El desastre ecológico de Asia Central

AutorJesús de la Iglesia
CargoUniversidad Complutense de Madrid
Páginas495-521

A Pilar, a Pablo y a Sergio

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I Introducción

En 1991, tras la ruptura de la URSS, cinco repúblicas de Asia Central que habían sido creadas por Stalin en la década de 1930 (Kazakistán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) se vieron obligadas a iniciar una andadura de independencia nacional que nunca habían deseado y para la que no estaban preparadas.

Cinco nuevos países cuya extensión territorial es de 3.882.000 km², lo que equivale a la superficie de Europa Occidental y Oriental; países que están separados del resto del mundo por diversos accidentes geográficos: grandes desiertos en el oeste, donde se encuentran, también, el mar Aral y el mar Caspio; al este, sin embargo, están las estribaciones de las cadenas montañosas más altas del mundo que alimentan el nacimiento de los dos caudalosos ríos que hacen posible la vida en Asia Central; al norte predomina la estepa semidesértica en la que, debido precisamente a la carencia de agua, apenas existen poblaciones relevantes; y al sur limita con las montañas más ásperas de Irán y Afganistán.

Países que, a pesar de los accidentes geográficos apuntados, están recobrando actualmente su histórica función de enlazar al Este con el Oeste debido, actualmente, a sus ricos yacimientos de petróleo y gas natural. Pero recordemos que Asia Central había sido ya, durante más de veinte siglos, el punto de encuentro de largas caravanas de camellos, caballos y burros que unieron a China con la India, Rusia y Europa. Caravanas comerciales que hicieron posible que todo pudiera comprarse y venderse: mercancías, ideas y religiones. Aquello fue lo que ahora se conoce como las rutas de la seda.

La herencia de los cien años de dominación rusa y soviética ha consistido en el legado de un amplio espacio subdesarrollado cuyas principales características económicas son las siguientes: predominio de la agricultura en el conjunto del sistema productivo; un sector industrial obsoleto y no competitivo internacionalmente; elevadas Page 496 tasas de desempleo que afectan, sobre todo, a una «generación perdida» de jóvenes que a veces no tienen otras opciones que las que le brindan la economía ilegal y un fanatismo religioso que se hace cada vez más extremista. Todo ello debido a la aguda pobreza en la que cayeron los cinco países centroasiáticos cuando, en 1991, dejaron de percibir los cuantiosos subsidios que recibían de Moscú con los que financiaban la educación, la sanidad y las pensiones de jubilación; sectores para los que ahora apenas existen recursos en ninguna de las economías nacionales de Asia Central.

Por su clima seco y caluroso, y por las grandes corrientes de agua transportadas por los caudaloso ríos Amú Daria y Syr Daria, Asia Central siempre ha sido una zona propicia al cultivo de cereales, arroz y algodón, aunque durante la mayor parte de su historia ha predominado la vida nómada que exigía la búsqueda de nuevos pastos para su ganadería trashumante. La agricultura, no obstante, nunca fue abandonada; y menos aún cuando las decisiones dejaron de ser tomadas por los habitantes de la zona e intervinieron otras fuerzas de carácter colonial. Se impuso, entonces, una economía política que fue dictada por los zares desde San Petersburgo y, posteriormente, por los planificadores soviéticos desde Moscú. Economía política basada, esencialmente, en el cultivo del algodón, lo que permitía satisfacer la demanda interna del Imperio y de la URSS, y exportar el excedente para obtener así las divisas que posibilitaran la compra en el exterior de otros bienes necesarios para la economía nacional.

En consecuencia, el modelo de desarrollo soviético impuesto a Asia Central se basó, especialmente, en la producción algodonera a gran escala, a pesar de que se sabía que el precio más inmediato que habría que pagar sería el de la desaparición de un sector pesquero que aseguraba el mantenimiento de varios miles de empleos. Se sabía, también, que el deterioro ecológico incidiría negativamente en la calidad de vida de los habitantes de la región. Pero a Moscú no le importaba ni una cosa ni la otra, y eligió incrementar la producción de algodón antes que preocuparse por la salud de los habitantes que habrían de cultivarlo. Page 497

(Mapa en Documento Pdf)

Aún así, todo podría haber sido aceptable si no se hubiera atentado contra el sistema ecológico. Si no hubiera sido porque cada Plan Quinquenal elevaba las cotas de producción algodonera 1, lo que exigía la expansión de las tierras de cultivo y el incremento de productos químicos que estimularan la productividad. La necesidad de mayores superficies agrarias se traducía, de inmediato, en nuevas canalizaciones de regadío que iban enflaqueciendo paulatinamente el caudal de los ríos que deberían de desembocar en el Aral. Y los incrementos de pesticidas y fertilizantes envenenaban aún más las aguas de las acequias y canales que regresan después a la red general, por lo que, sobre todo en los últimos espacios de las vertientes fluviales, el agua consumida por la mayoría de la población seguía (y aún sigue actualmente) sin cumplir ningún requisito de salubridad; y ese es el agua de las plantaciones dedicadas a la alimentación y la que beben los animales, cuya leche y cuya carne forman parte de la escasa dieta alimentaria. Además, los residuos municipales e industriales, que ya son cuantiosos desde las últimas décadas, se han vertido siempre directamente en los ríos.

