Violencia de género y su manifestación en el entorno laboral. Consideraciones psicológicas

AutorAdelina Sánchez Adeva
Cargo del AutorPsicóloga Clínica
Páginas119-146

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El maltrato psicológico a la mujer en el ámbito laboral se entiende como consecuencia social, educativa, económica y política, por el apoyo y defensa demagógica de supuestos principios axiomáticos o criterios basados en sinuosos sofismas, sobre el supuesto lugar que la mujer debe ocupar en el orden de las cosas.

Realmente, el maltrato psicológico en el ámbito laboral se produce contra hombres y contra mujeres como comportamiento violento doloso, si bien es cierto que al profundizar en su estudio se descubren características diferenciales significativas entre sexos. Para empezar, de las personas que son objeto de psicoterror laboral el 70% son mujeres y el 30% son hombres, según un estudio realizado en Francia por Marie-France Hirigoyen; estas diferencias se suavizan en los países escandinavos y Alemania por su contexto sociocultural, que apoya la igualdad de oportunidades entre sexos con más convicción que en los países mediterráneos, en los que, con frecuencia, se interpreta la adjudicación de un puesto de trabajo a una mujer, como la condena de un hombre al paro.

Otra característica diferencial es la que enlaza con la violencia de género justificada desde una proyección patriarcal. Ésta se manifiesta como la potestad de supremacía que el hombre ejerce sobre la mujer y en base a la cual le otorga el derecho de someterla a un papel de subordinación, tanto moral como funcional, y a recordarle cuando intenta ejercer su derecho de igualdad, que existe un amplio y tenebroso margen de clandestinidad en el que el hombre puede vulnerar sus derechos, con el apoyo de compañeros de trabajo sordos, ciegos y mudos funcionales, el propicio despacho a puerta cerrada, o la alta dirección permisiva, trivializadora y connivente el con el maltratador psicológico laboral.

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Un fenómeno interesante es el posicionamiento de la mujer. En este sentido hay que reconocer que, paradójicamente, una franja importante de mujeres ha favorecido en el pasado y favorece en la actualidad la aceptación y asimilación de estos modelos patriarcales de supremacía masculina, tanto en el ámbito familiar como laboral.

A muy pocas personas le resulta extraña una expresión del tipo: "le hicieron la vida imposible para que se marchara de la empresa". Este tipo de iniciativas de estrategia empresarial se ha venido asumiendo como algo "normal" para evitar el coste de la indemnización por despido improcedente: el trabajador se marcha voluntariamente y, por lo tanto, sólo tiene derecho a la liquidación de sus haberes con relación al año en curso.

Al margen de lo ilícito del procedimiento ¿Realmente es rentable para la empresa prescindir de ese trabajador? Y si no lo es ¿por qué se hace o por qué se permite? Estos interrogantes nos llevan a considerar que, en la cultura empresarial, se aceptan como válidas determinadas motivaciones que, desde luego, nada tienen que ver con un propósito de rentabilidad para la organización.

Llegado este punto, cabe distinguir ciertos matices entre las motivaciones y el estilo de acoso o maltrato psicológico ejercido contra el hombre y el que se ejerce contra la mujer. Al hombre se le demuestra que, desde el plano de la competitividad, se le vence y se le humilla por lo que hace; a la mujer, además, se la doblega en un proceso salpicado de continuas referencias peyorativas a su género, y no tanto por lo que hace, sino por lo que es.

Después de esta aproximación y para comprender el desplazamiento de patrones de los comportamientos agresivos de género al ámbito laboral debemos profundizar en determinados aspectos.

Factores sociales y mecanismos psicológicos de consolidación del dominio del hombre sobre la mujer

Los derechos que emanan de la superioridad de unos grupos sociales sobre otros se vienen admitiendo como principios axiomáticos sin que exista una argumentación que supere los más simples condicionantes de la lógica. A las características biológicas diferenciales del hombre se le han atribuido connotaciones de superioridad y dominio, mientras que en el caso de las de la mujer se les atribuye las de subordinación o complementariedad con relación, por supuesto, a las del hombre. Desde luego, no existe base ló-

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gica ni científica para tales planteamientos, sin embargo, y a pesar de ello, se han mantenido en el transcurso de la historia y se han utilizado como argumento para justificar la concesión de derechos al hombre en detrimento de los derechos de la mujer.

