Don Jerónimo González

AutorJosé Luis Díez Pastor
Páginas1949-1956

La noticia de la muerte inesperada de Don Jerónimo González es para mí causa de un dolor demasiado íntimo y personal para que su expresión corresponda al sentido que de ordinario tiene este recuerdo casi oficial de los merecimientos y trabajos de una persona ilustre fallecida. Es, en efecto, una muy antigua compañía del espíritu la que la muerte deshace. Desde mis primeros pasos en el estudio de lo que vino luego a ser mi profesión y empleo, tuve a Don Jerónimo González por maestro en el sentido más auténtico de la palabra, que cada uno no puede aplicar sino a aquellas dos o tres personas que a lo largo de la vida han sabido suscitar en nosotros una absoluta adhesión; la cual, si fuese sólo intelectual y no tuviese también un fondo profundamente afectivo, nunca bastaría para imprimir en nuestro espíritu la huella profunda, definitiva, que deja todo auténtico magisterio. De corazón agradezco, no obstante, al Consejo de la Revista que se haya acordado de mí para encomendarme el cuidado de ensalzar desde estas páginas la vida y obra del hombre sencillo que fue acaso el jurista español más original y fecundo en ideas de su tiempo. A falta de títulos mejores, quizá se ha tenido en cuenta el interés apasionado con que siempre seguí no sólo las enseñanzas del maestro, sino también el ejemplo de su vida, tan insólita en nuestra época de seco y desesperado materialismo.

Con ser ingente la obra de Don Jerónimo González, mucho más por su calidad y por lo que pudiéramos llamar su virtud germinativa que por su extensión (o, con más exactitud, -volumen-), siempre he pensado que lo que da un perfil más peculiar entre nuestros juristas es el modo como supo vivir una vida de puro pensador, dedicada minuto por minuto a satisfacer su vocación con una modestia y un renunciamiento tan extraño en nuestra época. Tuvo la pasión del estudio como un profesor de cualquier Univer- Page 1949 sidad de provincias alemana en el venturoso siglo XIX. El saber no fue para él medio, sino fin nunca cotizado. Vivió con tanta lucidez como el que más las tremendas peripecias de nuestra generación, con dolor de protagonista y con serenidad de puro espectador. Habiendo llegado casi al final de su vida a conquistar autoridad y prestigio ilimitados, si quisiéramos destacar el rasgo más peculiar de su carácter, diríamos: sencillez, ingenuidad, humildad. Fue austero dentro de una sociedad en que los espíritus más selectos sucumben a un hedonismo que aparece ineluctable contrapartida del arriesgado vivir y del fabuloso progreso material. Fue un creyente y fue un filósofo, en el viejo y profundo sentido de la palabra. En cuanto yo puedo testificar, consiguió aquella conformidad interior que es el mayor bien que cabe a un mortal en este mundo. Por eso su destino es envidiable.

La vida de Don Jerónimo González, vista desde fuera, no ofrece ningún interés dramático. Fue llana y serena, sin acción ni apenas relieve. Se puede contar en muy pocas palabras y con poquísimos datos. Porque propiamente su historia no es sino la historia de un pensamiento. Hay en ella, sin embargo, circunstancias que nos dan mucha luz sobre algunos aspectos de su obra. Para muchos observadores superficiales era un extranjerizante, cuando lo cierto es que, en el fondo, la mentalidad de Don Jerónimo González tenía una raíz popular. Era un provinciano, en el mismo sentido que lo fue, por ejemplo, Unamuno, con espíritu universalista, muy español y muy europeo, sin ningún tinte local, a pesar de los lazos sentimentales, que nunca rompió, con su tierra asturiana. Aunque vivió lo más granado de su vida en Madrid, no llegó a adquirir enteramente los hábitos de un madrileño. Y, cosa curiosa, nunca cruzó las fronteras de su patria. Había nacido en Sama de Langreo, el 12 de febrero de 1875, y cursó sus estudios en la Universidad de Oviedo, que, como es sabido, atravesaba por entonces una época de esplendor. Conocemos los nombres de algunos de sus maestros, casi todos ellos ilustres por algún concepto: el glorioso Clarín, Sela, Aramburu, Altamira... ¿Qué influencia pudieron tener en su formación? Ninguno de ellos cultivó especialmente el Derecho privado en que Don Jerónimo había de encontrar más tarde su mejor vocación, entre los muchos que solicitaron su curiosidad insaciable. Si, como parece, su profesor de Derecho civil fue don Fermín Canellas, no es fácil que de él recibiera una disciplina científica seria. Después de la Universidad se abre un largo paréntesis. Primero se dedica Don Jerónimo al comercio, en la casa de Banca de sus padres, en...

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