La enseñanza del Derecho en los Estudios Superiores del Escorial

AutorJuan Ramón Rodríguez Llamosí
CargoMagistrado-Juez Decano de los Juzgados de Alcorcón (Madrid)
Páginas299-322

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I Justificación

El 26 de abril del año 1336, el joven Petrarca, que tenía entonces la edad de 32 años, subió a la cima del monte Ventoux en la Provenza francesa y, desde allí, contempló una imagen que le dejó extasiado. Llevaba bajo el brazo un libro, lo abrió al azar y allí leyó este párrafo: “Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos”.

El texto pertenece al último párrafo con el que San Agustín concluye el capítulo 8 del Libro X de Las Confesiones, y cuyo contenido impactó de tal manera a Petrarca que emprendió el descenso de la montaña en un silencio profundo. De noche, escribió una carta al monje agustino que le había regalado ese libro, donde presenta la ascensión a la montaña como una verdadera alegoría de la vida humana.

Al igual que Petrarca, haber alcanzado en este año 2013 los veinticinco años desde que terminé mi licenciatura en Derecho, y contemplar desde la cima de lo vivido, lleno de agradecimiento y admiración por las personas y lugares conocidos y sobrecogimiento ante el paso veloz de la vida, provoca en mí un movimiento interior que va desde el sentido visual hasta el corazón, desde la percepción hasta la reflexión, desde el hecho hasta la memoria.

Subir a la cima de estos años implica incrementar la capacidad visual y temporal para poder analizar, de forma mucho más amplia, la natura naturata de la que hablaba Spinoza que se despliega múltiple ante uno. Y lo vivido enseña que no son ya los ojos los que miran, sino el corazón el que percibe una realidad diferente a la que aquellos ven, una realidad que apunta hacia el interior, hacia las circunstancias individuales, hacia los afectos. Es la añoranza del pasado, la reflexión de lo vivido, la memoria de lo conocido que perciben los sentidos.

Este ensayo que titulo “La enseñanza del Derecho en los Estudios Superiores del Escorial” no pretende ser una alegoría de la vida humana, aunque en ella se hable de personas (de Rectores implacables y Decanos ejemplares, de profesores inolvidables, de alumnos brillantes y de compañeros queridos).

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Tampoco quiere presentar la historia de la enseñanza del Derecho en los Estudios Superiores del Escorial como una ascensión a una montaña, aunque se narren hechos y fechas que marcan los pasos de una escalada. Sólo intenta ser una introducción al conocimiento del alma jurídica de quienes han ido haciendo posible durante más de cien años que la enseñanza del Derecho en El Escorial sea, no sólo una forma de trabajar, sino una forma de vida humana. En definitiva, no olvidar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

Tampoco esta reflexión tiene un destinatario concreto porque no importa a quien va dirigida. Está escrita con un ojo mirando al pasado y el otro al horizonte; con una mano puesta sobre los textos de los maestros y la otra asida a la sotana de los recuerdos, como un niño se agarra fuerte a la falda de su madre; con un oído puesto sobre la vida que velozmente huye, y el otro escuchando el corazón del pasado que late bajo la piel de aquel joven que fui, educado en las teorías, en las doctrinas, en las ideas de aquellos sabios maestros agustinos juristas.

En estos veinticinco años desde mi licenciatura en Derecho he llegado a una cima en la que he visto las dificultades de la trayectoria, he aprendido los trabajos de la vida, he querido lo favorable y lo adverso como algo inevitable del devenir de la existencia e inicio el descenso en silencio profundo y soledad circunstancial, sin juventud pero con madurez, con pasos más lentos pero más seguros, y como Petrarca tomo la pluma para escribir no sólo de lo de ayer, sino de lo de hoy, porque pasado y presente forman parte de ese tiempo en el que, como decía Heráclito, todo fluye (pantha rei), y dejo que la tinta discurra por el cauce del papel con amor, pero sin apasionamiento, acerca de mi despertar a la ciencia jurídica de la mano de aquellos sabios e inolvidables maestros, acerca del sentir lejano que se hace cercanía de los amigos y compañeros, acerca de los hechos, los textos y las palabras, y de los paisajes vistos con el ojo interno a la luz de la vida. Y es que las piedras del Escorial, las vidas de todos y cada uno de los maestros juristas agustinos, los recuerdos de los compañeros y amigos, moradores en la casa de los Estudios Superiores del Escorial, madrastra de piedra con corazón armónico de orden, de silencio, de esfuerzo, se han hecho historia personal propia.