Los grupos sociales y políticos juegan un papel importante en el mantenimiento de estos criterios. El predominio del modelo patriarcal de familia, legitima el poder absoluto del hombre cabeza de familia o hijo mayor sobre el resto de los miembros, especialmente sobre las mujeres que carecen prácticamente de cualquier derecho y asume todas las responsabilidades domésticas y de educación de los hijos, desde luego, con el criterio y la super-visión de la figura del patriarca, a cambio de una dudosa protección y del reconocimiento, debidamente alimentado, de aquellas características atribuidas en exclusividad a la mujer que tienen que ver con la afectividad desbordada, lo intuitivo, lo impulsivo y la emotividad irracional.

El modelo patriarcal de relación familiar tiene raíces profundas en la cultura Oriental y Mediterránea sus religiones se vertebran a partir de este concepto. El Islam o el Cristianismo con su materialización en la religión católica están impregnados de este modelo de relación que adquiere el respaldo del mandato divino. En el Génesis se atribuye a la voluntad divina, que la mujer parirá los hijos con dolor y la condena a ser dominada por el hombre. Tertuliano, primer escritor cristiano en lengua latina, en su Tratado sobre el ornamento de las mujeres, recomienda que su indumentaria sea de luto y su actitud llorosa para redimir así su pecado de haber condenado al género humano; también la acusa de violar la ley divina, de corromper al hombre y de ser la causa de la muerte de Jesucristo.

El monoteísmo de Israel o el cristianismo conservan una especie de reverencia y respeto hacia la mujer, siempre que esté referido a su función maternal, como posibilitada del ciclo de la vida y vehículo de la capacidad fecundadora del hombre que cobra una importancia decisiva con el nacimiento del Dios único que diviniza los fenómenos de la naturaleza y que es revestido de atribuciones paternales.

Otro elemento de control y simbolismo del sometimiento es la exaltación de la virginidad en la mujer como trofeo o recompensa debida al hombre, condición para que le conceda el privilegio de considerarla su propiedad, junto con la dote que debe aportar.

El papel y la consideración que, por ejemplo, la religión católica reserva a la mujer se puede observar en el hecho de que éstas, constituyen la afluencia mayoritaria en los templos, con relación al hombre, en el cumpli-

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miento de los ritos, mientras que son hombres, revestidos de distintas dignidades en un modelo jerárquico, los que deciden organizan y controlan sobre la doctrina, adjudicando a la mujer una posición subordinada y receptora. También le atribuye cierta dualidad en su naturaleza representada por la imagen sumisa y maternal, en la que la sexualidad sólo tiene razón de ser en su aspecto reproductor y, en otro sentido, la que reclama el derecho a elegir otra forma de vivir y otros valores. Dependiendo de dónde se posicione la mujer, será acreedora de la recompensa divina por desempeñar la función que le ha sido asignada, o será clara candidata a la maledicencia y a los castigos bíblicos.

El efecto devastador sobre la capacidad cognitiva de la mujer que producen siglos de educación en este modelo de sometimiento, ha posibilitado que desarrolle una especie de Síndrome de Estocolmo en virtud del cual se identifica con la religión y la defiende, a pesar de que ésta ejerce una decidida influencia negativa sobre su dignidad y sus derechos.

La obligación moral que la religión atribuye a la mujer sobre el cuidado de familiares ancianos o enfermos, fomentando la abnegación hasta niveles de sacrificio que niegan cualquier tipo de consideración sobre sí mismas, se ha incorporado socialmente por razones prácticas y económicas. En la organización familiar, la mujer asume, en régimen de dedicación exclusiva y en solitario, las responsabilidades de cuidadora, educadora, limpiadora, administradora. Con este planteamiento se materializan varias situaciones discriminatorias: se priorizan los derechos de formación, trabajo, ocio, etc. del resto de los miembros de la familia, fundamentalmente de los hombres; se ahorra el sueldo de una persona contratada para esta función y, por lo tanto, se limita la proyección profesional de la mujer; se pospone la puesta en funcionamiento de medidas de apoyo de carácter social por parte de los gobiernos porque, desde una perspectiva política, supondría coste económico para proveer de medios y, electoralmente, porque la mujer accedería con más facilidad al mercado laboral y las cifras de paro aumentarían. No obstante, los políticos manejan esta situación impulsando o ralentizando avances en función de la conveniencia del momento y de la ideología.

En España tenemos un testimonio claro y condensado de cómo la política ha tenido una clara responsabilidad en la situación social de las mujeres. Hasta la caída de la monarquía con Alfonso XIII, la situación de la mujer era sencillamente arcaica. El gobierno republicano-socialista realiza un...

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