Despegue, expansión, crisis y reconversión (1860-2000). La vida del eje industrial vertebrado por la ría de Bilbao

AutorSusana Serrano
CargoColab. Investigación Depto.Historia Contemporánea Fac.Cs.Soc. y Comunicación Univ.País Vasco
Páginas06

A inicios del XIX tocaba a su fin el tradicional sistema económico del País Vasco, con el declinar de sus dos pilares básicos, el comercio y la industria siderúrgica desarrollada en las ya obsoletas ferrerías. Tras un período de inestabilidad, en el que al tiempo que iban desapareciendo algunas de las viejas unidades productivas emergían ciertas alternativas renovadoras, arrancó un proceso de modernización que vería finalmente consolidar un nuevo modelo económico, aquel que tendría a la industria, en el caso vasco a la industria siderometalúrgica, como soporte estructural. El cambio supuso también asumir nuevas fórmulas productivas, la introducción de la concepción de la organización empresarial, así como del trabajo asalariado, la movilización de amplios volúmenes de capital y la aplicación de modernas tecnologías importadas de Europa. Podríamos ir más allá incluso, pero no ha lugar.

Cien años después, al filo del último cuarto del siglo XX, la historia se repetía, el modelo imperante se mostraba agotado, quedaba anticuado y, una vez más, resurgía el ciclo de la renovación, del cambio. Próximos a la inauguración del III Milenio, tras devaneos y titubeos, se imponía ya un nuevo orden mundial, un nuevo sistema económico en el que el sector terciario había tomado el relevo de la industria, mientras que ésta había tenido que acometer una dura reconversión y reestructuración. Las viejas áreas industrializadas, de larga tradición y fuerte especialización en sectores básicos (siderurgia, construcción naval, metalurgia, etc.), han vivido las consecuencias del proceso con especial gravedad, factor territorial que no se nos debe escapar, máxime cuando es preciso entender que se trata de un proceso complejo y heterogéneo desde sus más diversas perspectivas y que, por tanto, no puede contemplarse bajo el prisma de un modelo único. La Ría de Bilbao será nuestro mejor laboratorio de investigación.

I. La quiebra del sistema económico tradicional. Crisis y desindustrialización en el primer tercio del XIX

Al finalizar el siglo XVIII, la siderurgia tradicional constituía el pilar de la economía vizcaína. No se manifestaba así, con tanta rotundidad, en Guipúzcoa y menos aún en Álava, donde apenas era perceptible. Primacía siderúrgica de Bizkaia que corroboran los datos que se desprendían del reparto sectorial del Producto Bruto: 15.400.000 rs. procedentes del Producto siderúrgico y 11.500.000 rs. del Producto agrícola; en Guipúzcoa la distribución era de 7.050.000 rs. y 13.200.000 rs., y en Álava de 900.000 rs. y 20.200.000 rs., respectivamente en ambos casos1. Las cifras hablan por sí mismas.

Sin embargo, esta industria siderúrgica tradicional derivaría hacia su declive durante el primer tercio del XIX. Diversos factores condujeron a un proceso de desindustrialización que, a la vez que auguraba el fin de las viejas prácticas industriales, vería poner en marcha ciertas iniciativas de signo renovador. Entre aquellos, la obsolescencia de las ferrerías vascas, muchas de las cuales derivaron hacia su cierre por improductivas, la pérdida del monopolio de los mercados coloniales ante la liberalización de los mismos, la falta de competitividad de los productos manufacturados vascos en los mercados europeos debido a la modernización de la industria acometida ya en diversos países del viejo continente, la inestabilidad reinante derivada de los conflictos bélicos, externos e internos, que tuvieron lugar a lo largo del primer tercio de la centuria decimonónica, los elevados derechos impuestos a la introducción del hierro vasco en el resto de España, que ascendían a un 10-27% en torno a 18202,… en definitiva, toda esa serie de circunstancias que rodearon a los años de revolución y cambio en el transcurso del XIX.

Coetáneos de la época veían llegado el momento de asumir el reto de la renovación, una vez visto el declinar de las bases del sistema económico tradicional vasco, el comercio y la industria ferrona.

Debemos ser francos y leales en manifestar nuestra opinión, siquiera experimentamos el más amargo pesar al consignarla. Bilbao está en uno de aquellos períodos críticos para los pueblos. Ha padecido muchas, muy agudas y recientes enfermedades y puede caer, antes de acabar su convalecencia, en un mortal marasmo. Tal vez ha de menester cambiar de aire y de alimento; de sistema completo de vida, juzgando lejano el día en que se le restituyen sin ninguna cortapisa las franquicias mercantiles de que gozaba, y temiendo aún en el caso de obtener este triunfo apetecido, le será imposible recuperar cumplidamente sus perdidas fuerzas y esplendor. No les falta es cierto a sus hijos ni actividad, ni inteligencia, ni osadía, para acometer nuevas y arduas empresas, para lanzarse en vías desusadas y seguirlas con tesón y perseverancia, sin amilanarse por contratiempos y reveses a su previsión difíciles de esconderse3.

