Antes el deber. Una crítica de la filosofía de los derechos

AutorGreco, Tommaso
CargoUniversità di Pisa
Páginas327-343

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Ver nota 1

1. Una aclaración inicial imprescindible

Nada resulta más urgente que una recuperación del lenguaje de los deberes.

Tal afirmación puede parecer excesiva en un periodo histórico en que la humanidad está amenazada por males tan serios; pero precisamente la proponemos desde la convicción de que muchos de los males presentes tienen alguna relación con una superficial y omnipresente «cultura de los derechos», que parece la única apta para tener carta de ciudadanía en el debate público (político y científico), en cuyo contexto «hablar mal» de los derechos es considerado, no sólo como un peligroso pecado moral, sino también como un grave error teórico.

En las páginas que siguen se sostendrá que aquello de lo que tenemos necesidad es de (re)comenzar a hablar (y actuar) «por deberes» y no «por derechos», porque sólo de este modo es posible salvaguardar al menos un mínimo de aquella dimensión social que todo individuo necesita para poder vivir una vida decente.

No se trata, naturalmente, de «hablar mal» de los derechos. Se trata, ante todo, de resaltar el nexo que tienen los derechos con la existencia de los deberes, y, por tanto, de recordar el tributo de honor que el lenguaje y la lógica de los derechos deben rendir al lenguaje y a la lógica de los deberes si se quiere evitar caer en una auténtica perversión de esa lógica y de la realidad. «antes la obligación que la devoción», se dice en el lenguaje corriente, aludiendo a la necesidad de cumplir con las propias obligaciones antes de dedicarse a las aficiones. Lo que aquí pretendemos decir es: «antes el deber que los derechos», no sólo en el sentido de que no es imaginable un sistema de derechos subjetivos (positivos o naturales, indiferentemente) fuera del contexto de un sistema de obligaciones y deberes que los sujetos asuman recíprocamente o ante la autoridad pública llamada a garantizar (en última instancia) los derechos de cada uno; sino también, y sobre todo, en el sentido de que sólo una sociedad que insista en la prioridad del deber puede crear las condiciones para el respeto de los derechos de todos. Parece la cosa más banal del mundo, y lo es; pero nada es a veces más urgente que redescubrir banalidades que se han ido perdiendo.

De todos modos, hay que reconocer que de un tiempo a esta parte se ha vuelto a hablar de los deberes, generalmente para subrayar la

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insuficiencia de un discurso público centrado exclusivamente en la reivindicación y la garantía de derechos subjetivos2. Los derechos, se dice, han demostrado sobradamente su incapacidad para dar respuestas eficaces y seguras a las exigencias públicas y privadas de los individuos.

Entre las declaraciones pronunciadas en esta dirección -quizá por provenir de un no académico y estar escritas en estilo no académico, o quizá por proceder de un sujeto que siempre atrae la atención de la prensa italiana-, tuvieron un eco particular las que Bruno arpaia escribió en 2007 en su opúsculo Per una sinistra reazionaria. arpaia, de forma provocativa, no sólo propuso a la cultura de la izquierda la necesidad de una vuelta al lenguaje de los deberes, analizando las razones por las que tal lenguaje ha sido olvidado por completo3, sino que además lo hizo a través de un discurso articulado, ligando los deberes, por un lado, a la noción de «límite», y por otro lado, a la de «comunidad». Se trata del modo más apropiado de reproponer el razonamiento sobre los deberes, porque se refiere directamente al terreno antropológico, que más que cualquier otro permite abarcar todas sus implicaciones y garantizar todos sus desarrollos. Y se trata de una perspectiva que demuestra su validez sobre todo si se confronta con otra aproximación, que quiere moverse en la misma dirección y que parece pertenecer a muchos de los que hoy se reclaman de los deberes; la razón más urgente para volver a apelar a los deberes, dicen, reside en la necesidad de detener la difusa ilegalidad de los comportamientos. Con su habitual lucidez, y con la argucia que caracteriza a sus intervenciones, Michele serra, por ejemplo, declaraba recientemente que de ahora en adelante votará «por aquella tendencia política que pronuncie más a menudo la palabra ‘‘deberes’’»4. La declaración de serra, provocada por el ascenso político de sarkozy en Francia, está en línea con una tendencia que parece abrirse paso en la conciencia común: la idea de que una vuelta al lenguaje y a la práctica de los deberes resulta urgente sobre todo (si no exclusivamente) en aras de una defensa de la legalidad y de la seguridad contra la ilegalidad y la

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inseguridad reinantes. Se trata de una aproximación legítima, obviamente, que tiene ante todo el mérito de llamar la atención sobre un tema crucial. Sin embargo, ligar el discurso de los deberes exclusivamente al de la legalidad y la seguridad, no sólo corre el riesgo de recluirlo dentro de un recinto demasiado estrecho, sino de acabar por perpetuar una actitud distorsionada en la cultura política habitual (en italia), ya sea por la escasa familiaridad que muestra tener con el tema de la legalidad, ya sea porque, cuando se habla de legalidad y seguridad, entran en juego tics mentales consolidados e imágenes tan difíciles de evitar que acaban fatalmente por invertir también la figura del deber, agravando su descrédito y su desolador infortunio.