II El ayer. Los orígenes de la enseñanza del derecho en el escorial

El 20 de diciembre del año 1892, tras siete años de estancia en el Monasterio del Escorial, del que se hicieron cargo el 1 de julio de 1885, y con la aprobación y protección de la Reina regente Doña María Cristina de Habsburgo Lorena1,

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los agustinos ponen en marcha en el edificio de La Compaña2, antiguo almacén y hospedería de los jerónimos, los Estudios Superiores del Escorial tomando el nombre de la Reina regente por ser la que impulsó y patrocinó la fundación para impartir, tal y como estableció en su punto primero el Reglamento de 1892, entre otras, las asignaturas correspondientes a la Facultad de Derecho hasta la licenciatura universitaria, ejercer la laboriosidad científica y practicar las virtudes cristianas que establecía la Reina fundadora como garantía de acierto en los profesores universitarios3.

Son años en que soplan los vientos regeneracionistas del proyecto liberal de la “Restauración” de 1875 que surgió en España después de más de sesenta años de pronunciamientos anticonstitucionales y actitudes contrarias a cualquier modo estable de convivencia ciudadana, proyecto para el que era necesario conciliar grupos rivales y tener mucha fe4. No en vano, Ortega y Gasset llegaría a definir la Restauración como corrupción organizada que culmina con la detención de la vida nacional, pues es un panorama de fantasmas, y Cánovas, el gran empresario de la fantasmagoría5. Algo visto de manera muy diferente, en cambio, por Gregorio Marañón quien diría que “una de las grandes épocas del genio español es la que nace con la Restauración y se hincha como una ola magnífica, alcanzando su plenitud en la Generación del 98 y en las que viven el primer tercio de nuestra centuria; es ésta una época de esplendor del alma española; época que por moverse en un clima de libertad no puede designarse con otro signo que el del liberalismo, con vocación de aventura salvadora frente a los nubarrones del Desastre6.

A pesar de las dispares versiones, la situación política y social apuntaba a un regeneracionismo de la vida nacional con la restauración de una dinastía

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destronada y el abandono de las razones y causas que habían llevado al destronamiento isabelino. Quizá, por eso, el entonces Príncipe de Asturias e inminente rey Alfonso XII publicaría el día 1 de diciembre de 1874 el Manifiesto de Sandhurst, cuyo propósito era “nunca dejar de ser buen español, buen católico, hombre de siglo y verdaderamente liberal”.

Los agustinos habían llegado al Escorial en agosto de 1885 y en noviembre de ese mismo año moría inesperadamente el joven rey Alfonso XII, con lo que el sistema de la Restauración experimentó una conmoción y los sectores carlistas e integralistas ejercieron una presión para derribar el sistema constitucional, por lo que intervino León XIII recomendando a los católicos la aceptación de la regencia de la Reina María Cristina. Y en esta atmósfera política, la Reina María Cristina, trayendo su experiencia de Europa, funda en el edificio de La Compaña el colegio de Estudios Superiores del Escorial.

Para poder encauzar la nueva andadura académica universitaria, se realizan las reformas necesarias de estructura y acondicionamiento de aulas; se nombra al
P. Manuel Díez González con carácter provisional para el cargo de Rector7; y se prepara a un pequeño grupo de religiosos jóvenes, dotados de capacidad intelectual y serenidad de espíritu, con una media de 35 años, que llevados de su ímpetu juvenil, del entusiasmo, se lanzan a la formación de la juventud universitaria como complemento de los fines fijados. De modo que, con obras en marcha y mucha improvisación, los Estudios Superiores del Escorial inician su andadura.

Aunque en el Proyecto de Bases de 1892 entre la Intendencia de la Real Casa y los Agustinos se admitía la posibilidad de impartir programas oficiales de la Facultad de Derecho, Facultad de Filosofía y Letras y Preparatorios para Academias Militares, de Medicina y Farmacia, e inicialmente se llevaron a cabo, no es sino la carrera de Derecho la que, desde el comienzo, tiene una dedicación especial, habiendo sido la única Facultad que ha resistido el paso de los años y las vicisitudes de la historia dejando una larga lista de juristas que han pasado por sus aulas, bien desde la discencia o la docencia8.

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Las clases comenzaron con el curso preparatorio de Derecho en octubre de 1892 con 22 alumnos inscritos. Al año siguiente, también en octubre, se hizo la apertura académica formal con los cursos preparatorio y primero de Derecho, hasta completar progresivamente la Carrera con sus cuatro cursos específicos, aumentando el número de alumnos a medida que aumentaban los cursos9. De los sesenta alumnos de promedio que hubo durante los diez primeros años, se pasó a los cien entre 1920-1929 y a los 125 en la siguiente década10.

En un principio, se trata de estudios universitarios de carácter privado, de modo que los estudiantes deben examinarse en la Universidad estatal para poder tener validez académica oficial sus estudios, pero el prestigio de sus profesores, la formación alcanzada por los alumnos y el...

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