Los desafíos que la globalización plantea a la política y la gestión pública

AutorJoan Prats I Català
Cargo del AutorDirector del Instituto Internacional de Gobernabilidad de Catalunya
Páginas17-53

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1.1. La globalización y los cambios en la estructura y el rol del estado

En 1980 el comercio mundial representaba el 12% del PIB mundial. En el 2003 alcanzó el 30%. Durante este tiempo el PIB mundial creció a una media anual del 3%, mientras que el comercio lo hizo al 6%. El comercio de servicios es el que más ha crecido, pero las empresas industriales ya están exportando el 32% de su producción y las relacionadas con las TICs exportan algo más del 42%. En todo caso, la participación de los países en el comercio mundial está muy concentrada: Estados Unidos (14,5%), Japón (5,8%), China (5,5%) y la Unión Europea (24,5%) concentran más de la mitad del comercio mundial. Todo ello sin olvidar las barreras arancelarias y técnicas que los países desarrollados siguen oponiendo a la exportación de productos agrícolas, textiles y a los servicios intensivos en mano de obra, que son los que ofrecen ventajas competitivas para los países en desarrollo. Y sin dejar de lado las escarniosas subvenciones a las exportaciones agrarias de los países desarrollados.

La inversión extranjera directa desde 1980 viene creciendo a una tasa media anual del 7%, impulsada principalmente por más de 60.000 empresas multinacionales que representan ya el 66% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios y el 10% de las ventas nacionales mundiales. Estas multinacionales, a través de sus más de 500.000 empresas filiales establecidas fuera del país sede, ya venden localmente más del doble de lo que exportan.

La globalización está alcanzando también, aunque mucho más limitadamente, a la fuerza de trabajo: entre 1980 y 2002 casi se ha triplicado el número de emigrantes como porcentaje de la población mundial, pasando de 60 a 180 millones de personas.

Entre 1981 y 2001 el PIB per cápita de los países en desarrollo creció un promedio del 30%. Pero el cuadro general del crecimiento es mucho más mixto dadas las grandes disparidades regionales: el crecimiento sería mucho menor si no se registraran los grandes avances de China e India; África

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subsahariana no ha crecido; Europa del Este y Asia Central han declinado, y el crecimiento registrado en América Latina, el Norte de África y Orienta Medio ha sido en general insignificante. Los países que menos han crecido son por lo general los que ya eran los más pobres en 1980.

Esto explica que la desigualdad entre países haya aumentado considerablemente: en 1980 el decil de países más ricos tenía un ingreso per cápita 16 veces mayor que el de los países de los tres deciles más pobres, lo que significaba una brecha de 19.000 dólares (precios paridad de compra de 2002). En 2002 esta relación se había elevado a 22,5 veces más y la brecha a 26.500 dólares. Estos datos resultan algo menos desalentadores si, en lugar de promediar países, promediamos la población mundial. Con todo, en un mundo que se quiere cada vez más interdependiente y global, las desigualdades resultan cada vez más inquietantes: ajustado por población, el 40% de los países más pobres recibe sobre un 10% del producto mundial, mientras que el 20% de los países más ricos recibe más del 60%; el 5% más rico de la población mundial recibe una renta per cápita que es 32 veces la percibida por el 10% más pobre.

La pobreza extrema se ha reducido considerablemente en los países en desarrollo tanto a nivel relativo como, por primera vez en su historia, a nivel absoluto: entre 1981 y 2001 la gente viviendo con menos de 1 dólar al día pasó del 39,5 al 21,3% de la población y de 1.500 millones en 1981 a 1.100 millones en 2001. Gran parte de este progreso se concentró en Asia, y especialmente en China, donde el PIB se ha quintuplicado desde 1981 y el número de pobres reducido en unos 400 millones. En cambio, en África subsahariana la pobreza extrema creció del 42 al 47%. En el Este de Europa y Asia Central la pobreza extrema pasó de ser casi inexistente a afectar al 6% de la población (y el número de ésta viviendo con menos de 2 dólares diarios pasó del 2 al 24%). En América Latina las tasas de pobreza se elevaron en los ochenta y retrocedieron en los noventa, acabando esta década en los niveles de 1981. Se estima que América Latina sólo podrá alcanzar hacia 2030 los objetivos del milenio fijados para 2015. En el Norte de África y Oriente Medio las tasas de pobreza cayeron a la mitad durante los ochenta, pero volvieron a crecer durante los noventa.

