El despliegue geopolítico de la federación rusa: el near abroad y los conflictos congelados

AutorJosé Ángel López Jiménez
Páginas105-170

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Introducción: una aproximación conceptual

El concepto de conflicto congelado, frozen conflict, en su denominación más compartida por la terminología anglosajona especializada en el ámbito de las relaciones internacionales nos remite a cualquier conflicto bélico que, habiendo finalizado su fase armada, no ha conseguido cerrarse definitivamente porque no ha alcanzado ningún acuerdo de paz definitivo, o bien porque el que se ha conseguido no se aplica por las partes o, en último término, porque tampoco se fijado un marco político satisfactorio para todas las partes. En esta situación, el conflicto armado puede reactivarse en cualquier momento creando una situación regional de extrema inseguridad, teniendo normalmente complejas ramificaciones internacionales, con la participación -directa o indirecta- de varios Estados.

Aunque la existencia de este tipo de conflictos ha sido bastante frecuente en la comunidad internacional en los diversos períodos históricos, desde la disolución de la Unión Soviética ha venido a calificar a todo un conjunto de controversias surgidas entre movimientos secesionistas que han aparecido en los procesos de construcción de las estatalidades independientes de las Repúblicas integrantes de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los contenciosos abiertos por los líderes de estos territorios, rebelados contra sus respectivas autoridades centrales, han acabado por consolidarse como Estados de facto, aunque no de iure, puesto que no han gozado del reconocimiento internacional.

El factor temporal ha consolidado sus posiciones frente al deterioro sufrido por las repúblicas de las que, jurídicamente, forman parte integrante. Su consolidación en el tiempo no hubiese sido posible, en ningún caso, sin el apoyo político, económico y militar de la Federación Rusa.

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Afecta en la actualidad a Moldova (Transnistria), Georgia (Abjasia y Osetia del Sur), Armenia y Azerbaiyán (Nagorno-Karabaj) y Ucrania (Crimea-Distritos orientales de Lugansk y Donetsk) y, aunque comparten toda una serie de elementos y dinámicas -en especial el protagonismo ruso y su interés geopolítico y geoestratégico en la toda la región- tienen una historia, unos orígenes, una evolución y unos procedimientos de solución diferentes entre sí. Aunque algunos se gestaron durante el período final de la Unión Soviética, la fase estrictamente militar de los conflictos se desarrolló en el inicio de la andadura independiente de las repúblicas afectadas -entre 1992 y 1994- a excepción de lo acontecido más recientemente en Ucrania -desde el año 2014-.236 Algunos autores prefieren la denominación de conflictos prolongados, ofreciendo el matiz diferencial sobre la congelación en el aspecto de su prolongación en el tiempo, sin haber pasado por ninguna fase de aparente resolución. Para esta corriente de análisis cabría diferenciar en este sentido entre lo sucedido en Transnistria y, por ejemplo, la fase de aparente resolución que tienen los conflictos de Georgia -al margen de la legalidad internacional- o la anexión de Crimea. Además, la secesión abierta y apoyada por Rusia en los distritos orientales de Ucrania claramente se correspondería con un conflicto abierto -ni prolongado, ni congelado-. De hecho 13 de los 243 conflictos que se han desarrollado desde la Segunda Guerra Mundial han permanecido activos durante más de 32 años, de los que el palestino-israelí sería el prototipo.237 Si repasamos alguna de las características específicas que presentan este tipo de conflictos observamos que, alguna de ellas, son compartidas por los conflictos congelados pero también presentan otras que no lo son. Entre las primeras están fundamentalmente la duración o longevidad de la situación y la pervivencia de la conflictividad -latente o real-. Sin embargo no presentan una administración pública ni una gobernanza débil los Estados afectados por los conflictos congelados, pese a los problemas que generan para la consolidación de su integridad territorial y su estatalidad independiente. Asimismo no presentan unos sistemas insostenibles desde el punto de vista de sus niveles de vida -alimenticio, sanitario, educacional- y la ruptura de las instituciones locales no se produce en estos Estados; más bien hay un solapamiento de un doble edificio institucional que pretende ostentar el mismo nivel de independencia en sus actuaciones.238 En sentido estricto cabría calificar a este tipo de conflictos de manera más precisa como: “Conflictos separatistas no resueltos en la región post-soviética”.239 Es decir,

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todo un conjunto de movimientos secesionistas amparados -cuando no auspiciadospor Rusia, con fundamentos muy diversos-étnico-nacionales, político-ideológicos, económicos -con una élite regional que los lidera frente a las autoridades centrales republicanas y que consiguen mantenerse en el tiempo gracias al múltiple apoyo recibido desde Moscú-militar, económico, político y diplomático-.

