Educando para la paz desde las instituciones educativas

AutorAsunción Manzanares Moya/Francisco Javier Ramos Pardo/Yinays Vanessa Gómez Sobrino
Páginas147-168

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Educando para la Paz desde la institución escolar

La relación entre la educación y la convivencia pacífica en las sociedades es una cuestión con un largo recorrido y, si atendemos en concreto a la corriente de Educación para la Paz, hay quien hace coincidir su aparición con el fin de la Primera Guerra Mundial (Jares, 1999). En este contexto, autores englobados dentro de la llamada Escuela Nueva, como Montessori, Dewey o Ferrière, comenzaron a reflexionar sobre la importancia de concebir la escuela no sólo como un lugar de transmisión de conocimientos y desarrollo personal de los individuos, sino como un espacio propicio para la educación en valores y la construcción de sociedades más desarrolladas y pacíficas.

En las posteriores etapas y desarrollos de la Educación para la Paz, las instituciones educativas siempre han tenido un papel central en las propuestas derivadas de distintos marcos teóricos y políticos. Así, en otros momentos importantes, como la aparición de la UNESCO y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el movimiento de la Noviolencia, el concepto de paz positiva de Galtung como ausencia de violencia estructural o el de paz imperfecta (Muñoz, 2001), las

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instituciones escolares han sido el espacio donde poner en práctica y experimentar algunas de sus propuestas para avanzar hacia una cultura de paz.

Por tanto, si atendemos a esta relación entre la educación y el desarrollo de la paz, hablar de alcanzar mayores cotas de paz en una sociedad y en la actualidad implica, entre otras medidas, asegurar un sistema educativo capaz de brindar una educación de calidad a sus ciudadanos. De acuerdo con la Declaración Mundial sobre Educación Para Todos (EPT) impulsada en la reunión de la UNESCO en Jomtien (1990), la satisfacción de las necesidades básicas de aprendizaje conlleva el desarrollo de individuos capaces de:

(...) respetar y enriquecer su herencia cultural, lingüística y espiritual común, de promover la educación de los demás, de defender la causa de la justicia social, de proteger el media ambiente y de ser tolerante con los sistemas sociales, políticos y religiosos que difieren de los propios, velando por el respeto de los valores humanistas y de los derechos humanos comúnmente aceptados, así como de trabajar por la paz y la solidaridad internacionales en un mundo interdependiente (UNESCO, 1990:4).

Parece pues evidente que, para poder alcanzar unas sociedades basadas en unos principios axiológicos fundamentados en los Derechos Humanos y unos objetivos compartidos, es necesario que dichas sociedades traten de poner esos cimientos a través de la educación de las nuevas generaciones.

Por otro lado, el conflicto siempre ha formado parte de nuestras sociedades. Sería un error dejar de atender objetivos relacionados con la convivencia pacífica y el respeto a la diversidad desde los sistemas educativos, en cualquier tiempo y circunstancia. De hecho, desde una concepción positiva del conflicto (Jares, 2002) éste se torna en aliado, ya que brinda una ocasión excepcional para el desarrollo de sociedades e individuos y de trabajar por la paz. Pero, desde luego, si uno de los objetivos tradicionales de cualquier sociedad moderna es la convivencia pacífica de sus ciudadanos y con otras sociedades, este objetivo se vuelve prioritario en sociedades especialmente golpeadas y marcadas por la violencia, los conflictos internos, las guerras, etc. Además, este objetivo se convierte en vehicular para poder alcanzar otros hitos en el desarrollo de los grupos humanos. Así lo recogen las Naciones Unidas (2015) en su Declaración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en concreto, en el objetivo 16: “Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles”. La declaración de los ODS o Agenda 2030, al igual que ya reconociera la declaración de la EPT, sostiene la necesidad de una educación que facilite el avance hacia la ansiada convivencia pacífica entre todas las personas independientemente de sus diferencias. Dentro del objetivo 4, encaminado a garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos, señala como objetivo específico:

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De aquí a 2030, asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible (United Nations, 2015:41).

