El burgués emprendedor y el capitalista del éxito

AutorJavier Pérez Duarte
Cargo del AutorProfesor de Filosofía del Derecho. Facultad de Derecho. Universidad de Deusto
Páginas53-74

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«¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento, hace humanos, pues untándolos las manos los ablanda el corazón?

¿Quién podrá cuanto el deseo, aunque imposible, conciba? ¿Y quién lo de abajo arriba vuelve en el mundo ligero?

El dinero»1.

1. Espíritu y economía

La época anterior a la I Guerra Mundial se caracteriza por la existencia de una serie de pensadores y analistas que se encuentran sorprendidos por la II Revolución industrial, esta situación de lo sorprendente despierta la curiosidad por estudiar este tiempo y describir sus características. Uno de estos autores es el alemán Werner Sombart (1863-1941), profundo conocedor de la historia, se muestra inquieto por entender las conexiones históricas que pueden proporcionar la comprensión del «espíritu de una época». La labor más importante de un historiador es la de descubrir la entidad y la personalidad de cada período histórico, sus rasgos, sus colores, sus perspectivas. Sombart vive en una época de encrucijada histórica de la humanidad en la que el protagonista de su estudio es la persona y, más concretamente, dos tipos de figuras, el burgués, resultado de una larga evolución en el mundo de la economía, y el nuevo empresario, fruto de la Revolución industrial, cuyas características Werner Sombart percibió que se proyectaban en el futuro.

Sombart parte en su análisis de una premisa que no solamente intenta demostrar, sino que también convierte en el eje de su estudio, la evidencia de la intervenciónPage 54 de factores espirituales o psíquicos en la vida económica»2. Sombart es heredero de Wilhelm Dilthey (1833-1911) en la importancia que éste concede a la gnoseología de las ciencias del espíritu y a la psicología, que no tiene, en este sentido, la estructura propia de las ciencias de la naturaleza sino que permite entender al hombre como entidad histórica y no como un ente inmutable o como mera naturaleza3. Werner Sombart se centra en el aspecto económico de la persona y de la historia, no como objetivo único, sino como una forma de comprender la historia y la persona, ésta es siempre la protagonista del acontecer, el mundo es mundo en tanto en cuanto el hombre actúa en él, «la actividad económica, como cualquier otra actividad humana, sólo se manifiesta cuando el espíritu humano entra en contacto con el mundo exterior y actúa sobre él». El discurso de Sombart se realiza a través de un estilo en el que un lenguaje humanista se entrelaza con la realidad económica. En toda actividad del hombre, por importante o modesta que sea, encontramos el alma humana, «en lenguaje metafórico podríamos hablar de la vida económica como compuesta de un cuerpo y de un alma».

La fina percepción de Sombart describe qué entiende por cuerpo y por alma de la vida económica. El cuerpo está integrado por las formas de esa vida económica: la producción, distribución, las organizaciones en las que el hombre satisface sus necesidades económicas y las condiciones externas. El alma constituye el espíritu económico, aquí se encuentra lo más genuino de Werner Sombart: las manifestaciones de la inteligencia, el carácter, los fines y tendencias, «juicios de valor y principios que determinan y regulan la conducta del hombre económico». El espíritu de la vida económica es un concepto acuñado a partir del estudio de la realidad histórica que incluye, al mismo tiempo, la ética económica como lo moralmente normativo en el ámbito de la economía. Sombart no se circunscribe a lo meramente descriptivo, sino que se introduce en la crítica de una sociedad personalizada en individuos característicos. El reto que se plantea Sombart es difícil pero ilusionante, admite el hecho colorista y diverso que muestra la historia y lo transporta hacia el mundo del espíritu de la vida económica, en donde, en principio, parece que debería predominar el criterio de lo universal, pero que, por ser vida, ha de integrar realidad y cambio, en una labor intelectual o del espíritu. No duda en afirmar la existencia de elementos espirituales en la actividad económica que queda, así, liberada de reglas abstractas e impersonales. Estos elementos espirituales se descubren en las acciones económicas y son de dos clases. Por una parte, están las facultades psíquicas o máximas generales, auténticos valores dentro de una rama determinada de la actividad: «la prudencia o la energía, la honradez o la veracidad». Por otro lado, están las manifestaciones psíquicas que aparecen en relación con procesos económicos: «la aptitud específica para el cálculo, la aplicación de un método concreto de contabilidad, etc».

