Colomer Segura, Ana, Dorothy Day, Madrid, Fundación Emmanuel Mounier, 2011, 112 pp.; Peter Maurin, Madrid, Fundación Emmanuel Mounier, 2013, 122 pp.

AutorVicente Bellver Capella
CargoUniversitat de València
Páginas476-480

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Aunque solo fuera por el casi completo desconocimiento que existe en españa de las figuras de dorothy day (nueva york, 1897-nueva york, 1980) y Peter Maurin (oultet - Francia, 1877-nueva york, 1949) ya habría que dar por bienvenidas estas dos miniaturas biográficas dedicadas a dos de los acti-vistas sociales católicos más destacados del siglo XX en los estados Unidos. Tanto sus respectivas biografías como sus propuestas de reforma social, reflejadas en el movimiento Catholic Worker que fundaron, bien merecen ser estudiadas desde la perspectiva de la filosofía política. Las dos monografías de ana colomer se centran en relatar la peripecia vital de ambas personalidades. Aunque al hilo de esas presentaciones la autora esboza inevitablemente las bases teóricas en las que se sustentan las iniciativas que day y Maurin llevaron a cabo, el estudio sistemático de su pensamiento será el resultado de la tesis doctoral que está culminando en estos momentos y que cuando se publique esta reseña ya habrá sido defendida.

1. Peter Maurin, Dorothy Day y el alumbramiento del Catholic Worker

Dorothy day nació en 1897 en el seno de una familia de clase media de nueva york. Por el trabajo de su padre, se crio en san Francisco y en chicago. No recibió ninguna educación religiosa en su familia, aunque sus padres pertenecían a la iglesia episcopaliana, donde day se bautizó y confirmó. A los 16 años recibió una beca para estudiar en la Universidad de illinois. En esta época, day abandonó la religión por completo, al tiempo que crecía su sensibilidad hacia el movimiento obrero. Dejó la universidad después de dos años y se mudó a nueva york a trabajar como periodista, colaborando en publicaciones y grupos de talante socialista y anarquista. Se unió a las manifestaciones de las sufragistas, lo que la llevó a su primera estancia en prisión. Este tiempo de frenética actividad social también fue una época inestable en lo sentimental: day se enamoró de un hombre que no la amaba y que la abandonó cuando ella se quedó embarazada, aun después de que ella abortara su criatura por tratar de salvar su relación. Esto sumió a day en una profunda depresión, se cambió de ciudad varias veces y se casó con otro hombre, aunque el matrimonio no llegó a durar un año. Durante todo este tiempo había ido naciendo en day un impulso por acercarse a la iglesia católica, y había tenido encuentros inspiradores con gente religiosa. Poco después conocería al que siempre consideró el amor de su vida, Forster Batterham, con quien estableció una relación de hecho y vivió unos años felices en la playa de staten island, nueva york. La inquietud religiosa de day despertó con más fuerza al quedarse embarazada, un hecho inesperado y feliz, pues ella pensaba que no podría concebir de nuevo. Cuando nació su hija, day decidió bautizarla en la iglesia católica, pues era la iglesia de los trabajadores y los inmigrantes, la gente con quien ella siempre había querido identificarse. Forster era un ateo convencido y no creía en el matrimonio, así que empezó un distanciamiento entre los dos que se hizo definitivo cuando day se bautizó un año después. La pareja se separó para siempre, y day vio con tristeza cómo su bautismo implicaba, no solo el distanciamiento de su compañero, sino el

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de sus amigos y, más aún, el de las «masas obreras», cada vez más cercanas al comunismo y más alejadas de la iglesia. En los años treinta, day era una periodista que escribía para revistas católicas, con una especial sensibilidad hacia el movimiento obrero, pero que vivía con angustia ese distanciamiento cada vez mayor entre los trabajadores y el mensaje evangélico.

Esto habría seguido así de no ser por la llegada a nueva york de Peter Maurin. Nacido veinte años antes que day en el Languedoc rural, Maurin había llevado una vida errabunda y algo novelesca antes de...

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