Crisis, agonía y extinción de un alto tribunal en la España borbónica: la Chancillería de Valencia y su transformación en Audiencia (1711-1716)

AutorFco. Javier Palao Gil
Páginas481-542

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1. Introducción

En el verano de 1716, la nueva planta borbónica en Valencia experimentaba una nueva transformación, un cambio decisivo –aunque no sería el último–. el primer esquema de organización política bajo el que Felipe V había concebido el gobierno de los territorios del este peninsular tras la batalla de almansa y la abolición de los fueros de aragón y Valencia era definitivamente enterrado. la administración del reino por un presidente y un conjunto de magistrados integrados en un órgano colegiado –el real acuerdo– se había demostrado imposible incluso cuando más propicias parecieron las condiciones, una vez concluida la guerra. son varios los factores que concurrieron en la reducción de la chancillería a audiencia; los iré apuntando al hilo de la exposición para reunirlos en las consideraciones finales.

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Los estudios sobre la nueva planta borbónica en el reino de Valencia son numerosos; no obstante, la década de vida judicial y gubernativa de la chancillería, el proceso de reducción del tribunal y su propia actividad como audiencia a lo largo del siglo xviii apenas han sido abordados por la historiografía reciente1. De hecho, la materia que se expone en estas líneas no ha vuelto a ser estudiada desde que el profesor Mariano peset la presentase por vez primera en la década de los setenta del pasado siglo…2 ahora, el análisis de nueva documentación, más completa y diversa, permite exponer de forma exhaustiva el último lustro de vida de la chancillería y presentar los entresijos de su reducción; es decir, tanto el camino que condujo a ella como los primeros pasos de la nueva planta del tribunal. Y ello, con la triple perspectiva deseable en un estudio como éste: la de las autoridades radicadas en la corte –el rey, el consejo de castilla y las secretarías de estado–; la de las que se encuentran en el antiguo reino –el capitán general, el superintendente de rentas reales, los jueces de la chancillería…–; y, por último, la de los propios valencianos, sus grupos y estamentos –el cabildo metropolitano, los regidores del ayuntamiento– o los testigos excepcionales de los hechos, como los dietaristas –planes, ortí…–. los testimonios de unos y otros han de permitirme concretar de forma más certera los hechos, sus actos y responsabilidades respectivas, el protagonismo que asumen en el proceso, en definitiva. la ley desnuda –la cédula de 26 de julio de 1716– poco informa de las luchas de poder, de los conflictos y pugnas que se esconden tras ella y en los que, en realidad, encuentra su origen. Y esto, que es norma usual en la historia del derecho, resulta especialmente agudo cuando nos referimos a la nueva planta de gobierno borbónica, tan exigua e incompleta en su marco jurídico como desconcertante y contradictoria en su construcción, al menos durante los primeros años de instauración y desarrollo. Veámoslo con más detalle.

2. Una chancillería debilitada y languideciente

El 27 de noviembre de 1711, un correo extraordinario trajo a Valencia los nombramientos de los magistrados tomás Melgarejo, rodrigo de cepeda y antonio aguado como superintendentes de Valladolid, cuenca y soria, respec-

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tivamente. no sabemos hasta qué punto influyeron en el traslado a ciudades lejanas y en responsabilidades bien distintas las denuncias sobre su comportamiento remitidas desde la capital del antiguo reino a la corte en los meses anteriores3. lo cierto es que ninguno pasó a servir la plaza que se les prometió en el consejo de Órdenes cuando fueron nombrados oidores del nuevo tribunal nacido con la abolición de los fueros. su carrera, sin embargo, siguió adelante, hasta acceder al consejo de castilla entre 1723 y 1729; no en vano los tres eran cole-giales mayores4.

La chancillería quedaba definitivamente descabezada. a principios de 1712, sólo disponía de cuatro oidores –tres de ellos, valencianos–, de avanzada edad y con graves problemas de salud; de hecho, dos fallecieron al año siguiente y el tercero, Juan alfonso Burgunyó, fue ascendido a una plaza de alcalde de casa y corte. Formar una sola sala para conocer de los asuntos civiles era, en esas condiciones, muy complicado. este hecho, junto con otros –como la novedad que suponía un tribunal como éste– puede explicar el escaso tráfico jurídico que conocieron sus salas durante los nueve años en que estuvieron abiertas. pedro colón de larreátegui, su primer presidente, denunció esta circunstancia al comenzar la actividad y, por lo que refiere el comandante general Francisco caetano en su carta-informe de fines de noviembre de 1711, la situación no se había regularizado. la falta de oidores debilitaba igualmente al acuerdo, órgano de gobierno del tribunal. desde la marcha de colón, mantuvo una colaboración fluida con el comandante general, siempre bajo el presupuesto de la primacía de éste en los asuntos políticos; mas ésta no era la idea con que fue creada en el decreto de abolición de los fueros... la chancillería de Valencia nunca pudo compararse con las de Valladolid y Granada; quizá el transcurso del tiempo le hubiera permitido asentarse y crecer. pero la marcha de su presidente a Madrid, en marzo de 1710, fue un primer golpe que la privó de dirección; las defunciones y traslados de 1711 disminuyeron el personal y su peso como ins-