Atendiendo en concreto al contenido de esa Educación para la Paz hoy en día, podríamos mencionar la propuesta de Ospina (2010), que recoge una buena parte de las aportaciones teóricas y la evolución histórica de la corriente. Así, como objetivos fundamentales para una Educación para la Paz, plantea:

— Educar para la autoformación y autoreconocimiento de las diversas potencialidades presentes en la condición humana, por encima de cualquier pretensión técnica, económica, política o cultural.

— Educar para la formación de un pensamiento crítico capaz de desvelar y enfrentar de manera individual y colectiva aquellos discursos con pretensiones ideológicas dominantes que impidan visibilizar las reales condiciones presentes en las estructuras sociales que requieren ser transformadas o sustituidas para el fomento de una cultura de paz.

— Educar por el fomento de una democracia que en condiciones de igualdad y de respeto a la diversidad permita construir sociedades más justas a partir de valores como la paz, la justicia, la igualdad, la solidaridad y la cooperación.

— Educar en la exigencia y garantía de los derechos humanos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales, y en la lucha por la conquista de nuevos derechos con el fin de fortalecer la democracia y generar las condiciones adecuadas para el mantenimiento de la paz.

— Educar para la comprensión y reconocimiento de los diversos tipos de conflictos como situación inevitable de las relaciones humanas, pero a la vez positiva en la medida en que su manejo y resolución noviolenta permite emprender acciones para eliminar o cambiar las causas que los generan como la discriminación, el abuso de poder, la pobreza, es decir, las manifestaciones de la violencia presente en las estructuras sociales.

— Educar en el fomento de la noviolencia como acción política y alternativa que le permita a las personas y los grupos enfrentar, transformar y dar una solución clara a los conflictos y a las situaciones de dominio presentes en la estructura social, mediante estrategias y procedimientos noviolentos.

Desde luego, estas grandes metas se deben concretar en los proyectos educativos tanto formales como no formales que las sociedades desarrollan a través de

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sus instituciones y otros agentes sociales. Dentro de estos, es evidente que las instituciones escolares y sus profesionales, son un contexto privilegiado para trabajar estos contenidos. Y lo son, fundamentalmente, tomando en consideración dos dimensiones íntimamente relacionadas:

— La primera, podríamos decir que de Educación para la Paz en general, es que contribuyen al desarrollo y humanización de las nuevas generaciones, poniéndolas en contacto con una serie de valores socialmente deseables y sentando las bases para hacer de ellos futuros “buenos ciudadanos” que se guíen y relacionen con los demás de acuerdo con esos valores.

— La segunda, que podríamos enmarcar en lo que se viene llamando convivencia escolar, ya que los centros escolares en sí mismos se convierten en un espacio de convivencia fundamental donde poder desarrollar y experimentar herramientas para gestionar conflictos y promover la paz.

Nos parece pertinente aquí, por consiguiente, preguntarnos por las necesidades formativas de los docentes en relación con la educación y promoción de una cultura de paz en los centros educativos colombianos, así como por los mecanismos de gestión escolar que facilitan u obstaculizan el desarrollo de la educación para la paz y la buena convivencia escolar.

Formación docente para la Cátedra de Paz en el contexto colombiano

La creación y el fortalecimiento de una cultura de paz en Colombia se han convertido en una prioridad política, social y educativa de primer orden, en un contexto complejo y afectado por notables desigualdades (CEPAL, 2016).

Cabe pensar que desde 2004, momento en que el Ministerio de Educación (en adelante, MEN) publica la cartilla número 6 sobre Estándares Básicos de Competencias Ciudadanas y Construcción de Paz, la preocupación porque el sistema educativo colombiano eduque para la paz ha sido una constante. Con esta Cartilla el MEN propone una serie de lineamientos que tiene como objetivo brindarle a los docentes herramientas para crear espacios formativos que posibiliten el desarrollo de “competencias para ejercer los derechos y deberes de un buen ciudadano” (MEN, Portal Altablero, 2018).

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