EPÍLOGO: La que huele a tomillo y a romero

AutorJuan Antonio Sagardoy Bengoechea
Páginas97-99

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Así1 titulaba Madariaga un vibrante poema refiriéndose a España con un emocionado coloquio con ella, en el que el poeta va desgranando los hondos rincones de España, con un rescoldo de pena por su unidad creadora. Hace unos días leía un delicioso libro del profesor García de Enterría, “Hamlet en Nueva York”, en el que hace unas bellas digresiones sobre dicho poema, resaltando cómo Madariaga va repitiendo y preguntando a España ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas? Rememorando los momentos y las ocasiones en que va descubriendo las esencias ocultas de la patria, ahora ausente: Santillana del Mar, Torrelavega, “los valles estrechos entre los montes honrados” vascos, el Ebro, Ripoll, las riberas del Segre, Tortosa, Valldemosa, las huertas de Valencia, Palos, las torres de Salamanca, León la romana, Burgos la épica, Ávila la mística, Segovia, Granada, Sevilla...

Y es que España como nos recuerda Enterría, como Roma o Grecia, ha sido durante más de mil años, algo de más entidad que una nación; ha sido una cultura entera, que traspasa siglos y continentes, la única universal, con la anglosajona, que en este siglo, que todo lo ha reducido, subsiste aún.

Afortunadamente hoy esa España ya no huele sólo a tomillo y a romero, sino también a figuras sobresalientes en el mundo del arte, de la literatura, del deporte; a poderosas empresas de amplia implantación internacional; a lugar civilizado de ocio y descanso; a pueblos cultos y cuidados y tantas cosas positivas más. Una figura tan respetada como Michel Camdessus decía no hace mucho que “ésta es la hora de España, la hora en que España siga sorprendiendo al mundo”.

Pero esta España tiene en los momentos actuales negros nubarrones sobre su identidad global, quizá porque, como dice González Antón, el español es seguramente el pueblo europeo que más ha debatido sobre su propio “ser histórico”. Está en la encrucijada de buscar el equilibro entre la unidad y la diversidad, porque la realidad de España como antigua “nación histórica” no tiene por qué entrañar unas estructuras

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políticas uniformes o un Estado centralizado. Pero la variedad histórica y cultural de sus elementos tampoco tiene por qué hipertroiarse (González Antón).

Nuestra Constitución de 1978 logró una fórmula muy razonable y equilibrada, al afirmar en su art. 2 la “indisoluble unidad de la Nación española”, garantizando a la vez el “derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”, reconociendo “la...

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