Los indicadores de salud y educación muestran avances en todos los países en desarrollo, con la gravísima excepción de la expectativa de vida en África, donde dejó de crecer a fines de los ochenta y en 2002 había pasado de 50 a 46 años.

Los países en desarrollo experimentan serios problemas ambientales que incluyen la contaminación del aire y el agua, el deterioro de los suelos y los recursos hídricos, las emisiones de gases de efecto invernadero, los bancos de pesca en declive, la destrucción de bosques o la pérdida de biodiversidad. Se estima que sólo la contaminación del aire causa unos dos millones de muertes al año. El incremento en el consumo de energía se estima hoy

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entre un 2,8 y un 3% anual, muy lejos del 1,8 estimado hace muy pocos años por la Agencia Internacional de la Energía.

La población mundial se estima que crecerá de 6.100 millones en 2001 a 7.100 en 2015 y a 8.000 en 2030. Casi todo este crecimiento se dará en los países en desarrollo, y casi todo él en ciudades. Se estima que para 2015 las cuatro quintas partes de las ciudades con más de 5 millones de habitantes estarán en países en desarrollo. La participación en la población mundial de los países en desarrollo pasará del 84,5% actual al 87,4%. Estamos lejos de las bombas demográficas pronosticadas por algunos en los setenta. El desafío mayor radica en la creación en los países en desarrollo de los empleos necesarios para ocupar su fuerza de trabajo en expansión. Aun considerando la válvula migratoria, si no se crean en torno a 35-40 millones de empleos netos por año, la combinación de altas tasas de desempleo, salarios más bajos y desafección creciente de los jóvenes va a plan-tear serias amenazas.

Durante los noventa, 46 países se vieron envueltos en conflictos, principal-mente civiles. Entre ellos estaban 17 de los 33 países más pobres del mundo. La tendencia que se observa durante las dos últimas décadas es a un incremento de los conflictos en los países en desarrollo conjuntamente considerados, aunque combinada con una disminución de los mismos cuando se convierten en países de renta media. Los conflictos son, entre otras muchas cosas, expresión y causa de Estados en riesgo o fracasados que tienden a ser -quizá con algunos paraísos fiscales- nodos estratégicos de los tráficos globales ilegales...1.

Entendemos por globalización el proceso de integración creciente de las sociedades y las economías no sólo en términos de bienes, servicios y flujos financieros, sino también de ideas, normas, información y personas. La globalización contemporánea es más rápida, intensa y barata que cualquiera de los procesos de internacionalización que la han precedido.

Las redes mundiales en expansión en las que se mueven los capitales, las ideas, las informaciones, los conocimientos, los tráficos ilegales, las actividades criminales, el terrorismo, el dinero negro, las pandemias, la lluvia ácida o el CO2... conforman un tejido cada vez más denso, fluido y muy desigual de interdependencias. La vida no sólo de las empresas, sino de los pueblos y de la gente resulta cada vez más afectada: hoy el trabajo, el bienestar, la paz, la seguridad, las comunicaciones, la sostenibilidad... y, en general, las expectativas de vida de las personas dependen cada vez más de procesos económicos, sociales, políticos, tecnológicos y culturales que sólo de manera muy limitada están bajo el control de los Estados.

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El tipo de cohesión social conseguido históricamente mediante el poder regulador de los Estados sociales y democráticos de Derecho hoy resulta imposible si algunos poderes reguladores clave no se transfieren desde el Estado nacional hacia unidades que alcancen y se pongan al mismo nivel que la economía transnacional. Ahora bien, las regulaciones globales son el producto de un conglomerado diverso (de Estados, organismos multilaterales, empresas transnacionales y, ocasionalmente, ONGs de ámbito global) altamente desigual y que, como tal conglomerado, no responde ante los pueblos. Éste origina una tensión inevitable entre, por un lado, los muy imperfectos mecanismos de gobernanza global y, por otro, las instituciones democráticas que hoy por hoy se encuentran confinadas a los límites de los Estados.

La globalización ha puesto en cuestión la constelación nacional que había surgido trabajosamente de la Paz de Westfalia. El Estado territorial, la nación y la economía circunscritas y autodeterminadas dentro de las fronteras nacionales, sede de la institucionalización del proceso democrático, ya no existen más como ideal creíble. Como ha señalado Habermas2, si el Estado soberano ya no puede concebirse como indivisible sino compartido con agencias e instancias internacionales, si los Estados ya no tienen control pleno sobre sus propios territorios, si las fronteras territoriales y políticas son cada vez más difusas y permeables, entonces los principios fundamentales de la democracia liberal (el autogobierno, el de...

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