Crisis económica y devaluación salarial en España

AutorJuana María Serrano/Roberto Moreno/Santiago Gutiérrez
Páginas103-116

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1. Introducción

En 2007, después de una década de fuerte crecimiento económico, la tasa de paro en España era del 8,2%, bastante similar a la media del conjunto de la zona euro (7,4%). El número de ocupados alcanzó los 20,6 millones. Sin embargo, la crisis económica ha tenido unos efectos devastadores para el empleo (Gráficos 1 y 2).

En 2013 la tasa de paro se había elevado hasta el 26,1%, y en estos seis años se destruyeron 3,4 millones de puestos de trabajo (un 17% de los que había en 2007). Aunque los demás miembros de la zona euro también experimentaron pérdidas importantes de empleo, el impacto de la crisis sobre su mercado de trabajo fue menos agudo: entre 2007 y 2013 se perdieron el 4% de los puestos de trabajo de toda la unión monetaria, y la tasa de paro se elevó hasta el 12% (5 puntos porcentuales, frente a los 18 en que aumentó la tasa de paro en España). Sólo en Grecia se perdió proporcionalmente más empleo durante estos años.

Es cierto que desde 2014 se está creando de nuevo empleo en España. Sin embargo, y dejando para más adelante las consideraciones sobre la calidad de los nuevos puestos de trabajo, lo cierto es que en 2016 el número de ocupados (18,3 millones) sigue siendo un 11% más bajo que en 2007, y que sólo se ha recuperado un 40% del empleo destruido en los años anteriores. La tasa de paro es casi el doble de la media de la unión monetaria: 19,6% frente a 10,1%.

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Con mucha frecuencia, este aumento del desempleo ha sido explicado por parte de las autoridades europeas y españolas, y por economistas ortodoxos, como la consecuencia de fallos en el funcionamiento del mercado de trabajo. Particularmente, se refieren a la falta de una suficiente “flexibilidad salarial” (a la baja, se entiende) y a otras “rigideces” relacionadas, principalmente, con la centralización de la negociación colectiva o con las normas de contratación y despido. La consecuencia de este diagnóstico es la prescripción de reformas laborales, como la que se llevó a cabo en España en 2012, y de la que se cumplen cinco años precisamente cuando se escribe este texto. La recuperación del empleo que se está produciendo, especialmente intensa en 2015 y 2016, está siendo interpretada también como la prueba del éxito de esta reforma.

En este capítulo defendemos un punto de vista diferente, tanto sobre las causas del desempleo como sobre las consecuencias de la reforma laboral. En nuestra opinión, hay dos factores esenciales para explicar no sólo el origen de la crisis, sino la especial gravedad que ha tenido en España y su impacto sobre el empleo:

• El primero es el desarrollo durante la década anterior de un modelo de crecimiento que se caracteriza por la acumulación de algunos desequilibrios –interrelacionados– que lo hacen insostenible: un elevado endeudamiento privado; la hipertrofia del sector de la construcción y el desarrollo de una burbuja inmobiliaria; y un gran desequilibrio externo que se refinancia con endeudamiento con instituciones financieras del resto del mundo, sobre todo de los países centrales de la zona euro. La Crisis Financiera es el desencadenante que pone en evidencia los problemas de

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este modelo, y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria provoca una rápida caída del empleo: en 2009 el PIB registró una caída del 3,6% y se perdieron 1,3 millones de ocupados.
• El segundo factor es el intento fallido de resolver esos desequilibrios con una política macroeconómica que se ha mostrado equivocada, y en la que la reforma laboral desempeña un papel fundamental. Tras un breve periodo de estabilización en 2010, se vuelven a registrar tasas de crecimiento negativas desde el primer trimestre de 2011 hasta el segundo trimestre de 2013, y en los años 2012 y 2013 se vuelven a perder otros 1,3 millones de empleos. En nuestra opinión, esta segunda recesión es causada precisamente por la adopción de las políticas de austeridad fiscal y devaluación salarial inspiradas por la Comisión Europea.

A continuación, analizamos la relación que existe entre la evolución del empleo y las reformas laborales en los tres periodos en los que se puede dividir la evolución de la economía española desde el inicio de la crisis, atendiendo a su comportamiento macroeconómico (Gráfico 3): primera recesión (2008-2009), segunda recesión (2011-2013) y crecimiento positivo (2014-2016).

