Los libros jurídicos de Don Baltasar Porro, un italiano en el Madrid de Carlos II

AutorJosé Luis Barrio Moya
CargoInstituto de Estudios Madrileños
Páginas513-534

Page 513

I Introducción

Durante un largo periodo de tiempo, y por la fragmentación política y territorial de Italia, el Milanesado fue manzana de discordia entre España, Francia y el Imperio que tenían en mente dominar aquella próspera región trasalpina. Los enfrentamientos de las tres grandes potencias por el control del Milanesado fueron constantes desde fines del siglo XV hasta mediados de la centuria siguiente, lo que repercutió de forma negativa para el ducado de Milán que vió con impotencia como una gran parte de su primitivo territorio pasaba a otros manos. De esta manera la Valtelina fue ocupada por los grisones, el Ticino con Valesia y Lomellina quedaron en poder de los suizos, los Estados Pontificios se apropiaron de Parma y Piacenze, mientras que Venecia hizo lo propio con tres activas ciudades: Cremona, Bérgamo y Brescia.

La expedición de Carlos VIII de Francia, en 1495, convirtió el Milanesado en campo de batalla entre el monarca galo y el emperador Maximiliano. La derrota de Carlos VIII significó el final de las apetencias francesas sobre el ducado de Milán, renovadas por Luis XII que se consideraba heredero de aquel territorio por ser nieto de Valentina Visconti. Por su parte el emperador Maximiliano aducía que el Milanesado era un feudo del Imperio, por estar casado, en segundas nupcias, con Blanca Sforza, hija de Galeazzo Sforza, duque de Milán, asesinado en 1476. Aquel enfrentamiento terminó en 1500, cuando Maximiliano aprobó la investidura del rey francés como duque de Milán. Por el tratado de Bruselas, de 1516, Maximiliano cedió el ducado de Milán a Francisco I de Francia. Pero no por ello finalizaron los enfrentamientos, y el Milanesado se convirtió en el centro de discordia entre España y Francia.

El 29 de abril de 1522 el ejército francés del mariscal Lautrec sufrió una importante derrota en la batalla de la Bicoca por las tropas españolas, comandadas por el marqués de Pescara y Próspero Colonna. Aquel fiasco obligó a los franceses a evacuar Milán y refugiarse en Cremona. Tres años más tarde las tropas de Carlos V lograron la decisiva batalla de Pavía, donde los franceses fueron abatidos y Francisco I hecho prisionero. Por el tratado de Madrid, firmado el 19 de diciembre de 1525, el rey de Francia renunciaba a sus aspiraciones sobre Milán, que Carlos V entregó a Francisco II Sforza, muerto sin sucesión en 1535, por Page 514 lo que pasó de nuevo a manos del emperador. Carlos V fue tremendamente respetuoso con las instituciones milanesas, tanto políticas como administrativas. No podía ser de otro modo pues el emperador sabía que el Milanesado era el centro vital de la política española en la convulsa Europa del momento. Prueba de ello es que el 6 de agosto de 1545, promulgó en Worms las Ordini Vormatia, por las que se comprometía a respetar los estatutos municipales milaneses. El 11 de octubre de 1546 Carlos V entregó el ducado de Milán a su hijo Felipe II. A partir de ese momento el Milanesado dejó ser el escenario de las luchas entre Felipe II y Enrique II de Francia, que se desplazaron a los Países Bajos y Alemania. Por el tratado de Cateau Cambrésis (2 y 3 de abril de 1559), Enrique II renunció definitivamente a las pretensiones de Francia sobre el Milanesado, que desde entonces y hasta principios del siglo XVIII formó parte integrante de la monarquía hispana, aunque conservando su autonomía administrativa.

La dominación española fue aceptada sin ningún tipo de resistencia por los milaneses, pues contó con el apoyo de todas las clases sociales. El Milanesado fue siempre fiel a los Austrias españoles, y así lo demostró en los años de 1617, 1635 y 1647 cuando tuvo que hacer frente a los diversos ejércitos europeos que atacaban sus fronteras1.

Hasta mediados del siglo XVI los asuntos de las posesiones españolas en Italia: Nápoles, Sicilia y Milán estaban en manos del Consejo de Aragón, pasando, en 1555, al recién creado Consejo de Italia. El Consejo de Italia fue un organismo autónomo formado por seis regentes. Tres de ellos españoles y los otros tres italianos, un napolitano, un milanés y un siciliano. Formaban una sola secretaria que, en 1595, Felipe II dividió en tres, una por cada territorio.

Vinculado al Conejo de Italia estuvo el hospital de los Italianos, colocado bajo la advocación de San Pedro apóstol. Fundado en 1598, en Madrid, para la atención de enfermos de las posesiones españolas en Italia, bajo los auspicios del nuncio Camilo Gaetano, patriarca de Alejandría y colector general de España2.

