La constitución de la realidad política

AutorIsabel Victoria Lucena Cid
CargoUniversidad Pablo de Olavide de sevilla
Páginas280-307

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I Introducción

En el año 2003 John R. Searle publicó un trabajo titulado «social ontology and Political Power»1, y ese mismo año apareció bajo el título «ontologia sociale e Potere Politico» en el volumen colectivo a cargo de Paolo di Lucía, ontologia sociale. Potere deontico e regole costitutive2. El objetivo de Searle es explicar «la ontología del poder político» y «el papel del lenguaje en la constitución de dicho poder». La tesis principal de su libro La construcción de la realidad social comporta implícitamente una ontología política, o al menos, una relación entre una posible filosofía política y la filosofía del lenguaje. La pregunta que planteaba en aquella ocasión pretendía responder al hecho de ¿cómo reconciliar una determinada concepción que tenemos de nosotros mismo, como agentes conscientes, inteligentes, libres, sociales y políticos, con una concepción del mundo en virtud de la Page 281 cual éste está constituido por partículas físicas desprovistos de inteligencia y de significación, sometidas a campos de fuerzas? en este nuevo trabajo da un paso más y vuelve a plantear la misma cuestión introduciendo un nuevo elemento: ¿cómo puede existir una realidad política en un mundo constituido por partículas físicas?

Con objeto de responder a esta nueva pregunta, Searle retoma los postulados ontológicos descritos en su obra La construcción de la realidad social y vuelve a establecer las distinciones ontológicas y epistemológicas que le sirvieron de base para explicar los hechos institucionales y la realidad institucional. El argumento lo exponía entonces de la siguiente manera: ciertos elementos de la realidad son independientes del observador: fuerza, masa, atracción gravitatoria, fotosíntesis, enlace químico; otros elementos, por el contrario, son relativos al observador y su existencia depende de las actitudes, los pensamientos y de la intencionalidad de los observadores, los usuarios, los creadores, diseñadores, comparadores, vendedores o, de manera más general, de agentes intencionales conscientes. Ejemplos de elementos que dependen del observador son el dinero, la propiedad, el matrimonio, el lenguaje, etc.3

A esta distinción Searle añade otra más basada en la objetividad y la subjetividad epistémica por un lado, y en la objetividad y la subjetividad ontológica, por otro. La objetividad y subjetividad epistémica son propiedades de las aserciones. En este sentido, una aserción puede determinarse de manera independiente del sentimiento, las actitudes y las preferencias, etc., de quienes las hacen o de quienes las interpretan . Decir, por ejemplo, que «Zapatero es el actual presidente de España» es epistémicamente objetiva, sin embargo, decir que «Zapatero es mejor presidente que su antecesor Aznar», es epistémicamente subjetiva. En lo que respecta a la objetividad ontológica y la subjetividad ontológica, éstas son propiedades de la realidad. De este modo, los dolores y el hambre, por ejemplo, son ontológicamente subjetivos porque su existencia depende del hecho de que los experimenta un sujeto humano o un animal. Sin embargo, las montañas, las playas y las moléculas son ontológicamente objetivas ya que su existencia no depende de experiencias subjetivas.

La justificación de estas distinciones en el marco de la actual discusión le lleva a Searle a concluir que «prácticamente toda nuestra realidad política es relativa al observador. Unas elecciones, un parlamento, un jefe de gobierno o una revolución, por ejemplo, son lo que son únicamente si la gente adopta ciertas actitudes al respecto. De ahí que todos los fenómenos sociales o políticos contengan una parte de subjetividad ontológica. Ahora bien, la subjetividad ontológica como tal no implica la subjetividad epistémica. Puede existir un ámbito Page 282 como la política o la economía dentro del cual las entidades sean ontológicamente subjetivas, aunque a propósito de ellas puedan siempre hacerse aserciones epistémicamente objetivas . De este modo, la presidencia de EE.UU. Es un fenómeno relativo a un observador, es ontológicamente objetiva. Por el contrario: el hecho de que Barack Obama sea actualmente el presidente de los EE.UU. Es un hecho epistémicamente objetivo4.

