La doble dimensión, individual y colectiva, de la vacunación y la significación e implicaciones de la inmunidad de grupo

AutorCésar Cierco Seira
Páginas55-99
CAPÍTULO III
LA DOBLE DIMENSIÓN, INDIVIDUAL
Y COLECTIVA, DE LA VACUNACIÓN
Y LA SIGNIFICACIÓN E IMPLICACIONES
DE LA INMUNIDAD DE GRUPO
1. LA VIRTUALIDAD DUAL DE LA VACUNACIÓN PÚBLICA:
PARA PREVENIR LA SALUD INDIVIDUAL
Y PARA CUMPLIR UNA FUNCIÓN SOCIAL
La piedra de toque en la regulación de la vacunación pública viene
dada hoy por la doble dimensión, individual y colectiva, que reviste en
términos sanitarios. Estamos ante una herramienta que reúne a la vez pro-
piedades favorables para la salud del individuo y para la salud del grupo
o de la comunidad en la que se integra y ello por fuerza ha de dejarse
notar en su regulación. De hecho, suele presentarse como el paradigma
demostrativo de la conf‌luencia de la Medicina clínica o asistencial y de
la Salud Pública en un mismo instrumento; su síntesis más lograda. Que
la vacunación posee esta doble dimensión y, en concreto, que está vin-
culada con los f‌ines de salud pública, constituye un extremo largamente
aceptado. Sin embargo, más allá de la enunciación o constatación de esta
vinculación, ocurre que, cuando descendemos y tratamos de desgranar con
cierta precisión la razón de la dimensión colectiva de la vacunación y, por
ende, el sentido y alcance de su trascendencia en términos jurídicos, salen
a nuestro encuentro numerosas cuestiones que al cabo revelan que es ahí,
en la vertiente colectiva, donde anida la quintaesencia de la vacunación
pública de nuestros días.
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2. EL PAULATINO AFIANZAMIENTO DE LA DIMENSIÓN
COLECTIVA DE LA VACUNACIÓN PÚBLICA
Y SU REFORZAMIENTO GRACIAS A LA DOCTRINA
DE LA INMUNIDAD DE GRUPO
La asociación de la vacuna con la salud pública hunde sus raíces muy
atrás. Y es que al poco del descubrimiento de E. JENNER, algunos Estados
movieron pieza sin falta, conscientes de que la vacuna podía convertirse en
un formidable e inesperado aliado en la lucha centenaria que venían libran-
do contra una enfermedad tan devastadora como a la sazón era la viruela 1.
He ahí una de las razones que explican el temprano proceso de publicatio
o «publif‌icación» de la vacunación en el sentido de que las campañas para
vacunar a la población fueron rápidamente promovidas y organizadas por
el Estado, aun con un grado de compromiso desigual y así fuese a veces
de una manera rudimentaria e imperfecta. Se consideró en líneas generales
que extender el hallazgo de la vacuna era dar feliz cumplimiento a una de
las misiones primigenias del Estado en la defensa de su población frente
a las amenazas de signo colectivo, entre ellas las epidemias y, no en vano,
la vacunación, a diferencia de lo que era moneda corriente en la concepción
de la salud por aquel entonces, f‌iada a las posibilidades de cada cual y/o a la
benef‌icencia, se promovió como una herramienta sanitaria que debía estar al
alcance de todos, incluidos los más pobres.
Acorde con esta concepción, las primeras regulaciones de la vacunación
pública destacaron por hacer de la misma una especie de prestación públi-
ca sobre la base de dos rasgos básicos que, sin duda, podemos considerar
avanzados a su tiempo. Por un lado, su vocación universal pues era medida
destinada a ser aplicada de manera masiva con la convicción de mejorar, a
base de la simple suma individual, la salubridad del conjunto. Por otro, en
íntima conexión con lo anterior, se instaló la voluntad de que su acceso no
quedase reservado solamente a algunos y, por tanto, se idearon fórmulas
para llegar a los más pobres merced a la conf‌iguración de la vacunación
como algo asequible en términos económicos, cuando no simplemente gra-
tuito. Se sentaban de este modo las bases de un incipiente servicio público
de vacunación. Eso sí, el discurso que sustentaba la asunción estatal de este
cometido tenía un claro poso paternalista. Basta una simple lectura a los
preámbulos de estas primeras normas para percatarse de que la imagen que
se transmitía del Estado proveedor recordaba en gran medida a la del padre
que brinda un remedio formidable recién descubierto a toda su prole 2. El
1 Insisto: para comprender la actitud que los Estados adoptaron ante el descubrimiento de la vacu-
nación resulta fundamental reparar antes en lo que la viruela representaba por aquel entonces y el enorme
daño, no solo sanitario, sino en otras muchas facetas, que dejaba a su paso.
