Construyendo el objeto de estudio

AutorAlmudena Alameda Cuesta
Páginas15-27

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Las mujeres como principales usuarias de los servicios de salud

"¿Las mujeres tienen peor estado de salud que los varones?" Esta es la pregunta con la que un gran número de informes e investigaciones inician el análisis de los datos que evidencian que las mujeres acuden con mayor frecuencia que los varones a los servicios sanitarios, consumen mayor cantidad de fármacos y tienen peores niveles de salud percibida. El análisis comienza con una pregunta cuya respuesta, en principio, parece evidente: si solicitan más atención médica, necesitan más medicinas y se sienten más enfermas, efectivamente, parece que podríamos afirmar que las mujeres tienen peor estado de salud que los varones. Entonces, ¿qué sentido tiene esta pregunta? ¿Por qué, a pesar de estos datos, nos preguntamos si realmente las mujeres están más enfermas que los varones?

Según la información de la Encuesta Nacional de Salud del año 20061la mayor parte de la población española (70%) considera que su salud es buena o muy buena, pero esa valoración positiva es menos frecuente en mujeres (65%) que en varones (75,1%) (Gráfico 1). Esto es compatible con la distribución por sexo de los problemas o enfermedades crónicas: veintidós de las veintitrés enfermedades contempladas en la Encuesta Nacional de Salud (se excluyen los problemas de próstata y los problemas en el periodo menopáusico) son más frecuentes en mujeres (Gráfico 3). Igualmente, son las mujeres las que en mayor medida se han visto obligadas a restringir su actividad habitual debido a la aparición de algún tipo de síntoma (Gráfico 2).

Si observamos la distribución de algunas enfermedades crónicas como los dolores de cabeza y espalda, la depresión, o la artrosis y los problemas reumáticos (Gráficos 4 a 8), encontramos grandes diferencias en función del sexo. En todos los casos y en todas las franjas de edad, estas enfermedades resultan más prevalentes en mujeres que en varones. Es interesante destacar que estas dolencias abarcan un tipo de sintomatología que puede resultar bastante inespecífica (dolores musculares, de espalda, de cabeza, tristeza, cansancio...), y en muchas ocasiones sin evidencia de una lesión orgánica que justifique la aparición de la misma.

Respecto al consumo de medicamentos, también es mayor en el caso de las mujeres (Gráfico 9), especialmente en lo que respecta a aquellos medicamentos utilizados para combatir las dolencias antes mencionadas: medicamentos para el dolor, reconstituyentes, tranquilizantes, antidepresivos y estimulantes, o fármacos para el reuma (Gráficos 10 a 14).

De la misma forma, salvo en las franjas de edad más extremas, las mujeres solicitan más atención médica que en el caso de los varones (Gráfico 15). Según

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la percepción de los profesionales entrevistados en ochenta y dos Centros de Salud, para un estudio sobre los trastornos psicológicos detectados en mujeres en los Centros de Salud de la Comunidad de Madrid (Briones, y Colectivo Ioé 2000), las mujeres acuden a consulta en una proporción mucho mayor que los hombres. De hecho, para la cuarta parte de los profesionales, más del 70% de las personas atendidas son mujeres, y para algo más de la mitad, suponen entre el 60 y el 70% del total de consultas. En ningún Centro de Salud los profesionales afirmaron que los varones acudieran en mayor medida que las mujeres. Los distintos trastornos psicológicos descritos en las respuestas literales de los profesionales de salud, se clasificaron en función del DSM-IV y el CIE-10, obteniendo como alteraciones más frecuentes los trastornos del estado de ánimo, los trastornos de ansiedad, los trastornos adaptativos, los problemas de relación, los trastornos somatomorfos y los trastornos de la conducta alimentaria. En este estudio, los profesionales identifican el perfil más habitual de las mujeres atendidas por problemas psicológicos con el de una mujer entre 45 y 60 años, casada, ama de casa, con nivel de estudios primarios y muchas cargas familiares.

