La detección de la verdad y del engaño en el proceso penal

AutorMaría Luisa Villamarín López
Páginas17-21

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«En este mundo traidor, nada es verdad o mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira».

(Ramón de Campoamor)

Imaginemos un mundo sin verdades. En el que todo es relativo. En el que todo lo que alguien opina es válido y respetable. En el que las cosas no son sino como las ve cada cual según las gafas que lleve puestas en ese momento. Es cierto que quizá no les resulte tan difícil hacer este primer ejercicio de imaginación porque estas ideas y teorías post-modernas vienen calando en algunos sectores del pensamiento y no son pocos los que se han subido al carro de un relativismo que tanto ha afectado, en mi opinión, de forma negativa, a la sociedad actual.

Pero vayamos más allá. Imaginemos que también esto se aplicara a los procesos. Que resultara irrelevante en el ámbito judicial conocer y decidir con arreglo a lo realmente ocurrido. Que los jueces estuvieran centrados en cumplir la función de resolver un conflicto, aplicando el Derecho al caso concreto, sin importarles si lo decidido se ajusta o no a la realidad de lo acaecido. Esto ha sido defendido desde algunos sectores con bastante difusión. Por ejemplo, en Estados Unidos, a partir de investigaciones desarrolladas desde el ámbito de la psicología social, que han entendido que lo que denominan «procedural justice»

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deriva de la celebración de los procesos conforme a las pautas legal-mente establecidas, con todas las garantías, en especial con respeto a las exigencias de contradicción, sin que resulte para sus defensores relevante la calidad o el contenido de las decisiones judiciales y, por tanto, sin que importe «su eventual veracidad en términos de correspondencia con la realidad de los hechos»1 Traducido en otros términos, si se respetan todos los postulados del proceso, nada habría que objetar a la tarea judicial si se condena a Ticio por una acción que no cometió y que cometió Cayo.

No soy, empero, de esta opinión. Coincido con quienes defienden la necesidad, tanto en el ámbito forense como en la vida en general, de sostener la existencia de la verdad, que, como señalaba Lynch, es «objetiva y es buena», y base de un funcionamiento adecuado de la vida social. Si se desecha toda exigencia de búsqueda de la verdad en las instituciones, especialmente en el campo de la justicia, desaparecen la seguridad y la confianza de los ciudadanos en el sistema y, por lógica, no puede hablarse de democracia. Pero no son éstas ideas nuevas, puesto que también muchos de los clásicos pensaban así...

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