Otro problema que también hemos de tratar es el referente a la desecación del Aral, que está convirtiendo al antiguo mar en una Page 498 masa cada vez más amplia de sal y productos químicos que son esparcidos hacia zonas lejanas por las frecuentes tormentas de aire producidas por el cambio climático que ha causado el abusivo cultivo del algodón. Tormentas que trasportan cientos de toneladas de arenas tóxicas causando a su paso todo tipo de enfermedades relacionadas con el sistema respiratorio, y desertizando las tierras en las que acaban posándose. Una de las primeras tormentas de arena y sal fue detectada por los cosmonautas soviéticos en 1975, y desde entonces se empezó a estudiar sus causas, magnitud y frecuencia que, al parecer, crecen en proporción al decrecimiento de las aguas del Aral. El caso es que en 1980 las tormentas transportaron entre 90 y 140 millones de toneladas de sal y arena que, en parte, acabaron inundando las tierras de cultivo de Bielorrusia, situadas a 2.000 kilómetros al noroeste; aunque, con mayor frecuencia, las corrientes se dirigen hacia Oriente depositándose, en ocasiones, en los campos nevados de Afganistán, donde empieza a crecer el Amú Darya, sin olvidar que las tormentas más continuadas, aunque no sean las más intensas, son las que esparcen sus areniscas por el resto de Asia Central, transportando con ellas la desertización y la enfermedad .2

No obstante, quizás todas estas cuestiones no sean las más graves que padece Asia Central. Las constantes pruebas nucleares realizadas en el aire, en la tierra y en el subsuelo han dejado una herencia aún más perniciosa, ya que siempre que se come y se respira en amplias zonas de Asia Central se entra en contacto con alimentos contaminados y con una atmósfera sucia e insalubre. Y algo similar ocurre con los productos químicos y biológicos creados como sofisticados armamentos para enfrentarse a un enemigo imaginario pero que, hasta el momento, sólo han representado una amenaza interna para los supuestos beneficiaros de ese tipo de experimentaciones. Armas nucleares y biológicas que, a pesar de haber sido desmanteladas al final de lo que se conoce como la guerra fría, siguen siendo un peligro encerrado y enterrado en cientos de depósitos por todo el territorio.

II El algodón y el agua

La conquista de Asia Central por parte del Imperio ruso duró algo más de tres siglos, aunque no siempre se acometiera con el mismo Page 499 interés ni, consiguientemente, con el mismo ímpetu. Conquista que se consideró finalizada después de la toma de Tashkent (actual capital de Uzbekistán) en 1865, Samarcanda en 1868 y Khiva en 1873 3.

Desde entonces se impuso el crecimiento desmesurado del cultivo del algodón en la nueva colonia para satisfacer las propias necesidades del Imperio y para aprovechar la situación favorable de los mercados internacionales, cuya demanda había sido desatendida, en parte, a causa de la reciente guerra civil norteamericana de 18611865.

Comenzaron a construirse nuevos canales de irrigación siguiendo históricos trazados aún existentes que databan de los tiempos de Gengis Kan y sus sucesores; éstos, sabedores de que esas zonas desérticas sólo se convertirían en tierras agrarias si se procedía a una previa diversificación de las aguas de sus principales ríos, excavaron multitud de acequias a mediados del siglo XIII, cuyo arquetipo serviría para diseñar, en el siglo XIX, la primera estructura de regadío moderno en Asia Central, aunque no se tratara más que de zanjas de escasa profundidad en las que se perdía la mitad de las aguas, filtrándose en el subsuelo o evaporándose durante los calurosos veranos en los que no se baja de 40 grados de temperatura.

La posterior política algodonera soviética siguió el camino marcado por los zares, aunque de una manera bastante más acentuada: el total de la superficie de regadío en Asia Central pasó de 3,25 millones de hectáreas en 1913 a 7 millones en 1990, lo que supuso el vaciado casi completo de los dos grandes ríos nacidos en el extremo oriental de esta extensa región centroasiática, y cuya muerte debería de haberles sorprendido alimentando constantemente al Aral 4. Porque aunque haya que reconocer...

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