Elogio fúnebre pronunciado por Francisco Javier García Roca

AutorFrancisco Javier García Roca
CargoCatedrático de Derecho constitucional de la Universidad Complutense de Madrid
Páginas9-12

Page 9

Mi primer y entrañable recuerdo de Susana y de su esposo, Emilio Octavio de Toledo, viene siempre ligado al grupo de personas que formaban, a finales de los setenta y primeros de los ochenta, la llamada asamblea de PPNs de la Complutense, aunque ella enseñaba en la Autónoma, pues a esas reuniones asistían buena parte de sus amigos. Aquél inquieto y rebelde colectivo de universitarios fue un semi-llero de ideas y personas del que se alimentaron largo tiempo muchas universidades y administraciones. Pensábamos -impetuosamente- en modernizar la universidad, cambiar España, regenerar las instituciones, desarrollar la Constitución e integrarnos en Europa. Nada menos. Quizás fuera demasiado. Pienso ahora que hicimos lo que pudimos durante casi cuatro décadas, cada uno con mayor o menor fortuna, y me parece que podemos mirar hacia atrás no sólo sin ira sino con cierta satisfacción. Quizás convenga recordarlo cuando algunos explican a los más jóvenes que la transición a la democracia fue un epígono del fascismo, haciendo un ejercicio de anacronismo... Susana trabajó con ahínco en las universidades Autónoma, de Burgos y en la Complutense y como letrada en el Parlamento Europeo y el Tribunal Constitucional y no me cabe duda de que contribuyó al mejor funcionamiento de todas esas instituciones. A veces pienso que nunca hemos dejado de ser jóvenes PPNs en nuestro entusiasmo.

Este ha sido un annus horribilis para aquella bienintencionada asamblea de PNNs de Derecho, porque se han ido también de entre nosotros dos de los mejores, Luis Ortega y Pablo Santolaya, e igualmente he tenido que homenajearlos. La pérdida de estos tres amigos me provoca un sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad, un vacío en los afectos que no es fácil de reemplazar. La vida quizás no sea como la imaginábamos en los ochenta, no éramos inmunes ni inmortales como nos creíamos entonces. Muy probablemente, frente al dolor de la muerte tiene escaso sentido exaltar lo auténtico frente a lo artificioso, como decía Claudio Magris en su viaje por el Danubio. Pero es justamente esto lo que voy a hacer. Susana era pura autenticidad.

Cuando más cosas compartí con ella fue durante su estancia como Letrada del Tribunal Constitucional donde ambos pasamos muy buenos ratos juntos. La alegría y el compañerismo de Susana eran esenciales en todas las reuniones de los letrados -de trabajo o de ocio- y con no pocos magistrados; muchos de los lazos intelectuales y de amistad que se trabaron...

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