Editorial

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LOS DERECHOS SOCIALES EN LA CRISIS

Vivimos de lleno en la Crisis, con mayúscula, que no solo es financiera sino que afecta a lo que se da en llamar la economía real y cuya gravedad nadie sabe a ciencia cierta cual puede llegar a ser. Por no saber no se sabe lo que va durar, ni cuales han de ser los instrumentos más adecuados para su superación. Mucho se ha dicho sobre los orígenes de la misma, pero tampoco aquí parece que hay consenso, lo que es lógico, pues si hubiese un consenso sobre las causas se impondría otro entre una gran mayoría de la población y de algunas élites sobre las medidas a adoptar para su superación. No puede haber un consenso sobre las causas porque no se quieren poner en cuestión las relaciones de poder existentes en nuestra sociedad. Algunos análisis adolecen de una fuerte ideologización y tratan de presentar como causas los fenómenos que se han hecho evidentes con la irrupción de la crisis, pero no son las causas profundas de la misma. Eso explica que los defensores de las ideas neoliberales, que tantos fracasos han cosechado desde los años 80 y 90 del siglo pasado y tantos sufrimientos han generado a multitud de personas, sigan manteniendo sus opiniones y propuestas, aunque acepten ahora correcciones momentáneas y puntuales a los dogmas del pasado, al tiempo que admiten algunos "excesos", achacables a la falta de moralidad de algunos dirigentes empresariales que se han dejado llevar por la codicia al buscar un enriquecimiento personal excesivo, como si desde el siglo XVIII no se hubiera mostrado ya que en una sociedad capitalista los vicios privados, como la codicia, hacen la prosperidad pública.

Puede que la explicación más consistente sobre el origen de la crisis sea la que ha ofrecido Brener cuando achaca la situación actual, no tanto a una crisis financiera, sino a problemas en la misma economía real, ya que se puede observar una larga caída desde 1973 del crecimiento de las economías avanzadas, de tal manera que la sobrecapacidad de la industria manufacturera ha traído una reducción de los beneficios que no han podido restaurarse con la globalización porque las nuevas industrias (sobretodo asiáticas) no han sido complementarias en la división social del trabajo, sino redundantes. La respuesta neoliberal ha sido entrar al asalto sobre los salarios, el alargamiento de las jornadas de trabajo (con los ejemplos semifallidos de las 35 horas semanales), el freno en los beneficios del Estado Social y la instalación de los trabajadores en la precariedad laboral y, de ese modo, tratar de compensar la pérdida de beneficios. La progresiva reducción de la participación de los asalariados en el PIB producida desde los años 70 en los países de economías más desarrolladas es una muestra clara de todo esto.

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En la Unión Europea nos hemos encontrado con un grave dilema y es que cuando son más necesarias respuestas políticas unitarias (las que sean), estamos desde hace ya unos años reculando en la integración política. Desde el nacimiento de las Comunidades Europeas el reparto de competencias entre ellas mismas y los Estados miembros hacía que básicamente permaneciesen en el ámbito de los Estados las competencias en materia social, de tal modo que los derechos sociales tenían como última garantía las constituciones nacionales, que reconocían el Estado Social y Democrático de Derecho, mientras que la esfera supranacional era el ámbito de la libre competencia, la prohibición de monopolios, de las libertades económicas en definitiva. Pero hasta la Europa a 15, con la excepción que supuso el Reino Unido a partir de Thatcher, podía hablarse de una cierta homogeneidad social, en tanto los ordenamientos...

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