Un juicio de valor, el de F. Hormaeche, al analizar la realidad territorial de Bilbao, puntero centro comercial, de elevado grado de internacionalización como había sido hasta la fecha. Pese a la achacosa «salud» del mismo, despuntaron en el entorno bilbaíno ciertas iniciativas industriales de carácter innovador que, sin embargo, no en todos los casos dieron resultados fructíferos. Al referente indiscutible de la modernización siderúrgica vizcaína, como lo fue Santa Ana de Bolueta (1841), precursora en su campo, se sumaron otros establecimientos que planteaban ya el relevo de las viejas instalaciones protoindustriales. La fundición de Mr. Dupont, del belga J. Leloup, de Joaquín Mazarredo, Tomás Sagarduy y Legorge, las fábricas de puntas de Sarachu y Domingo Borda, la de clavos de Domingo Jaúregui y el taller de catres de hierro de Francisco Sorcach4 convertían al centro bilbaíno en el foco de la renovación industrial emprendida. Pero, aún así, ni tan siquiera la propia Santa Ana representaba la revolución técnica que la Europa de la vanguardia económica había practicado ya, pues en sus primeros años de vida se dedicó tan sólo a la segunda fusión, para lo cual utilizaba lingote local y británico, y en cuanto al alto horno que inauguraba en 1848, el pionero de esta naturaleza en Bizkaia, éste era aún de carbón vegetal5.

[NO SE INCLUYE LA TABLA]

En este contexto de cambio, la siderurgia vizcaína perdía posiciones respecto a la andaluza, que se había adelantado en su renovación, ocupando aquella el cuarto lugar en producción de hierro colado tras Málaga, Sevilla-Huelva y Asturias6. Habría que esperar al último cuarto del XIX para ver cambiar las tornas, una vez iniciado el despegue industrial vizcaíno.

II. Despegue y consolidación de la industria moderna (1860-1930)

Y a los tanteos preliminares, siguió el despegue, un despegue que tuvo en Bizkaia su epicentro y a la minería de hierro como «motor de propulsión». El invento, en 1855, del procedimiento Bessemer para la obtención de acero fue decisivo. Se requería para la fabricación del mismo un mineral de hierro no fosfórico, presente en la cuenca minera vizcaína, en los montes de Triano que se levantaban a orillas de la ría de Bilbao, mineral de gran calidad, fácil extracción y cómodo transporte dada la proximidad de los yacimientos al puerto bilbaíno. En adelante, conocidas las ventajas que ofrecía dicha cuenca frente a otras alternativas como la sueca, fue masiva la demanda de mineral de hierro vizcaíno por parte de compañías extranjeras, fundamentalmente inglesas, francesas, belgas y alemanas, las cuales, junto a una reducida élite local que se había hecho con la propiedad de aquellas minas de Triano que fue posible registrar con anterioridad a 18597, explotaron los cotos, con destino a la exportación. Bizkaia, en consecuencia, tomaba la delantera en la renovación de sus estructuras económicas.

En esta dinámica, no pudo resultar más favorable la liberalización del régimen de tenencia de minas. La Ley de minas de 1859 permitiría el aumento considerable de la superficie denunciable por minero, registrándose, por primera vez, minas que quedaban fuera de la estrecha franja trabajada tradicionalmente8. Poco después, a partir del Decreto-Ley de 9 de diciembre de 1868, los límites desaparecerían, permitiéndose la acumulación indefinida de pertenencias por un propietario.

La supresión en 1863, por las Juntas Generales del Señorío de Bizkaia, de la prohibición que existía hasta la fecha de exportar mineral de hierro y la construcción por parte de la Diputación vizcaína del ferrocarril de Triano (1865), línea que conectaba las minas de Somorrostro con los embarcaderos de la orilla izquierda de la ría, tuvieron asimismo un papel clave en esta fase inicial que se vio frenada por la guerra carlista. En aquellos años que mediaron desde el segundo tercio del XIX hasta 1873 se puso en marcha la organización de la zona minera y la planificación de su explotación, quedando pendientes de ejecución los proyectos de ferrocarriles mineros y la habilitación de cargaderos en la ría, actuaciones que, en buena medida, fueron acometidas más adelante por las compañías mineras extranjeras.

A partir de 1876 y hasta finales de siglo, fue continua en Bizkaia la producción y exportación de mineral, significando aquella entre un 70-80% de la producción total de España, mineral que en un 90% se dirigió a la exportación y cuyo destino prioritario fue Inglaterra. Los elevados beneficios generados contribuirían a financiar una parte del desarrollo industrial de Bizkaia en el último cuarto del siglo XIX. Aquella reducida élite de mineros locales, especialmente los que poseían las minas más antiguas, una vez capitalizados, emprendieron la construcción de tres modernas plantas siderúrgicas en la margen izquierda de la ría de Bilbao. El centro bilbaíno, por tanto, quedaba postergado ante los inconvenientes derivados de la escasez de suelo disponible, requerido por la nueva siderurgia, y de la lejanía del puerto. Así, en 1880 iniciaba su andadura la fábrica San Francisco de Mudela (Sestao), a iniciativa de...

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