Democracia y participación

AutorManuel Villoria
Cargo del AutorUniversidad Rey Juan Carlos
Páginas49-68
Introducción

La palabra democracia se usa para todo, y se usa tanto que al final no se sabe muy bien qué significa realmente. Aplicada a la política, que es su campo natural de uso, puede dar cobertura a sistemas políticos bastante diversos, tan diversos que muchas veces pierde su capacidad discriminante y puede cubrir casi todo. Dictaduras comunistas claramente totalitarias se llamaban democracias populares, y durante muchos años en España vivimos en una democracia orgánica que castigaba con la cárcel el ejercicio del derecho de reunión y manifestación o la expresión pública de las ideas, si eran contrarias al régimen. Por todo ello, creo que la primera labor que me corresponde en esta conferencia es tratar de clarificar qué se entiende por democracia, al menos para los estudiosos del término, y qué no debe considerarse como tal.

Posteriormente, desearía explicar las razones que llevan actualmente a una preocupación mayor por la democracia local y por los aspectos cualitativos de la democracia. Y en función de esa explicación trataré de exponer muy brevemente dos respuestas hoy en día de moda ante tal cuestión: por una parte la teoría de la gobernanza, y por otra las auditorías de calidad democrática.

Explicadas ambas, pasaré a hablar de participación, pues en ambas respuestas el fomento de la participación tiene bastante peso. Me centraré también en la participación en el ámbito local. Dentro de este tema quisiera tratar cuatro puntos. Primero, el por qué de la participación en el ámbito local; segundo los niveles y métodos de participación; tercero, los límites Page 49 a la participación y sus inconvenientes; y cuarto las estrategias fundamentales para tener éxito en el fomento de la participación en el nivel local.

Acabaré la conferencia con una breve referencia a lo que considero que deben ser las bases teóricas que fundamenten nuestra defensa de la participación en democracia.

Hablemos de democracia

En este epígrafe desearía responder a dos preguntas: la primera es ¿qué rasgos debe tener un régimen para ser democrático? La segunda es ¿es la democracia el único tipo de régimen legítimo?

Para empezar, es preciso decir que la referencia ética fundamental para el ejercicio de la correcta actividad política y para la construcción de un régimen político moralmente legítimo está contenida en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en los valores y principios que la sustentan. Y ello nos lleva a afirmar, seguidamente, que sólo la democracia, como régimen político, es compatible con el respeto a los principios morales que incorporan los derechos humanos. No se conoce actualmente ningún otro sistema político que respete plenamente tales derechos, de ahí que se pueda afirmar que, fuera de la democracia, los sistemas políticos incumplen las referencias éticas fundamentales. Es más, la democracia sólo es defendible cuando respeta plenamente tales valores y principios, que son los que fundamentan moralmente su desarrollo y ejercicio.

Por ello, no cualquier régimen que se defina como democrático puede ser aceptado como tal. No bastan las elecciones, ni la regla de la mayoría. Una lectura completa de lo que implican las reglas morales fundamentadoras de la democracia permite extraer toda una serie de requisitos mínimos para que un régimen pueda ser considerado como democrático. Desde una concepción realista, basada en lo empíricamente comprobable, es democrático un régimen que reúne, como mínimo, los siguientes requisitos:

  1. Un sistema político para gobernar basado en la libertad legal para formular y proclamar alternativas políticas en una sociedad.

  2. Con las libertades de asociación, de expresión y otras básicas de la persona que hagan posible una competencia libre y no violenta entre líderes. Page 50

  3. Con una revalidación periódica del derecho para gobernar.

  4. Con la inclusión de todos los cargos políticos efectivos en el proceso democrático.

  5. Y que permita la participación de todos los miembros de la comunidad política, cualquiera que fuesen sus preferencias políticas, siempre que se expresen pacíficamente" (Linz, 1998, p. 226).

    No obstante, esa definición, que nos permite separar lo que es democracia de lo que no lo es, no deja de ser una definición de mínimos. En ella se establecen los requisitos mínimos para que un régimen sea considerado democrático. Pero la democracia puede y debe ser algo más que todo lo anterior. Según Dahl, la democracia parte de un principio, el de que todos los miembros de la comunidad política deben ser tratados -bajo la Constitución- como si estuvieran igualmente cualificados para participar en el proceso de toma de decisiones sobre las políticas que vaya a seguir la asociación. Y, además, debe seguir unos criterios, que son:

  6. La participación efectiva;

  7. la igualdad de voto;

  8. alcanzar una comprensión ilustrada de las políticas existentes y de las alternativas relevantes y sus consecuencias posibles;

  9. ejercitar el control final sobre la agenda del sistema y del gobierno; y

  10. la inclusión de los adultos, o la plena concesión de sus derechos de ciudadanía, con la consiguiente profundización democrática (1999, pp. 47-48)1.