El hospital de los Italianos estuvo situado en la carrera de San Jerónimo esquina a la actual calle de Zorrilla, y fue importante para la vida religiosa madrileña por estar ubicada en él la Santa Escuela de Cristo. Fue aquella una congregación importada de Italia que se basaba en el espíritu de san Felipe Page 515 Neri para encontrar la perfección cristiana y la búsqueda de la vida interior, la humildad y la caridad. La mencionada congregación fue establecida en el hospital de los Italianos en 1646, gracias al tesón del padre Jerónimo BattistaFerruzo, administrador del mismo y que acabó sus días como obispo de Trivento (Nápoles). Los estatutos de la Escuela de Cristo fueron aprobados por el nuncio vaticano en España, Guilio Rospigliosi, futuro papa Clemente IX. Los congregantes de la Escuela de Cristo podían ser tanto religiosos como seglares y de cualquier estado y condición.

Miembro ilustre de aquella piadosa congregación fue don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla de los Ángeles y virrey de México, cuando regresó a Madrid y antes de pasar a su nueva sede de Burgo de Osma3. A lo largo del siglo XVII fueron muchos los funcionarios milaneses llegados a Madrid para resolver los problemas jurídicos que la administración del Milanesado planteaba y que el Consejo de Italia tenía que resolver. De esta manera y gracias a un afortunado hallazgo en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, podemos conocer a uno de ellos, don Baltasar Porro llegado a Madrid en 1672, y donde permaneció hasta su muerte en 1703.

Don Baltasar Porro nació en Cermenate del obispado de Como en el Estado de Milan, siendo hijo de don Juan Bautista Porro y doña Ana Visconti. Pocas noticias tenemos sobre el caballero milanés, salvo que en 1672 llegó a Madrid como agente general del Estado de Milan para trabajar en el Consejo de Italia. En la capital de la monarquía, don Baltasar Porro contrajo matrimonio, el 12 de noviembre de 1678, con doña Juana Zurita, hija de don Nicolás de Zurita y doña Francisca Arias, la cual aportó a la unión una importante dote en dinero, joyas, pinturas y muebles. De aquel enlace no se logró descendencia.

Durante su estancia en Madrid, don Baltasar Porro fue testigo de los últimos años del reinado de Carlos II, marcados por las rocambolescas intrigas de una Corte dividida entre los partidarios de las Casas de Austria y Borbón, para que algún miembro de aquellas dinastías ocupara el trono de España, ante la muy segura muerte sin hijos del infeliz monarca hispano.

El 31 de marzo de 1702 don Baltasar Porro vecino desta villa de Madrid y agente general del Estado de Milan otorgaba su testamento4. En aquel documento pide ser enterrado su falleciese en Madrid en la iglesia de Nuestra Page 516 Señora del Carmen de primitiva observancia que llaman Calzados. Su por el contrario su muerte acaeciese en Milán quiere que sus restos mortales fueran sepultados en la iglesia de la misma advocación, dejando todo lo referente a su entierro y funeral a disposición de sus testamentarios. Establece que se dijesen por su alma tres mil misas rezadas, dos mil en Madrid y el resto en Milán, Lega un real de vellón a las mandas forzosas y ordena fundar una memoria de una misa cantada perpetua con titulo de Yus Patronato de su casa y de su heredero y subcesores, en la yglesia parrochial del lugar de Zermenate de dicho estado de Milan, en el altar de los Santos Reyes Magos.

Hombre generoso dejaba diversas cantidades a sus criados, mientras que a sus amigos les legaba diferentes pinturas. Otras donaciones fueron a don Joseph Visconti, mi primo, al que envía un espadín que tengo con guarnizion y conteras de plata, mientras que a Andrés de Torres, mi oficial de el escriptorio, le manda zien pesos de a ocho reales de plata antigua por una bez. A fray Domingo Gancha, su confesor, de la orden de los agonizantes, le dona doscientos reales de plata antigua. Por lo que respecta a su esposa, doña Juana Zurita la cede quatro pinturas que tengo, con sus marcos dorados, las dos de ellas yguales, de la Adorazion de los Reyes y Nuestro Señor en el camino de Meaux y las otras dos, retrato de un medico y de una biexa ylando y otras figuras, para que sirban de adorno a su quarto durante su vida y despues bueban a mi heredero5.

Nombraba por sus herederos a su esposa, doña Juana Zurita y a su primo don Francisco Baldiron Porro, vecino de la ciudad de Milan. Don Francisco Baldiron Porro era hijo de don José Baldiron fiscal general del Estado de Milan, y para recibir la herencia establecía que se aia de nombrar, llamar y firmar de su apellido Porro. Si tanto su esposa como su primo, este último sin descendencia, muriesen antes que él ordenaba que su herencia y patronatos sucede en todo ello el Ospitral general de la ciudad de cómo, en el Estado de Milan. Instituía por sus testamentarios, en Madrid, a don Jacome Adriani y don Carlos Bernabé Carcano, y en Milán, al canónigo don Federico Cataneo y a sus primos don Andrés Porro y don Francisco Baldiron.

Don Baltasar Porro murió en Madrid el 18 de febrero de 1703 cuando ya media Europa se preparaba para la...

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