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titución de nuevo cuño en una Valencia transformada; y la reducción de su homónima aragonesa a audiencia ese mismo año empezó a sembrar de dudas el futuro de un organismo que no acababa de arraigar en la nueva planta valenciana. privada de sus funciones de gobierno por la pujanza del poder militar, con un desempeño mediocre de las atribuciones de justicia y con una magistratura desorientada y amedrentada, la chancillería de Valencia era, de hecho, una audiencia venida a menos en los albores de 1712. uno de los principales experimentos del gobierno borbónico estaba a punto de fracasar. con todo, y como iremos viendo a lo largo de estas páginas, ni el monarca ni la propia institución –los oidores– se resignaban a verla desaparecer, lo que le brindaría una segunda oportunidad algún tiempo después.
el año 1712 transcurre con mayor tranquilidad en tierras valencianas, tras la incertidumbre y el miedo a una sublevación en 1710 y la intensa contribución al esfuerzo de guerra del año siguiente. es un periodo de reorganización, de regreso a una cierta normalidad tras los problemas del lustro anterior. la guerra ya está decidida, al menos en españa. los rumores sobre las paces que se negocian en holanda corren libremente por las calles. las autoridades y los estamentos más influyentes ya saben que Felipe V mantendrá el trono de españa, en buena medida tras la coronación del archiduque como emperador en Viena. las operaciones bélicas, reducidas al teatro catalán, buscan cerrar el cerco en torno a Barcelona esperando a que la firma de la paz disuada a sus defensores de prolongar la resistencia. en un contexto así, la resistencia austracista, encabezada por los migueletes o guerrilleros, empieza a perder intensidad. poco a poco se van retirando hacia cataluña, y caminos y campos vuelven a ser seguros; las medidas de caetano, que mezclaban la represión con pactos y acuerdos, también fueron efectivas. algunos intentos de introducir patentes del archiduque en el reino son abortados con rapidez. uno de los peores azotes de la guerra empezaba a desvanecerse...

Mientras tanto, rodrigo caballero se esforzaba en poner orden en la regulación y recaudación de los cuarteles, y la percepción de los bagajes5. los abusos disminuyeron, aunque la presión fiscal continuaría siendo elevada hasta el final de la guerra. de hecho, lo oneroso de esa presión contribuyó a agravar la carestía del bienio 1712-1713, colofón de la penuria universal padecida dos años antes6.

En todo ello incidió la rivalidad que se instaló en Valencia entre José pedrajas, nuevo superintendente de rentas reales en abril de 1712, tras la marcha de Juan pérez de la puente, y rodrigo caballero, responsable de la tesorería de Guerra y de los abastos al ejército. ambos pugnaron con el fin de obtener el título honorífico de principal recaudador de rentas en el reino de Valencia. en circunstancias normales, el superintendente habría asumido una supremacía derivada de su

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magistratura. pero la guerra y la necesidad de acuartelar y proveer a las tropas daban un protagonismo lógico al tesorero de ejército. la emulación entre uno y otro era la misma que existió tiempo atrás entre la contribución de alcabalas y la de cuarteles. a ello se unió una profunda antipatía entre ambos, derivada de su pertenencia a bandos o grupos distintos durante los primeros años de la nueva planta: mientras pedrajas se entendió bien con Melchor de Macanaz y su círculo, caballero, como alcalde del crimen de la chancillería, estaba cerca de pedro colón y su grupo de oidores. si en algo coincidían era en la animadversión que los dos sentían hacia los valencianos, y en el odio recíproco que éstos les profesaban, como paradigma del funcionariado castellano prepotente y corrupto que invadió el reino tras almansa. pedrajas era de genio hosco, destemplado y hasta violento; caballero, sin embargo, presumía de modales cortesanos, pero era riguroso y severo hasta la crueldad. durante 1712, éste trató de desprestigiar a aquél, acusándolo de gestionar mal las rentas reales y de estar en connivencia con los regidores de la capital para eludir pagos al ejército. los conflictos proseguirían hasta mediados de 1713, cuando pedrajas pasó a servir la superintendencia de cataluña, y caballero ocupó la...

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