Epílogo: España, ¿un país sin frenos?
Páginas | 255-294 |
EPÍLOGO
ESPAÑA, ¿UN PAÍS SIN FRENOS?
1. INTRODUCCIÓN
No se busque en estas líneas un amplio diagnóstico ni una serie de
remedios mágicos que resuelvan los graves problemas institucionales
que aquejan a ese país llamado España. En los últimos años, y como
consecuencia de la profunda y larga crisis económico nanciera que se
inaugura entre nosotros a partir de 2008, a la que pronto se sumó una
crisis institucional de magnitudes desconocidas hasta ahora, han proli-
ferado los análisis de las enfermedades crónicas o de los males tempo-
rales que sufre el modelo constitucional inaugurado en 1978.
Más reciente es la aparición en la escena política española de una
crisis de gobernabilidad, fruto de las mutaciones del sistema de parti-
dos y de la bancarrota de la forma de gobierno parlamentaria, que se
maniesta principalmente ante la evidente dicultad de conformar ma-
yorías estables de gobierno en un escenario político muy fragmentado.
Pero eso es demasiado reciente aún, pues sus primeros e importantes
síntomas se han mostrado a lo largo de 2015, aunque sus secuelas se
extenderán en los años venideros.
Es cierto que, con mayor o menor frecuencia, se producen en España
voces corales que, desde diferentes ángulos de la intelectualidad, abor-
dan las dicultades endémicas por las que atraviesa el sistema político-
institucional o sus debilidades económico-nancieras, cuando no se
pone el acento en la cuestión social o en los sempiternos problemas de
articulación (o de falta de integración) territorial del Estado.
Aunque esas doctas opiniones se vienen dando a lo largo de la histo-
ria de los siglos y, así como en estos primeros pasos del siglo,
la intensidad de las mismas se ha acrecentado en determinadas etapas
históricas. Y en este punto ha habido dos momentos cumbre, por lo que
a nosotros importa. El primero se produce con la reacción del mundo
intelectual tras el desastre de 1898, que llenó innumerables páginas de
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reexión crítica sobre los problemas existenciales del país debidas a es-
critores, ensayistas o incluso algunos cientícos. Sin duda eran en su
mayor parte contribuciones de gran relieve literario y debidas a plumas
de prestigio del período.
El segundo momento cumbre —elegido un tanto interesadamente—
se proyecta sobre la etapa actual y es, por tanto, el que se produce como
consecuencia del desmoronamiento de las instituciones públicas tras la
reciente crisis económico-nanciera. En esta fase las principales apor-
taciones han partido del ámbito de la intelectualidad económica 1, del
mundo del Derecho público 2, así como algunas de tono periodístico o
incluso ha habido algún novelista de primer nivel que ha terciado en el
debate 3. Pero en estos últimos casos, a diferencia del desastre de 1898,
la mirada —salvo excepciones singulares— ha sido más corta y el rece-
tario mucho más instrumental 4.
Es verdad que hubo otro momento álgido a la hora de testar los ma-
les que aquejaban al país. Y este se sitúa en el período de Entreguerras,
aunque se proyecta también sobre el difícil momento de postguerra que
afrontó España tras 1939. Pero en su primera etapa ese movimiento re-
exivo de la intelectualidad española, cuyo gran baluarte fue, sin duda,
Ortega y Gasset, puede considerarse como una suerte de prolongación
temporal de los males que aquejaban a este país tras el desastre de -
nales del. Y, en su segundo período, se trató de una literatura de
ensayo que fue obra de la intelectualidad de los exiliados republicanos,
con alguna excepción de aquellos que fueron disintiendo del régimen
franquista y buscando tender unos puentes que habían quedado abso-
lutamente rotos entre las «dos Españas». Aparte de las innumerables
obras que vieron la luz como representación de esta segunda etapa, no
puede aquí sino resaltarse la contribución de Julián Marías a este im-
portante debate, especialmente a través de un opúsculo que centra de
1 Véanse, por ejemplo, los libros de C. M (Qué hacer con España) o de L. G
(El dilema de España). También tiene interés el libro editado por el colectivo «Nada es Gra-
tis», por traer a colación solo algunos ejemplos. Estos trabajos centran su análisis no solo en
cuestiones económicas, sino también en la dimensión institucional de los problemas que es
la que aquí interesa. Más reciente, C. S, España estancada, Galaxia Gutemberg, 2016.