2. Antropologías a debate, contraste entre antropologías

Las necesarias indagaciones analíticas sobre las relaciones entre derechos y deberes5 pueden ser provechosamente precedidas por un discurso más general (y quizá, por la naturaleza de las cosas, genérico), relativo a la dimensión antropológica. En este contexto, en vez de una relación entre términos correlativos, los derechos (el lenguaje, el discurso de los derechos) y los deberes (el lenguaje, el discurso de los deberes) dan vida a un juego de líneas cuya dirección difiere, cuando no está absolutamente desviada. Por tanto, es principalmente en este plano en el que hay que buscar las razones que militan a favor de una «rehabilitación de los deberes».

Se trata de una aproximación que puede darse por descontado, pero al mismo tiempo resultar eficaz: por descontado, porque parte del punto en que debería situarse el principio de todo discurso que tenga algo que ver con el hombre y con los hombres; eficaz, porque permite captar inmediatamente el dato esencial puesto de manifiesto por todos aquellos que han tomado partido por la causa de los deberes. Sintetizando al máximo, se puede decir que los deberes insisten en los vínculos que unen a los seres humanos, mientras los derechos originan más bien la separación. Por consiguiente, la cuestión principal no atañe tanto al contenido de los derechos y de los deberes, sino más bien al movimiento que producen: los derechos aíslan al individuo, lo recluyen en una esfera «privada», e incluso lo enfrentan a los otros hombres; los deberes, en cambio, le obligan a salir de sí mismo, llevándolo inmediatamente hacia el otro.

Es evidente que un discurso de este tipo no tiene nada que ver con la estructura de los derechos y de los deberes, y en particular con la estructura de sus relaciones. Y ello por la simple razón de que si fuera

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verdad que la existencia de los derechos implica siempre la existencia de deberes correlativos -a falta de los cuales resultaría difícil postular la existencia de derechos en sentido pleno, esto es jurídico-, no tendría ningún sentido oponer derechos y deberes: igual que hay derechos que «alejan» a sus titulares, hay (debería haber) siempre deberes que al mismo tiempo los «acercan». El discurso al que nos referimos atañe sobre todo a los opuestos «imaginarios», generados respectivamente por los derechos y por los deberes; es decir, a la dirección que imprimen en el mundo en que se sitúan. Aquí sí resulta posible oponer dos visiones diversas, porque diversos son los paisajes que se pueden dibujar según nos movamos por derechos o por deberes6. Por tanto, no es en absoluto indiferente -como pretenden quienes, como Bobbio7, se detienen en la tesis de la correlatividad- el hecho de partir de unos o de otros.

La convicción de que la conciencia de tener deberes parte del postulado de la sociabilidad humana y que el cumplimiento de los deberes lleva al hombre hacia los otros hombres, y refuerza, por tanto, los vínculos sociales, es una convicción que recorre el pensamiento de todos aquellos que han insistido en la prioridad (axiológica8, si no lógica) de los deberes respecto a los derechos. Giuseppe Mazzini, por citar el ejemplo más clásico, afirma que, asumiendo los derechos como fundamento de la sociedad, se opta por «la alternativa de una lucha perenne», se descuida «el hecho principal de la naturaleza humana, la sociabilidad», y se consagra «el egoísmo en el alma»9.

Para el autor que tuvo el coraje de abordar Dei doveri del l’uo mo -el cual, quizá precisamente por esto, ha sido marginado de la moda neorepublicana, más atenta al lenguaje de los derechos10- sólo el ejercicio de los deberes permite crear un vínculo originario entre los hombres que no dependa -hobbesianamente- de la fuerza de cada uno. El derecho remite a la individualidad mientras el deber implica asociación: este es el leitmotiv de la misión mazziniana, repetida en todos

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sus escritos. «estamos todos vinculados unos a otros» 11, éste es el motivo que funda la doctrina del deber12.

Aunque la cuestión de los derechos como paradigma del individualismo (y del egoísmo) es un fenómeno relativamente reciente -habiendo sido desarrollada preferentemente a partir del fin del siglo xvIII y sobre todo en el siglo xix, es decir, en la época del individualismo triunfante13-, el tratamiento del tema de los deberes, en conexión con el de la...

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