    De esta última definición se sigue como consecuencia que la democracia tiene un largo camino por recorrer para poder alcanzar los ideales que están ínsitos en su proyecto. Ningún país ha alcanzado aún la verdadera democracia y lo que ella supone. Tenemos, en consecuencia, un proyecto ilusionante: construir una democracia coherente con sus principios.

    En consecuencia, debemos considerar legítimo moralmente a un régimen que, como mínimo, respeta los principios que -siguiendo a Linz- hemos enumerado en primer lugar. Pero con independencia de la legiti-Page 51midad moral, si tuviésemos que defender la legitimidad de los regímenes sin criterios normativos de referencia, simplemente basándonos en lo que funciona o no, probablemente llegaríamos a la misma conclusión: sólo la democracia puede ser legítima. Es cierto que todo régimen político necesita legitimarse para sobrevivir, incluso una dictadura odiosa busca algún modo de justificar su presencia. Un régimen que pierde su legitimidad se desmorona rápidamente. Es cierto también que, en la inmensa mayoría de los países, la gente prefiere tener un régimen democrático a uno autoritario, no obstante, hay países que con un régimen no democrático subsisten durante décadas. Una visión superficial de la legitimidad de los diversos regímenes políticos actualmente existentes en el mundo, nos llevaría a la conclusión de que la dictadura castrista o la monarquía saudí son regímenes legítimos, pues subsisten y de alguna forma han conseguido atemorizar o convencer de su necesidad a sus súbditos. Pero la legitimidad es algo más que pura subsistencia de un régimen. De acuerdo con Beetham (1991), desde una perspectiva realista o no normativa, la legitimidad comporta tres elementos:

  11. Existencia de unas normas y valores compartidos entre el pueblo y sus gobernantes.

  12. Esas normas generan unas reglas del juego, que deben ser respetadas por el gobierno.

  13. Dicha legitimidad, basada en compartir normas y respetarlas, se expresa en el consentimiento de los ciudadanos.

    A ello podríamos añadir que, para que el régimen se consolide, se debe dar un cuarto ingrediente, el uso racional y eficaz del poder (Lipset, 1992).

    Ahora, imaginemos que tuviésemos que aconsejar a unos constituyentes sobre qué tipo de régimen político implantar en su país, y que nos pidieran que lo hiciésemos sin considerar criterios morales, solamente teniendo en cuenta la duración, estabilidad y rendimiento del régimen. Pues bien, considerando los cuatro criterios anteriores, también les tendríamos que decir que, actualmente, el régimen más duradero, estable y eficaz es la democracia.

    En una primera aproximación, podríamos afirmar que la democracia posee mejor que ningún otro régimen la primera de las condiciones de legitimidad. Si se analizan las encuestas mundiales de valores, lo primero Page 52 que salta a la vista es que el apoyo a la democracia como régimen en abstracto, es decir, el apoyo a las normas y valores democráticos es mayoritario en todo el planeta. Otra cosa es el apoyo al régimen realmente existente. En cualquier caso, incluso en apoyo al régimen existente, las democracias reales son el sistema más defendido. Pero, en cualquier caso, repetimos que el apoyo a los ideales democráticos es mayoritario y generalizado en todo el planeta. Así se puede comprobar en el cuadro 1.

    En cuanto al segundo criterio, el respeto a las normas del juego, el régimen político que mejor garantiza dicho apoyo es, de nuevo, la democracia. Desde un punto de vista jurídico, en un Estado de Derecho es legítimo y se debe obedecer aquello que las autoridades (elegidas de acuerdo con los procedimientos legales de selección de elites) establecen, siempre que se formalice en leyes elaboradas de conformidad con las normas procedimentales.

    Cuadro 1: apoyo a la democracia

    Tipos de régimen Apoyo realista al régimen existente Apoyo idealista al ideal de democracia Confianza en las instituciones
    Todoslos regímenes 29.2 87.9 35.1
    Democracias estables 36.8 90.9 39.8
    Nuevas democracias 33.0 89.4 33.5
    Regímenes en transición 23.8 84.8 31.9
    No-democracias estables 21.9 87.6 39.9

    Fuente: Mishler y Rose (2001).

    Sin embargo, si nos quedamos sólo ahí no recogemos la esencia del sistema democrático. Ese tipo de enfoque de la problemática de la legitimidad permite la justificación de fenómenos autoritarios. La posibilidad de que la legalidad positiva, respetando los procedimientos jurídicos, y siendo expresión de una mayoría, elimine poco a poco las posibilidades Page 53 de supervivencia de la minoría, no es una realidad ficticia y basta para ello...

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