Como veremos posteriormente, los instrumentos utilizados por Rusia en estos conflictos, especialmente en Transnistria y en Georgia, para conseguir prolongar en el tiempo los respectivos secesionismos presentaban un objetivo común: sabotear cualquier intento de aproximación a Occidente y a sus organizaciones internacionales de carácter regional políticas, económicas y de seguridad (Unión Europea y OTAN) para que, con el paso del tiempo, se reorientasen hacia Moscú y sus proyectos de integración regional.240 Curiosamente en la Estrategia de Seguridad Nacional 2020 de la Federación Rusa se señalaba el potencial desestabilizador que como amenazas para los intereses y la seguridad de Rusia representaba la presencia de este tipo de conflictos armados y su posible escalada en las regiones fronterizas, así como su conversión en zonas francas para actividades ilegales, como el tráfico de armas, drogas y terrorismo. Precisamente en lo que se convirtió Transnistria como consecuencia directa del apoyo a los secesionistas que se financian con este tipo de actividades.241

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Intervencionismo ruso en su extranjero próximo

El colapso de la Unión Soviética significó una reestructuración en diferentes niveles de toda el área geopolítica que había ocupado el extinto Estado federal y que, desde finales de 1991, pasó a estar divido entre quince nuevos Estados, formal y jurídicamente independientes. En este contexto, Rusia asumió la pérdida de gran potencia en la escena internacional, que venía desarrollándose en los años anteriores a la disolución de la Unión, azotada por una crisis política, económica y nacional que provocó su repliegue hacia la resolución de sus problemas domésticos.242

La aproximación rusa hacia toda una región que pasaba a constituir, de forma súbita, su extranjero próximo fue sufriendo una evolución paulatina. La configuración de una diplomacia y de una política exterior genuinamente rusa no dejaba, por ello, de presentar ciertos rasgos netamente soviéticos, como la tendencia al intervencionismo en aquellas regiones que consideraba específicamente como su área de influencia e interés geoestratégico. Por no mencionar la población rusa dispersa en estos territorios donde tenía que pasar su propia transición en la asunción de una nueva ciudadanía.

Las dos formas básicas de intervencionismo, desde el inicio de los conflictos separatistas, fue mediante el despliegue de fuerzas armadas de interposición -a excepción del enclave de Nagorno-Karabaj- y como principal actor de todos los formatos negociadores.243 Con posterioridad se añadirían la ayuda financiera, militar, el apoyo político y, en algunos ejemplos más recientes, el reconocimiento internacional y su posterior anexión a Rusia (Abjasia y Osetia en el primer caso y Crimea en el segundo).

No obstante, a pesar de una clara reorientación diplomática hacia Occidente, la política exterior de la Rusia de Yeltsin desde sus inicios no perdió de vista su tradicional esfera de influencia. Su máximo exponente lo constituyeron aquellos territorios de las nuevas repúblicas independientes en los que la población rusa representase un porcentaje relevante de los 25 millones de rusos repartidos entre los nuevos Estados.244 La conflictividad étnico-nacional entre las diferentes minorías se mostró como el principal argumento intervencionista de Moscú, aunque en algunas repúblicas -como Moldova- los conflictos suscitados tenían un evidente origen ideológicopolítico, como veremos más adelante.

Lejos de representar un intento de reconstrucción imperial de Rusia bajo parámetros similares al antiguo espacio soviético Moscú fundamentó su política intervencionista en su extranjero próximo, en particular de sus fuerzas armadas, como garante de operaciones de mantenimiento de paz o de interposición en los diversos conflictos

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abiertos. Sin el respaldo de Naciones Unidas y con una actuación básicamente unilateral, las intervenciones en Georgia, Tayikistán, Moldova o Azerbaiyán desde la independencia de Rusia evidenciaron desde sus inicios un apoyo a los diferentes movimientos secesionistas que operaban en estas repúblicas con el indisimulado objetivo de crear un espacio de influencia rusa y un intervencionismo en los distintos procesos de construcción de una estatalidad independiente, ya marcados por una evidente complejidad y una problemática multifactorial.245

La hegemonía de Rusia en el espacio...

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