¿Cuán democrático es un Estado democrático?

AutorSabino Cassese
Páginas47-68
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Me han preguntado en más de una ocasión cuál es el esta-
do de la democracia en Italia. Todos esperan en mi respuesta una
crítica sobre la participación electoral, sobre la preocupación de
los ciudadanos por la cosa pública, sobre la vitalidad de los par-
tidos y sobre el funcionamiento del Parlamento. Yo, en cambio,
comienzo desde el otro lado de la cadena: el cuidado con el que se
elige a los funcionarios públicos, su empeño en el desarrollo de las
funciones o del servicio público, la satisfacción de los ciudadanos
ante el funcionamiento de la Administración. Porque este es el
problema: recoger la voluntad del pueblo sirve, sobre todo, para
servir al pueblo mismo. Aquellos que se supone que deben hacerlo
también podrían ocuparse sólo de sus propios intereses. Un com-
promiso que ha tomado tanto de mi vida como erudito, consejero
de ministros, ministro.
Un empeño que ha ocupado buena parte de mi vida como es-
tudioso, como asesor de ministros, como ministro.
I. LOS COMPONENTES ARISTOCRÁTICOS
DEL ESTADO DEMOCRÁTICO
Cuando se habla de “Estado Democrático” no se preten-
de decir que todas y cada una de sus partes deban in-
spirarse en el principio del respeto a la “voluntad popular”.
Aquí entra en juego la figura retórica de la sinécdoque, es
decir, se toma la parte por el todo. Nadie espera que el mé-
dico del servicio sanitario sea elegido democráticamente, o
que lo sea el ingeniero que se ocupa de las obras públicas, o
el maestro, o el funcionario público, o el juez. Estas personas
forman parte de una aristocracia (o, como luego se verá, de
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una “epistocracia”), son elegidas de acuerdo con el princi-
pio de igualdad con base en criterios de mérito y capacidad,
por la experiencia adquirida, por sus conocimientos, su pro-
fesionalidad, de tal modo que se seleccionen a los mejores.
Durante el ejercicio de su actividad no han de preocuparse
de seguir los dictados del pueblo, sino reglas técnicas, gene-
ralmente estudiadas y difundidas en los cuerpos de normas
profesionales. No deben responder ante el pueblo, sino obe-
decer a criterios deontológicos. No deben ser parciales, sino
imparciales.
Todo esto no sólo no es democrático, sino que no debe
siquiera verse influido por la democracia, puesto que se sus-
trae a su esfera de influencia. Hay una restricción del espacio
dominado por las mayorías democráticas (o de las minorías
más fuertes) a favor de la competencia técnica (y, por tanto,
del mérito y capacidad). La representación popular no se ha-
lla en juego. Como ya observara Alcide De Gasperi en 1949
en el Congreso de Venecia de su partido –la Democracia
Cristiana–, “la competencia técnica es necesaria aunque no
siempre esté disponible como lo está el carnet del partido”.
La democracia representa, pues, un rasgo distintivo del
Estado moderno, pero éste no se construye exclusivamente
sobre la democracia. Y ello se ve con mayor claridad si se
tiene en cuenta la entrada en escena de otros factores, como
el de la igualdad (por ejemplo, el acceso a la función pública
abierto a todos en condiciones de igualdad), que simboliza
uno de los componentes liberales del Estado moderno, ante-
rior a su mismo carácter democrático. Nótese, pues, que los
elementos autoritarios y liberales del Estado moderno son
los iniciales, a los que se ha añadido el componente demo-
crático. Por lo tanto, es un error empezar –como se hace con

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