de tan imposible realización como
«la cuadratura del círculo». También la inmortal novela de Jane Austen,
Sense and Sensibility (1811), corrobora una conexión, la de la sensatez

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