La construcción política de las identidades: un alerta de género

AutorMaría Luisa Femenías
Cargo del AutorUniversidad Nacional de La Plata
Páginas159-189

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Tradicionalmente, se ha definido al feminismo como un tipo de pensamiento crítico, primariamente ético-político, pero también antropológico y hasta metafísico. Su primer referente teórico fueron las ideas ilustradas de igualdad y de universalidad, que pusieron el acento en la exclusión e inferiorización histórica de las mujeres. No obstante, al menos desde lo que hemos denominado "la irrupción de la diferencia", es necesario atender también otras posiciones a fin de evaluar sus críticas y sopesar la pertinencia de sus propuestas1. En esa línea, nuestro interés actual es revisar algunos planteos multiculturales cuyas reivindicaciones se basan fuertemente en tres nociones: "diferencia", "identidad" y "reconocimiento", sin que podamos ahora abarcarlas a las tres en toda su extensión2.

En efecto, advertimos que es díficil -si no imposible- abarcar la extensa literatura que circula sobre el tema y los diversos

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modos en que se estructuran las demandas de reconocimiento. Por tanto, nos centraremos en la faz política de la "identidad" y dejaremos de lado otros significados -también relevantes- sobre los que sólo haremos ocasionalmente alguna referencia tangencial3. La versión que nos ocupa se basa en una cierta diferencia específica del orden de la "etnia" ("raza") o de la "cultura" (+ religión), punto de apoyo, objeto y motivo del reconocimiento exigido. Exploraremos, entonces, tal concepción de la "identidad" en su intersección con la variable "mujeres" en el marco de los "nuevos movimientos sociales". Nacidos de la globalización, tales movimientos apelan a identidades -a veces ontologizadas- cuyos aspectos más significativos hay que revisar.

1. Varias versiones de la noción de "identidad"

Tradicionalmente se supone que el orden ontológico funda el político, aunque actualmente se defiende la posición inversa; es decir, que la política sostiene la ontología. Con esto presente, puede entenderse la noción de "identidad" al menos en dos sentidos -que destacan históricamente-: el ontológico (formal o metafísico) y el político (como constructo ad hoc).

En el primer caso, podemos remontar la noción de identidad al Principio enunciado en el Poema de Parménides hacia finales del siglo VI a C. En en clave ontológica, Parménides sentenció: el ser es. En otras palabras, todo ente es igual a sí mismo. Más adelante, casi como un mero reflejo, se enunció el "Principio Lógico de Identidad que admite dos formulaciones: según la lógica de términos, a pertenece a todo a; según la lógica proposicional, si p entonces p.

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A partir del siglo XVIII, los usos de "identidad" adoptaron formas más imprecisas de diverso orden hasta relacionarse con la idea de Nación y de "raza". Así, constituyó un criterio geopolítico ordenador del mundo que estableció escalas de diverso orden en las que no fue ajeno ni el color de la piel ni las correlaciones del tipo raza / cultura. Todas esas variaciones de la noción de "identidad" se basaron en diferencias, por lo general, de orden biológico o "natural". En otras palabras, ciertos presupuestos -sostenidos científicamente- dieron fundamento a la deriva política de la identidad. Se originaron grandes debates sobre los caracteres innatos, la cultura, las aptitudes naturales de las etnias, los lugares propios de los pueblos (autóctonos) y, por supuesto, la supremacía europea y angloamericana. Rastros de todo esto pueden leerse tanto en Kant como en Hegel, por dar sólo un par de ejemplos.

Ahora bien, la mayoría de las argumentaciones ad hoc se basaron en concepciones diferentes de "identidad", todas relacionadas con la aparente imposibilidad de pensar la no-identidad de un individuo, de un grupo o de un rasgo determinado consigo mismo; dando lugar a comprensiones del caso harto diferentes, como veremos más adelante.

Sea como fuere, los significados políticos de la "identidad" se vincularon -aunque indirectamente- a escritos que la alegaron (i) en contraposición a un "Otro" imaginariamente disolvente ante el que había que unificarse, (ii) efectivamente invasor al que había que resistir o (iii) un "inferior" al que había que "civilizar". Ya en el siglo XX, ciertas versiones románticas de la identidad, adquirieron nueva relevancia unidas a conceptos tales como nociones como "pureza" e "impureza" de "raza". Así, se generaron discursos de exaltación de un colectivo nacional unificado por su identidad, con anclaje territorial o no, pero con especificidad cohesionante cuya presencia se enalteció discursivamente de modo sistemático, como si se tratara de un plus independiente de sus portadores. El color de la piel, el

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lugar de nacimiento, la cultura, la religión, la clase social, etc se intersectaron sutilmente con el sexo-género, de modo que sólo analíticamente podrían separarse4.