Basándonos en las anteriores consideraciones, nos proponemos examinar en este trabajo la visión searliana de la realidad política. Para ello, retomamos una serie de presupuestos sobre los que Searle articula la tesis medular de su ontología política: todo poder político es una cuestión de funciones de estatus y por esta razón todo poder político es un poder deóntico. Dado que todo poder político es una cuestión de funciones de estatus, todo poder político, aunque se ejerza desde arriba, viene de abajo. Los sistemas de funciones de estatus funcionan, al menos en parte, porque el reconocimiento de los poderes deónticos nos provee de razones para actuar independientes del deseo. Estos principios nos ofrecen, como tendremos ocasión de ver, una explicación o justificación del aparato conceptual en virtud del cual se deduce el paso de los hechos brutos a los hechos sociales e institucionales y de ahí a la especificidad de los hechos políticos.

2. Bases conceptuales de la ontología política de John R Searle

Las distinciones ontológicas/epistemológicas y objetivas/subjetivas le proporcionan a Searle una herramienta metodológica excepcional de observación de la realidad social y política. Repara en Aristóteles para rescatar su célebre afirmación de que «El hombre es un ser social y político» y para subrayar que ciertamente existen muchas especies de animales que muestran conductas gregarias o sociales, pero sólo el ser humano es, además de un animal social, un animal político. Este convencimiento le induce a replantearse sus cuestiones iniciales acerca de la capacidad humana para crear hechos sociales e institucionales, y se pregunta si hay que añadir algún elemento extra a los hechos sociales para que sean considerados específicamente políticos: «¿qué hay que añadir a los hechos sociales para que lleguen a ser hechos políticos?»5 es decir, ¿qué aspectos tendría que añadir a su ontología social para convertirla en ontología política, o como él la denomina, ontología del poder político? Page 283

La capacidad humana de crear hechos sociales tiene una base biológica que los seres humanos comparten con otras especies. Searle denomina esta capacidad, intencionalidad colectiva. Esta intencionalidad colectiva es un fenómeno consistente en compartir formas de intencionalidad en el marco de la cooperación humana o animal6. No obstante, ¿se puede demostrar que la intencionalidad tiene una base biológica? ¿Existe alguna distinción entre la acción colectiva y la cooperación humana? a este respecto, Searle insiste en que la intencionalidad colectiva está presente en todo comportamiento cooperativo, en todo deseo o creencia compartidos, en los que los agentes son conscientes de compartir deseos, creencias o intenciones. Este aspecto de la realidad social no es algo nuevo, sociólogos tan influyentes como Durkheim, Simmel y Weber señalaron en su día que la intencionalidad colectiva supone la base de la sociedad, aunque no lo hayan expresado en los mismos términos.

Ahora bien, ¿cómo se pasa de los hechos brutos a los hechos sociales e institucionales? Searle sostiene que la intencionalidad colectiva basta para crear toda forma simple de realidad social o de hechos sociales. En este sentido entiende que un hecho social es cualquier hecho que entrañe la intencionalidad colectiva de dos o más agentes humanos o animales. Pero la simple intencionalidad colectiva está muy lejos de fenómenos sociales como el dinero, la propiedad, el matrimonio, el gobierno, etc., y por consiguiente, la condición de animal social está muy lejos de la condición de animal político, por ello se formula la pregunta ¿qué hay que añadir específicamente a la intencionalidad colectiva para llegar a las formas de realidad institucional característica de los seres humanos y, en particular de la realidad política humana? Searle resuelve esta cuestión acudiendo a dos elementos suplementarios pero de igual importancia en su explicación: la atribución de funciones y las reglas constitutivas. En la combinación de estos tres elementos, la intencionalidad colectiva, la asignación de funciones y las reglas constitutivas, se encuentra el fundamento mismo de la noción searliana de sociedad específicamente humana7.

Un fenómeno notable que se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad es que los seres humanos utilizan todo tipo de objetos para realizar funciones que pueden ejecutarse gracias a las características Page 284 físicas de dichos objetos. En el nivel más primitivo nos hemos servido de palos para que funcionaran como palancas o de bancos como asientos, en cambio, en el nivel más elaborado de las sociedades contemporáneas hemos desarrollado la capacidad de crear objetos para funciones más específicas y complejas. Si examinamos con detenimiento a los seres humanos descubriremos además una habilidad superior: la «capacidad de imponer una función a los objetos que, a diferencia de los palos, las palancas, las cajas y el agua salada, no pueden desempeñar la función gracias a su estructura física, sino más bien gracias a una determinada forma de aceptación colectiva basada en un determinado estatus de dichos objetos»8. No es, ciertamente, el hecho de su estructura física el que permite a los trozos...

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