La «división formal de poderes»: la centralidad del parlamento en los primeros pasos de la revolución francesa

Páginas77-104
CAPÍTULO III
LA «DIVISIÓN FORMAL DE PODERES»:
LA CENTRALIDAD DEL PARLAMENTO
EN LOS PRIMEROS PASOS
DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
1. PRESENTACIÓN
En la construcción del «modelo continental europeo» de separación
de poderes como consecuencia de la Revolución francesa, los aconteci-
mientos caminaron por otros derroteros. Frente al modelo inglés resul-
tado de la Gloriosa Revolución de 1688, espejo del constitucionalismo
liberal aristocrático continental hasta bien entrado el siglo, el peso
de la realidad político-institucional en Francia puso énfasis inicial sobre
la noción de soberanía, tal como expuso en su día Scott Gordon.
En efecto, el problema que se planteó inicialmente en Francia no ra-
dicó tanto en la respuesta que había de dar en torno a cómo se debían
articular la relación entre los distintos poderes, sino sobre quién era o
debía ser el titular de la soberanía. Ello tenía su lógica desde un punto
de vista de contexto histórico-doctrinal. Los problemas de arquitectura
institucional, si bien estuvieron también en el debate constituyente, fue-
ron siempre orillados por el tema central de debate: quién debía ser el
sujeto titular de esa soberanía.
Como es sabido, desde que Jean Bodin congurara al monarca, en
su conocida obra Los seis libros de la República, como titular de la sobe-
ranía y articulara al poder soberano con sus atributos característicos, la
monarquía fue adquiriendo un protagonismo creciente frente al poder
feudal y asimismo (aunque con raíces más profundas) frente al poder
de la Iglesia. Los intentos de limitar el poder de la Corona en el conti-
nente europeo mediante asambleas de notables o incluso de represen-
tantes de la burguesía de las ciudades (Cortes, Estados Generales, etc.),
fueron palideciendo poco a poco y dieron paso cada vez con mayor
intensidad a la paulatina concentración del poder en un titular único de
78 Rafael Jiménez Asensio
la soberanía, que se situó (o pretendió hacerlo) en manos de un monarca
absoluto.
Nace así el absolutismo monárquico o el intento de negar cualquier
poder intermedio, aunque, en verdad, sus realidades concretas fueron
pocas. Y esas monarquías con pretensión absoluta tuvieron que con-
vivir, en no pocas ocasiones, con fragmentos del poder estamental o
feudal que seguía aún conservando importantes esferas de poder te-
rritorial, así como con el poder innegable que entonces tenía la Iglesia
Católica. Sin duda, en ese proceso de concentración de poder en unas
solas manos, brilló por luz propia «el rey sol», LuisXIV, que tal vez llegó
a representar la gura más próxima a la concepción absoluta del poder.
JacoboII de Inglaterra lo tomo como referencia. Hacía tiempo que los
Estados Generales, representantes de los distintos estamentos (nobleza,
clero y burguesía de las ciudades), no se reunía en Francia (exactamen-
te, desde 1614).
Conforme avanzaba la edad moderna, paradójicamente, el Antiguo
Régimen se iba erosionando. El siglo fue, en este sentido, un pe-
ríodo clave. Es más, se puede armar sin riesgo a equivocarse que en
la fase nal de ese Antiguo Régimen se estaba incubando ya su propia
destrucción. A ello contribuyó sin duda la Ilustración y, por lo que a
Francia se reere, la «Enciclopedia», que puso en jaque desde el punto
de vista conceptual las bases del Antiguo Régimen. La venta de ocios
públicos ennobleció a innumerables personas que venían de la burgue-
sía y afectó a los cimientos tradicionales del estamento de la nobleza.
Como bien expuso Tocqueville a mediados del siglo en su conocida
obra El Antiguo Régimen y la Revolución, a pesar del seísmo que represen-
tó la Revolución francesa, muchas de las medidas adoptadas en los años
posteriores a la revolución encontraban, sin embargo, su clave explicati-
va en el propio Antiguo Régimen. Este, como ya se ha expuesto, estaba
alimentando su propio proceso de descomposición 1.
También ese mismo autor se hizo eco de la pasión de los franceses por
ocupar puestos de funcionarios, práctica que la propia Revolución fran-
cesa no hizo sino reavivar. En efecto, durante el antiguo régimen la com-
pra de ocios públicos por esa clase emergente que era la burguesía fue
una constante. Las necesidades nancieras de la corona incrementaron
esa práctica, hasta el punto de que solamente entre 1693 y 1709 —como
señala este autor— se crearon no menos de cuarenta mil puestos ofreci-
dos a la venta 2.
1 En ese espléndido libro, T puso de relieve la paradoja que implicó la con-
tinuidad de las estructuras y de las prácticas entre una administración del antiguo régimen
y una administración revolucionaria. Así, se explicaba: «No son, como se ha dicho tantas
veces, los principios de 1789 en materia de administración los que triunfaron en esta época y
después, sino, por el contrario, los del antiguo régimen, que se pusieron en vigor, y así perma-
necieron» (El antiguo régimen y la revolución, Madrid, Guadarrama, 1969, p.96).
2 Tal como dice T, «la mayor diferencia que existe en esta materia entre los
tiempos que hablo y los nuestros, es que entonces el gobierno vendía los puestos mientras
que hoy en día los da; para adquirirlos ya no se necesita dinero; se hace algo más, se entrega

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