Allí deende la tesis de que España es, actualmente, un «Estado clientelar», apreciación que
coincide con lo que aquí se expone, aunque su enfoque es esencialmente económico, si bien
trata adjetivamente la Administración Pública. No se remonta, sin embrago, a las causas his-
tóricas del problema.
2 La aportación más relevante, sin duda, aunque no la única, es la de S. M M-
, en su libro Informe sobre España, especialmente en sus capítulos primero y último
donde describe magistralmente el desmoronamiento del sistema institucional derivado de la
Constitución de 1978 por la captura de esos órganos por unos partidos y unos hábitos insti-
tucionales poco edicantes.
3 Ese ha sido el caso, por ejemplo, de Antonio M M, en su libro Todo lo que
era sólido, Seix Barral, 2013. Más recientemente, V P, ha tomado el pulso también a
la situación política en su libro Fatiga o descuido de España, Madrid, Galaxia Gutenberg, 2015.
Desde una óptica más periodística tiene interés asimismo la aportación de J. A. Z,
Mañana será tarde. Un diagnóstico valiente para un país imputado, Barcelona, Planeta, 2015.
4 Algo que censura, por lo que afecta a las obras de contenido económico, J. I. C, en
su libro Cómo acabar de una vez por todas con los mercados. Bilbao, Deusto, 2014.
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forma impecable uno de los problemas peor entendidos de nuestra pro-
pia convivencia: la Guerra Civil 5.
La pregunta que encabeza este Epílogo es, sin embargo, pertinente,
pues trata de explicar por qué el sistema político-institucional que nos
hemos dotado en estos dos últimos siglos no se adecua a uno de los pi-
lares básicos de cualquier modelo constitucional, como es el de no solo
diseñar sino sobre todo garantizar que la arquitectura de separación de
poderes actúe realmente como freno del poder. No es cuestión de reiterar
lo expuesto, pero sin tales frenos el poder se transforma con facilidad
en despótico. Es preocupante la impotencia que hemos mostrado para
dotarnos a lo largo de estos doscientos últimos años de sistemas insti-
tucionales que supongan un límite efectivo al ejercicio de ese poder por
parte de cualquier nivel de gobierno y de cualquier gobernante. Causas
las hay, pero no son ninguna excusa. Más bien nos retratan como pueblo
indolente y poco amigo de principios básicos de cualquier moderno sis-
tema institucional comparado como son la objetividad, la imparcialidad,
el mérito o la responsabilidad, por solo traer a colación algunos.
No se trata en ningún caso de repetir cosas ya expuestas. Solo se pre-
tende poner el acento en aquellos puntos que nos ayuden a comprender
cómo hemos llegado aquí y nos permitan dibujar con trazo grueso a
forma de esbozo cuáles podrían ser algunas de las medidas paliativas
para mejorar, siquiera sea gradualmente, los defectos de fabricación que
ofrece ese sistema político-institucional que padece unas fuertes dosis
de subdesarrollo o de retraso secular.
Para lograr ese ambicioso objetivo cabrá detenerse primero en identi-
car cuál es el legado institucional que el sistema político-constitucional
de 1978 ha recibido. Con ese n se hará un breve (e incompleto a todas
luces) repaso histórico, a través del cual se puedan detectar algunos de
los puntos neurálgicos en los que residen los problemas que actualmente
están enquistados en las instituciones del sistema político-constitucional
español. La base de este análisis serán las líneas expuestas en las páginas
anteriores, centrando la atención en la nula vigencia efectiva del principio
de separación de poderes, así como en la inviabilidad del sistema de con-
troles en el ejercicio del poder durante el frágil, intermitente e incompleto
proceso de conformación del Estado liberal en España.
Sin embargo, esa perspectiva es muy poco útil en algunos momen-
tos, ya que la accidentada historia político-constitucional, así como la
existencia de largos períodos de gobiernos de factura conservadora-
reaccionaria, o incluso de varias décadas de dictadura, conforman un
escenario institucional muy diferente al que existió en buena parte de
las democracias avanzadas de nuestro entorno. Hubo, es cierto, mo-
mentos en que nuestras diferencias con los países del entorno más in-
mediato no fueron formalmente muy amplias, pero también existieron
largos períodos históricos en los que las distancias entre nuestra situa-
5 J. M, La guerra civil. ¿Cómo pudo ocurrir? (Prólogo de J. P. F), Madrid, Fórcola, 2012.
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