2. Crisis de un modelo de crecimiento desequilibrado y destrucción de empleo: la gran recesión de 2008-2009

España experimentó un fuerte periodo expansivo desde su incorporación a la unión monetaria, con un crecimiento medio del 4% entre 1997 y 2007, pero su modelo de desarrollo puede considerarse como un prototipo de economía “impulsada por la deuda”. Su crecimiento descansa en un fuerte dinamismo de la demanda interna, y particularmente del gasto de los hogares (consumo y compra de viviendas). Al mismo tiempo se está produciendo una redistribución de la renta en

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favor de los beneficios (de los que una parte creciente se canaliza hacia inversiones financieras y no a reinversión en procesos productivos) y una pérdida del peso de los salarios en la renta. En estas circunstancias, el endeudamiento bancario es necesario para que el gasto doméstico pueda sostener el crecimiento de la demanda.

Entre 1997 y 2007, la deuda de los hogares y las sociedades no financieras pasó de suponer un 82% del PIB a un 218%. Respecto a la deuda de los hogares, tres cuartas partes de esa deuda están relacionada con compras inmobiliarias.

En este mismo periodo, el 20% del empleo que se creó estaba vinculado también con el sector de la construcción, y el peso de este sector en el PIB pasó del 7% al 12% (la media europea es del 6,5%). En parte, esto se justifica por determinados factores socio-demográficos que impulsan la demanda1 (la llegada de la generación de los “baby-boomers” al mercado de trabajo, la entrada de emigrantes o una fuerte cultura de la propiedad de las viviendas). Pero también se debe a la bajada de los tipos de interés y una política deliberada de las entidades financieras para compensar su efecto sobre los beneficios mediante una disminución de los requerimientos para la concesión de crédito. Lo cierto es que, a pesar del aumento de la oferta de vivienda, los precios subieron notablemente y se inició la burbuja: en 2007 el precio del metro cuadrado de una vivienda nueva era un 200% más elevado que en 1997.

Durante esta etapa previa a la crisis se observa una creciente fragilidad financiera. Así, nos encontramos con hogares y empresas crecientemente endeudados con bancos nacionales, utilizando como colateral unos activos, muy frecuentemente de naturaleza inmobiliaria, cuyo valor crece con la concesión de esos mismos créditos, al cebar la burbuja. Al mismo tiempo, los bancos se endeudan con instituciones financieras extranjeras que buscan una mayor rentabilidad a sus recursos, pero que no van a dudar en llevarlos a algún puerto seguro cuando aparezca una crisis de confianza.

En la segunda mitad de 2008, una vez que la crisis financiera se inicia en Estados Unidos, pero se propaga rápidamente por otras economías desarrolladas, estos desequilibrios se manifiestan como algo insostenible, y se producen tres efectos que, combinados, provocan la primera recesión que sufre la economía española en estos años.

El primero es la caída del gasto que realizan los agentes privados, hogares y empresas, para reducir el nivel de endeudamiento. Además, la recesión global afecta negativamente al sector exportador, contribuyendo a una caída adicional de la demanda agregada.

La burbuja inmobiliaria estalla finalmente, produciéndose un ajuste violento del sector a un tamaño más acorde con lo que había sido antes del boom y con el que hay en países del alrededor. Esto es el segundo efecto, y provoca una caída de la actividad y del empleo considerable, puesto que es un sector con un efecto indirecto sobre el empleo de otros sectores muy elevado.

La reducción del crédito hipotecario ya se había iniciado antes, cuando el BCE decidió subir los tipos de interés desde el 2% en noviembre de 2005 hasta el 4,25%

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en Julio de2008. Además, el mercado de la vivienda comenzó a dar muestras de un nivel de saturación importante: casi 7 millones de viviendas se habían construido en la última década y, en 2007, se iniciaron 700.000 unidades más, cuando todavía quedaban 500.000 viviendas sin vender. En 2009, el stock de viviendas en venta ascendía a 688.000 unidades, un 2,7% del stock total de las viviendas existentes.

El tercer efecto es el racionamiento del crédito. La...

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