2 Entre tantas, así arrancaba la Real Cédula de 1805 por la que se manda que en todos los hospitales
de las Capitales de España se destine una sala para conservar el f‌luido vacuno: «Que excitado mi amor
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Estado, pues, que cuida de su población. Es más, de nuevo como ref‌lejo de
esa autoridad que da el ánimo protector ínsito al paternalismo, la vacunación
pública llegaría a imponerse de forma obligatoria, venciendo con ello las re-
sistencias y recelos iniciales que surgieron. El benef‌icio que se le reportaba
al individuo era tal que estaba justif‌icado pasar por encima de su sentir; se le
vacunaba por su propio bien y, a fortiori, por el bien del conjunto.
La vacunación quedó así cosida a la salud pública tanto por el objetivo
como por el enfoque adoptado. Se trataba de combatir una amenaza para la
población, capaz de causar estragos y como tal reconducible derechamente
a la cláusula de orden público en su vertiente de salubridad colectiva. A tal
efecto, se estatuyó a modo de prestación con vocación universal, de aplica-
ción masiva, ajena a los estratos sociales.
* * *
Ocurrió que, andando el tiempo, llegados a la segunda mitad del pasado
siglo, se dio un importante salto en la signif‌icación colectiva de la vacuna-
ción al descubrirse que la vacunación sostenida de la población permitía
alcanzar un estadio de inmunidad del grupo capaz de crear una suerte de ba-
rrera ante la irrupción de una eventual epidemia 3. La formulación científ‌ica
de este efecto de inmunidad de grupo, al que se conoce como herd immunity
—o, también, «efecto rebaño», en la jerga epidemiológica—, enseña que,
una vez establecida la contagiosidad de una enfermedad a partir del número
básico de reproducción, es dado f‌ijar la proporción crítica de vacunados que
bloquea o cortocircuita la cadena de transmisión programada de la epidemia.
Si el porcentaje de vacunación alcanza y se preserva esa proporción crítica
se cerrará el paso a la propagación de la enfermedad, lo que redundará a la
postre en el benef‌icio de todo el grupo. Signif‌ica ello, pues, que cada acción
individual de vacunación, más allá del rédito personal en forma de preven-
ción de la infección, tiene un efecto ref‌lejo en forma de benef‌icio para el
grupo al rebajarse el riesgo de contagio; rebaja que pasa a ser especialmente
signif‌icativa cuando se alcanza la tasa que, en función de cada enfermedad,
activa el escudo de la inmunidad del grupo 4.
paternal hácia mis vasallos con el exemplo de lo que se ha hecho en Canarias al arribo de la expedicion
marítima, destinada á propagar en mis Dominios de Indias el admirable descubrimiento de la vacuna».
3 El origen de la doctrina de la inmunidad de grupo suele situarse en el trabajo de TOPLEY y WILSON
(1923: 243-249); y en los desarrollos y modelos de SMITH (1970: 1181-1190); FOX et al. (1971: 179-189)
y DIETZ (1975: 104-121).
Una exposición muy entendedora de los elementos básicos de esta teoría puede encontrarse en
VAQUÉ RAFART (2004: 79-90) y en ARRAZOLA MARTÍNEZ y DE JUANES PARDO (2005: 105-115).
4 Explicado con las palabras, más precisas, de VAQUÉ RAFART (2004: 79): «Un brote se agota debi-
do a que, al avanzar la epidemia y aumentar la proporción de personas inmunes, cada vez es más impro-
bable el contacto entre un infectado y un susceptible, y llega un momento en que la elevada proporción
de personas inmunes bloquea la transmisión del agente infeccioso. La epidemia genera una situación que
equivale a la falta de individuos en una población y, como consecuencia, la epidemia se agota. Siguiendo
los pasos del proceso natural, hoy en día los programas de vacunación sistemática tienen por objeto pro-
ducir una elevada proporción de individuos inmunes en la población, de manera que se impida la trans-

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