Del contrato y el consenso

AutorFernando Tocora
Páginas25-60
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En un mundo en que los más sagaces toman las decisiones de todos
y nos hacen creer que todos formamos parte de ese poder decisorio, es ne-
cesario ‘deconstruir’ dicha ‘coartada social’ que nos viene desde muy lejos
en el tiempo y desde muy lejos en el espacio; en cuanto a éste, desde las
metrópolis que con «la cruz y la espada» nos sometieron. En lo atinente al
tiempo, desde que la humanidad atribuía a las divinidades la denición de
lo correcto y lo censurable, de lo que deberíamos y no deberíamos hacer, del
bien y del mal, como cuando Moisés, subió a un monte donde solo podía
ir él y bajó luego con las tablas de la ley; dijo que había hablado con Dios
y que esos eran los mandamientos. En América, los españoles cuando nos
invadieron, nos dijeron que venían a «enseñarnos la religión verdadera»,
porque solo el Dios de ellos era el verdadero, fuera de él no había salvación;
solo llamas. Lo mismo que decían los musulmanes o los judíos, en cuanto
a Occidente. En México, para entonces una región superpoblada y de una
extraordinaria fuerza cultural, fue necesario hacerle ver al indio Juan Diego
una deidad cristiana, abigarrada y maternal, que impresionara y sedujera,
para sacar a las comunidades indígenas de sus creencias que hacían que se
resistieran a la conquista implacable.
CAPÍTULO I
Del contrato y el consenso
LA RENUNCIA A LA AUTONOMÍA JUDICIAL EL JUICIO PÉRDIDO DE LOS JUECES FERNANDO TOCORA26
En una teodicea clásica los pueblos se aferran a Dios, pero el primero
de noviembre de 1755, Lisboa tembló y con ella todas las alertas epistemo-
lógicas en Europa. ¿ Por qué Dios permitía que una ciudad tan devota y
entregada a su adoración y a su evangelización en medio mundo, cayera en
contados segundos, quitara la vida a cien mil feligreses y dejara destruida
la del resto? Para la ira de Dios no bastó con el sismo, luego sobrevendría
un tsunami sobre la bella ciudad y un incendio que volvió cenizas lo que
quedaba. Quizás como un símbolo de que esto era Divino, el terremoto se
produjo en el día de todos los Santos. Dejemos hablar a los datos de la his-
toriografía: «Los informes contemporáneos indican que el terremoto duró
entre tres minutos y medio y seis minutos, produciendo grietas gigantescas
de cinco metros de ancho que se abrieron en el centro de la ciudad. Los su-
pervivientes huidos en pos de seguridad al espacio abierto que constituían
los muelles pudieron observar como el agua empezó a retroceder, revelando
el lecho del mar cubierto de restos de carga caída al mar y los viejos naufra-
gios. Cuarenta minutos después del terremoto, tres tsunami de entre 6 y 20
metros engulleron el puerto y la zona del centro, subiendo aguas arriba por
el rio Tajo. En las áreas no afectadas por el maremoto, los incendios surgie-
ron rápidamente, iniciados en su mayor parte por las velas encendidas en
recuerdo a los difuntos en las iglesias, y las llamas asolaron la ciudad durante
cinco días.»5
Los lósofos europeos, entre ellos los animados por el movimiento
de la Ilustración se pusieron tras la respuesta. A la cabeza de ellos Voltaire,
de quien Adorno dijo: «El terremoto de Lisboa fue suciente para curar a
Voltaire de la teodicea de Leibnitz». Este gran lósofo había dicho entu-
siastamente que vivíamos «en el mejor de los mundos posibles». El joven
Kant recaudo toda la información que pudo sobre el sismo e intentó una
explicación por fuera de las ideas religiosas, documento que quedó para los
anales del nacimiento de la sismología.
Es en ese contexto que irrumpe la obra del «contrato social» que será
publicada en 1762. El lósofo ginebrino en su búsqueda de una sociedad
respetuosa de la libertad y de los derechos de sus miembros, trabaja el con-
5 «https ://es.wikipedia.org/wiki/Terremoto_de_Lisboa_de_1755»
CAPÍTULO I DEL CONTRATO Y EL CONSENSO 27
cepto de «voluntad general». «Cada cual pone en común su persona y su
poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es
considerado como parte indivisible del todo». Ya no se incluye a la divinidad
en este tema de la sociedad y del poder, que era lo que sucedía con el po-
der de los reyes. La sociedad se declara capaz y suciente para organizarse,
gestionarse y conforma un ente colectivo, integrado por ciudadanos, ya no
súbditos del rey, aunque Rousseau los reconoce aún como súbditos, pero de
la ley. Es la sociedad Laica. La que no le pareció al cardenal de París, en la
ocasión de la inundación de 1910 de la ciudad, cuando dijo en el sermón
del momento que era un castigo de Dios por la separación del Estado y la
Iglesia.
Sin embargo, la concepción de Rousseau, positiva en cuanto a esa
emancipación, aliena al individuo considerándolo «parte indivisible del
todo». He ahí el problema, la pretensión de homogenizar lo que la realidad
ha demostrado como diferente. Ya tenía esa aproximación una pretensión
de masicación de la sociedad, de disciplinamiento a la manera planteada
por Foucault, de pensamiento único, de nuevas escrituras, esta vez no sa-
gradas sino legales. No gratuitamente se hablará de «culto» a la ley, de que
dicha ley es sagrada-a despecho de la corrupción y de la ignorancia de la
mayoría de los legisladores que medran desde entonces y de que el juez es
alguien mítico ubicado en un estrado por encima de las partes y del público,
que porta vestiduras y peluca de estirpe aristocrática, dirige una «mise en
scene» arcana, y además, un tanto ininteligible para demarcar con ella los
espacios entre su ámbito inaccesible y el de sus nuevos súbditos.
A propósito del pueblo soberano que se pretende, ni los ilustrados ni
Rousseau lo entendían universal, sino selectivamente. Voltaire armaba que
había que separar del «populacho, a la canalla, a aquella parte carente de
propiedades»6 y esto lo conrmará la historia, cuando triunfando la revolu-
ción, estos estigmatizados no tendrán derecho al voto, como no lo tuvieron
las mujeres, población que constituía la gran mayoría, quedando la nueva
sociedad como una élite de privilegiados, y la llamada soberanía en cabeza
6 En el Prólogo de Mauro Armiño, a la edición del «Contrato Social», Biblioteca
Edaf. 19 edición, Madrid, 2007, Pg. 28

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