Cuando los denominados "movimientos sociales" reivindican "su identidad", lo hacen como si apelaran a un concepto claro y unívoco, carta privilegiada para exigir reconocimiento y valoración. Sin embargo, reivindican un concepto sin delimitación clara, unido a un conjunto de nociones que arrastran tras de sí una fuerte tradición esencialista y jerarquizante. De lo dicho, podemos entrever la densidad del tema y el escaso margen con que contamos para examinarlo. Subrayamos por ahora que, a pesar de los numerosos intentos en contrario, la identidad sigue albergando una fuerte carga esencialista. Buena parte de la extensa bibliografía que existe hoy sobre el tema de la identidad -incluidos los usos coloquiales- favorecen el borramiento de las fronteras que separan los diversos niveles conceptuales del término. De modo que las comprensiones ontológicas contaminan las políticas.

En efecto, la noción de identidad viene de la mano de la crítica al modelo ilustrado, no como tarea inconclusa sino como tarea imposible de concluir. Se promueve la fragmentación del universal formal y se lo asocia a los reclamos de grupos marginados o excluidos -por segregación o por discriminación5- adoptando el esquema hegeliano de búsqueda de reconocimiento sobre el que pivotean los modelos multi-culturales. Entendida en sus desplazamientos, la identidad se afinca, por un lado, en un fuerte vínculo material de/en los sujetos marcados (por ejemplo con "la negritud"), vistos más como grupo que como individuos. Por otro, en una compren-

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sión ontológica de la política que se nutre a través del tamiz discursivo de los pensadores posmodernos de los escritos de Martin Heidegger6.

Dicho de modo extremadamente sintético, Heidegger adopta, hasta donde sabemos, un principio de "identidad" (Identitat) de tipo metafísico, estrechamente vinculado a la noción de "diferencia" (Differenz). De modo que -según él- la identidad permite, por un lado, el desarrollo de la ciencia en la medida en que garantiza de antemano la mismidad de su objeto (bajo la unificación consigo mismo). Por otro, implica que en tanto se la puede pensar, constituye una ley del Ser. Así, en tanto Ley del Ser y del Pensar, la identidad resuelve el modo en que un ente aparece como idéntico consigo mismo; es decir, como "ente en cuanto ente". Pero, como cada ente se diferencia de otro ente, Heidegger hace entrar en juego otra diferencia (Differenz). La pluralidad obedece, entonces, a la diferencia óntica (entre un ente y otro), pero remite también a la anterioridad metafísica de la diferencia ontológica de cada ente respecto del Ser7.

Con ello, Heidegger pone en el tapete al menos dos problemas: el de la identidad y el de la diferencia, entendida esta última en dos niveles: óntico y ontológico.

Hasta cierto punto, los filósofos denominados postmodernos se apropiaron del doble significado de la "diferencia" y de su vinculación con la identidad/unidad. Si bien reconceptualizaron la identidad en clave discursiva (es decir, en el espesor narrativo del discurso) y la atravesaron con vectores de poder, ninguna de las nociones adoptadas logró despojarse por completo de su origen metafísico. Esto es tanto así, que la mayor parte de los análisis de los problemas entorno a la "diferencia" y a la "identidad", vinculados a las reivindicaciones de grupo,

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oscilan entre esos niveles, sin delimitaciones precisas, por lo que padecen fuertes contaminaciones y/o desplazamientos hacia la ontologización de los conceptos en juego. Asimismo, esta ontologización complica la recepción y la interpretación de los conceptos elaborados en contextos teóricos "ilustrados" tanto liberales como marxistas.

Desde una posición de exclusión, cuando el rasgo identitario en juego es asumido in re, la "identidad" se convierte en factor de exigencia individual o grupal de reconocimiento y, en consecuencia, de Derechos. Así funcionó en la década de los sesenta, en EEUU, el Black is beautiful. A partir de los procesos de globalización de los últimos lustros, así parece funcionar también una noción difusa de "identidad", que ha convocado los elementos más activos de los diversos movimientos sociales de autoafirmación local, dentro del juego de tensiones de la glo-localidad. Precisamente, un efecto de la globalización -a tener en cuenta- es la fuerza que ha adquirido la autoafirmación local, en base a una "identidad" de rasgo fijo.

Ahora bien, cuando un individuo o un grupo reivindican un rasgo fijo como pivote de su "identidad", ésta se torna fácilmente ontologizable y, en consecuencia, invariable, cerrada, estanco, ahistórica. Una consecuencia importante es que intra grupalmente se la controla, mantiene y reproduce en tanto que natural, como rasero de control interno, normativo y objeto de reconocimiento. Cuando el control se exacerba, suele hablarse de identidades enquistadas producto de comunidades también enquistadas. En pocas palabras, si la "identidad" se desplaza hacia su...

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