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Para Werner Sombart la cuestión clave consiste en que no siempre es el mismo espíritu el que predomina en la vida económica, sino que se puede distinguir un espíritu diferente en función de los individuos, las épocas o los países. El autor alemán no cree en una «naturaleza económica» del hombre, de un «economical man», al contrario, desenmascara al individuo económico como «hombre económico capitalista». El espíritu que anima a un gran empresario norteamericano es diferente al de un artesano de la Edad Media, pero aún más, existen diferencias entre un tendero, un gran industrial y un banquero dentro de una misma época. Werner Sombart relaciona permanentemente el comportamiento vital con la realidad económica y afirma que aunque «las realidades fundamentales de la vida humana: nacimiento y muerte, amor y odio, fidelidad y traición, mentira y verdad, hambre y sed, pobreza y riqueza permanecen siempre invariables», sin embargo, la misión del historiador debe consistir en exponer lo diferente de cada caso y la diversidad de las manifestaciones de una única naturaleza humana. Presenta un discurso colorista de la historia, un mosaico al estilo bizantino en el que cada pieza, cada período, tiene su propia personalidad, «las diversas épocas de la vida económica se caracterizan por el espíritu concreto que en cada una de ellas ha predominado». Sombart pretende encontrar un «espíritu concreto de la vida económica» con sus rasgos individuales, con sus contenidos de conciencia que «predomina» en las relaciones con otras personas y que, consecuentemente, implica un juicio sobre él tanto desde un punto de vista extensivo como intensivo en la realidad4. «Nosotros comprendemos el alma por el espíritu; en un mismo espíritu, del que todas las almas participan», cada persona intenta encontrar un sentido a su conducta5. Pretende que el análisis histórico consiga destacar en todas sus perspectivas, de lugar y tiempo, de extensión y profundidad, las dos figuras que representan la evolución del capitalismo occidental, el burgués y el empresario capitalista de la gran revolución industrial.

2. La persona como esfuerzo y preocupación

Sombart es fiel a su humanismo en el discurso para descubrir el espíritu de la vida económica, «no cabe duda de que el ser humano ocupa el centro de todo esfuerzo y preocupación», el hombre es «la medida de todas las cosas». No es extraño que comience su estudio con la conocida frase de Protágoras, frase que implica el mundo de relaciones entre la persona y las cosas. Julián Marías analiza esta cuestión, las determinaciones de las cosas aparecen en función del hombre, «que es medida, métron de ellas». En este sentido Dilthey afirma que Protágoras «no podía suprimir la realidad del movimiento exterior al sujeto, que originaba en él la percepción»6. Estas apreciaciones son interesantes para comprender el planteamiento de Sombart quePage 56 no se queda en un mero análisis de la realidad, sino que pretende, también, un objetivo pedagógico en el ámbito de la economía a través de un discurso basado en la historia y elevado al nivel de pensamiento, debido a que el hombre es también la medida «de la cosa económica», que recuerda la interpretación de su coetáneo Werner Jaeger sobre Protágoras, según el cual, la idea de formación espiritual se halla implícita en él a través de la «forma del lenguaje, del discurso y del pensamiento»7. Para Sombart, por tanto, la economía, como toda obra humana, se halla «al servicio de los objetivos humanos», o lo que es lo mismo, al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de la economía. Las necesidades humanas son las que marcan el punto de partida de la actividad económica, existe una natural necesidad de bienes. La «economía de gasto», preburguesa o precapitalista, se fundamenta en la idea de que deben ser producidos tantos bienes como son consumidos.

Los individuos configuran un espíritu de vida económica a nivel social que las autoridades lo consagran posteriormente como precepto a través del derecho y de la moral, así por ejemplo, «el sustento ha de ser conforme al rango o posición del individuo», ha de ser de magnitud distinta en los diversos estamentos sociales. De esta forma, quedan delimitados los dos grupos sociales de la sociedad preburguesa, los señores y el pueblo, ricos y pobres, caballeros y campesinos, «los que llevan una vida libre e independiente exenta de esfuerzo económico, y aquellos que ganan el pan con el sudor de su frente», los que Sombart denomina «individuos económicos». El espíritu económico no se entiende, ya desde la época precapitalista, sin el esfuerzo vital. La «existencia señorial» implica vivir en la opulencia y dar ocupación a un gran número de personas, significa llevar una vida de lujo «en la medida que lo permitan los medios y aun por encima de éstos. A ese ritmo los gastos resultan siempre mayores que los ingresos», consecuentemente, «el señor desprecia el dinero. Se trata de algo sucio como sucia es toda actividad lucrativa. El dinero está para gastarlo».

En lo que se refiere a la masa del pueblo, siempre con medios muy limitados, en la era precapitalista se veía obligada a mantener un constante equilibrio entre ingresos...

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