Los discursos de Felipe II a las instituciones parlamentariasde los territorios de la corona de Aragón

AutorAgustín Bermúdez
Páginas157-177

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1. El discurso regio a las Cortes y parlamentos de la Corona de Aragón durante el siglo XVI

En la dinámica procedimental de la celebración de las Cortes y parlamentos de la Corona de Aragón se sigue practicando durante el siglo XVI el trámite del discurso regio (proposición) pronunciado en el solemne acto de apertura de las asambleas.

Sin embargo, la doctrina jurídica parlamentaria de dichos territorios no se detuvo en suministrar precisiones de detalle sobre este concreto trámite. Así se comprueba en tratados de práctica parlamentaria del siglo XVII como son los de Blancas1y Martel2para el reino de Aragón o el de Lluys de Peguera3para el principado de Cataluña. Sólo en el reino de Valencia, el jurista Matheu y Sanz es algo más explícito en su referencia a las formalidades de la práctica y contenido de tales discursos. Respecto a las formalidades, Matheu relata los trámites seguidos en la solemne apertura de las Cortes, indicando como, una

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vez sentados y cubiertos todos los asistentes y tras reclamarse por un heraldo su atención y silencio, era el propio rey quien ordenaba al protonotario que procediese a la lectura del discurso. En cuanto al contenido, el ilustre jurista sintetiza la estructura de la proposición regia en tres partes o conjuntos temáticos concatenados. En el primero se solían detallar los motivos de la reunión: visitar a los súbditos para favorecerles y hacerles merced, remediar los abusos existentes en la administración de justicia y gobierno del territorio, y, por último, concederles fueros. Un segundo bloque temático se dedicaba a dar cuenta de lo que Matheu denomina genéricamente como las “necesidades públicas”. En el tercer y último tramo del discurso se finalizaba con la petición regia del mayor servicio posible para subvenir a las necesidades derivadas de la defensa de los reinos, conservación de la monarquía y gloria de la fe católica4.

Es obvio que esta descripión de Matheu, centrada en una consideración formalista y protocolaria del discurso regio, no agota la complejidad de su propia naturaleza y finalidad.

Tal y como algunos autores han puesto de relieve, además de formalidad y protocolo, hay en estos discursos reales una dimensión cronística de la política internacional, conseguida mediante el relato de los grandes eventos de esta naturaleza en los que intervenía la monarquía hispana5. Por parte del rey tal relato tenía respecto a sus súbditos un carácter informativo y participativo6, efectuán-dose de forma completamente voluntaria7. No se trataba en modo alguno de una rendición de cuentas a la asamblea sobre la política internacional de la mo-

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narquía puesto que ésta era una materia sustraída al conocimiento o decisión parlamentaria y por consiguiente referida a la exclusiva competencia regia8.

Se encuentra igualmente en estos discursos regios una clara finalidad recaudatoria, según se ha puesto tradicionalmente de relieve por la doctrina. Desde esta perspectiva se estima que el grandilocuente relato cronístico que se comunicaba a los reunidos buscaría predisponer favorablemente su ánimo para obtener la concesión de una ayuda económica generosa (servicio) con la que el monarca pudiera atender a los cuantiosos gastos que las empresas militares comportaban9.

Pero, además de todas estas finalidades, también es evidente, por último, que los discursos regios encierran una clara intencionalidad de propaganda política. De su global contenido trasciende una imagen de la magnificiencia y grandeza de la monarquía hispana. Pero, sobre todo, a lo largo de sus líneas se va esbozando una imagen del propio rey, sus deberes, sus relaciones con sus súbditos, sus cometidos. A este último respecto se subraya especialmente el carácter conservador y defensivo de la monarquía, la justificación de las guerras emprendidas y providencialismo bajo el cual se ubicaban tanto las victorias como las derrotas.

En suma, durante el siglo XVII los discursos reales de iniciación de las Cortes eran textos mas complejos de lo que en apariencia pudieran parecer. No son solamente protocolarias piezas de oratoria parlamentaria destinadas a recaudar fondos sino que, además de ello, encierran toda una serie de complejos matices que delatan muy claramente una estudiada elaboración y una premeditada intencionalidad.