Sintetizando todos estos aspectos, podríamos decir que ciertas dolencias, caracterizadas por una sintomatología más o menos inespecífica, son mucho más frecuentes en las mujeres que en los varones, lo que podría estar relacionado con una mayor utilización de los servicios sanitarios por parte de éstas. Además, parece que la percepción de los profesionales sanitarios acerca de quiénes consultan con mayor frecuencia (tanto en general como por síntomas no estrictamente orgánicos) está orientada hacia un perfil claro de sexo y edad: mujer madura. En cualquier caso, no es la importancia numérica objetiva la que nos interesaría, sino, más bien, la imagen de "hiperfrecuentación no justificada" que aparecería en los discursos de los/as profesionales sanitarios, junto a la de "hiperfrecuentación sin resolución de la demanda" que mantendrían las mujeres que presentan un tipo de sintomatología sin una causa orgánica claramente demostrable. Estas imágenes y percepciones tienen consecuencias directas en la práctica clínica, que afectan a la atención sanitaria de las mujeres. Como afirma Carme Valls (Valls Llovet 2001), se considera que las mujeres son más depresivas, más ansiosas o sienten subjetivamente más dolor, cuando quizá se podrían obtener diagnósticos más precisos si se emplearan métodos más rigurosos. Por ejemplo, muchas enfermedades endocrinológicas pueden causar síntomas parecidos a los cuadros ansiosodepresivos, pero están siendo infradiagnosticadas debido a este sesgo de género. Esta autora también destaca la práctica más o menos habitual, de prescribir altas dosis de tranquilizantes a las mujeres, incluso en la primera visita, sin que haya sido realizada ninguna técnica exploratoria para descartar otros problemas.

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El malestar de las mujeres maduras

Así pues, podríamos decir, aunque sea de un modo preliminar, que existe una cierta tendencia por parte de los profesionales sanitarios a asociar la hiperfrecuentación y la consulta por síntomas inespecíficos, con el sexo femenino y la edad madura (45-65 años). Uno de los aspectos característicos de la fisiología femenina en esta etapa del ciclo vital es el cese de la función reproductiva: la menopausia. Pero la consideración de la menopausia dista mucho de ser tan neutra como la de otros cambios corporales asociados al ciclo vital (el cierre de las epífisis óseas durante la adolescencia, por ejemplo). La menopausia condensa toda una serie de nociones y presupuestos socioculturales que definen, califican y anticipan lo que una mujer va a experimentar -física, emocional y socialmente- antes, durante y después de ese momento.

El discurso médico-cientifíco establece una fuerte asociación entre menopausia y enfermedad, describiendo este periodo como un largo listado de afecciones y dolencias que precisan de atención especializada, y son susceptibles de tratamiento medicamentoso2. Por ejemplo, a pesar de que los niveles de estrógenos no guardan una correlación directa con las experiencias subjetivas de síntomas como los sofocos (Lock 2002) -por no hablar de otra sintomatología menos física, como la tristeza o la ansiedad- en España, tanto el discurso médico como el popular asocian los cambios que se producen durante el climaterio exclusivamente con un déficit hormonal, con una causa netamente física y objetivable a través de la medición. A este respecto resultan clarificadores los trabajos sobre menopausia y envejecimiento de autoras como Margaret Lock y Patricia Kaufert (Lock 2002; Lock 1998; Lock, y Kaufert 2001). Estos estudios, relativos fundamentalmente a Japón y Canadá, muestran las diferencias regionales existentes en las experiencias sobre la menopausia de mujeres de distintos contextos, diferencias que tratan de ser explicadas a partir del concepto de biologías locales, que pone en relación la influencia genética, la alimentación, los estilos de vida, los significados simbólicos y los estereotipos culturales.

Antes de proseguir, es conveniente diferenciar dos conceptos que resultan significativos, climaterio y menopausia, ya que ambos presentan interesantes

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matices y diferencias en función de factores idiomáticos, históricos y culturales. Según la literatura médica española, el climaterio es el periodo de tiempo en el que desaparece la función reproductiva femenina y se producen importantes variaciones en la secreción de hormonas sexuales, mientras que la menopausia es la fecha concreta en la que se produce la última menstruación. En cambio, en el discurso popular el término climaterio no se utiliza, empleando en su lugar, aunque con una significación algo más amplia3, el vocablo menopausia. En la literatura médica norteamericana, el concepto de climaterio no suele utilizarse, haciéndose referencia únicamente a la menopausia, entendida como la fecha de la última menstruación. Dado que el dato clínico de menopausia no puede conocerse más que a posteriori4, se emplea el término peri-menopáusica, para referirse a aquella mujer que ha tenido menstruaciones en los últimos doce meses, pero que lleva tres meses sin menstruar. Otro ejemplo de estas variaciones terminológicas y semánticas lo tenemos en los trabajos de Margaret Lock arriba mencionados; en Japón, tanto en el ámbito clínico como en el popular, la fecha de la última menstruación no es un dato especialmente relevante. Lo que aparece es un concepto similar al de climaterio (kõnenki), que se refiere a un proceso largo y gradual en el que el fin de la menstruación es...

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