2. Continuidad y cambios en los discursos de Felipe II a las Cortes y parlamentos de la Corona aragonesa
2.1. Los discursos regios a las Cortes de los territorios peninsulares de la Corona aragonesa

Ya Fernando el Católico solía informar a las Cortes aragonesas de sus más sobresaliente gestas internacionales. Pero desde el reinado de su nieto, Carlos V,

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se advierte en los discursos del emperador a las Cortes generales de los territorios de la corona aragonesa (1528, 1533, 1537, 1542, 1547 y 1552) un relato mas minucioso y pormenorizado de los grandes acontecimientos de su política exterior. Es así que con Carlos V se irá configurando un modelo discursivo ante dichas Cortes (proposición o proposiçió) cuya estructura, con ligeras variantes, permanecerá a lo largo de todo su mandato10.

Durante el reinado de Felipe II escasearon los discursos regios a las Cortes de los distintos territorios de la Corona aragonesa, y ello por la propia escasez de celebraciones de las mismas. En 1563 y 1585 se celebraron en Monzón Cortes con carácter simultáneo para los tres territorios peninsulares de la Corona, y en 1592 tuvieron lugar en Tarazona unas específicas Cortes para el reino de Aragón. De todas estas asambleas, los discursos reales dirigidos a las Cortes generales de Monzón de 156311y 158512pueden servir de ejemplo paradigmático para establecer lo que podría considerarse como un cierto modelo de discurso filipino.

Ante todo debe advertirse que, en líneas generales, dicho modelo es poco original y bastante continuador del utilizado por Carlos V en las Cortes de Monzón. El propio Felipe II era buen conocedor de la estructura y mecánica de los discursos carolinos pues, siendo todavía príncipe heredero, había presidido en nombre del Emperador las Cortes de Monzón de 1547 y 1552, dirigiéndoles los consiguientes discursos de apertura. Esta circunstancia permite conjeturar que, tras acceder al trono, decidiera mantener una esencial continuidad en el estilo de los discursos de su padre, sin introducir importantes cambios en ellos.

Así pues, en principio, Felipe II en sus discursos a las Cortes generales de la Corona aragonesa celebradas en Monzón mantiene la triple estructura articula-dora del discurso real, tal y como era habitual hacerlo en tiempos carolinos.

Respecto a la primera parte, la más protocolaria, las dos proposiciones de Monzón se inician, como también solía hacerlo Carlos V13, con la manifestación de su frustado deseo por no haberse reunido antes en Cortes y con una disculpa por el dilatado espacio de tiempo que había transcurrido desde la celebración de las anteriores. En las Cortes de 1563 la causa alegada de tal dilación no había sido otra que la sucesión de toda una serie de circunstancias políticas

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concatenadas que habían impedido convocar y celebrar Cortes14. También en las de 1585 se reitera como causa del retraso los graves asuntos políticos que habían requerido la atención e incluso la presencia real, aunque se deja expresa constancia de que todas estas ocupaciones y consiguientes ausencias no habían sido obstáculo para descuidar en lo más mínimo la obligación regia de velar por el mantenimiento de la fe, la justicia y el buen gobierno, paz, beneficio, quietud, conservación, seguridad y defensa de estos reinos15.

En la segunda parte del discurso se entraba (como asimismo lo hacía Carlos
V) en la concreta narración de dichos impedimentos. Éstos se pormenorizaban en una larga lista de sucesos de política internacional en los que el monarca se había visto envuelto desde las últimas Cortes. En 1563 fueron su matrimonio con la reina de Inglaterra, guerrras en Flandes, abdicación del Emperador, guerras con Francia, muerte de su esposa inglesa y matrimonio con la hija del rey de Francia, enfermedad del príncipe heredero, guerras contra el turco y guerras en Berbería… Similares sucesos se reiteran en la relación efectuada a las Cortes de 1585: nuevas guerras contra los turcos, guerras en Flandes, la guerra para sofocar la rebelión morisca de las Alpujarras, la Liga Santa, la gran derrota de los turcos en Lepanto, y los sucesos acaecidos en Portugal que habían terminado con su reconocimiento como rey de aquel territorio16.

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Por último, en la tercera parte de los discursos filipinos se procedía también de forma similar a los carolinos. En ella se aprovechaba para precisar la finalidad de las Cortes y, al propio tiempo, para suministrar a sus súbditos una cercana imagen regia y recordarles, en contrapartida, sus obligaciones para con su rey, en especial la de su prestación de un servicio o ayuda económica.

Pues bien, tal como ya ocurría en los discursos de Carlos V17, en el contenido de estas tres principales partes de los discursos de Felipe II se van deslizando toda una serie de consideraciones y argumentos que delatan algunos de los rasgos caracterizadores del ideario político del monarca.

Una de estas consideraciones es la referente a la relación del rey con sus reinos y súbditos de la corona aragonesa. Respecto a los primeros Felipe II los califica en 1563 de “miembro tan principal de la cristiandad y de...

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