Consideraciones sobre el concepto de dignidad humana

AutorÍñigo de Miguel Beriain
CargoUNED
Páginas187-212

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Pocos conceptos hay en la Historia de la filosofía que hayan alcanzado un éxito tan fulgurante como el de dignidad 1. Pocos son, asimismo, Page 188 los términos que han logrado un ascendente tan marcado en nuestra forma de concebirnos como personas. A la par, pocos argumentos resultan hoy en día más decisivos que los que apelan a la dignidad humana. Y, sin embargo, pocas, verdaderamente pocas, son las ocasiones en las que hallamos tantas dificultades a la hora de definir un término como, precisamente, en este caso.

Nos encontramos, por tanto, con una desconcertante certeza: el concepto de dignidad es, al mismo tiempo, uno de los grandes referentes del pensamiento filosófico jurídico actual y uno de sus grandes desconocidos. El resultado de esta contradicción está a la vista: la idea de dignidad se emplea a menudo de una forma poco apropiada, cuando no como un argumento de último recurso, bajo cuya aura se pretenden refugiar quienes no son capaces de encontrar otro acomodo. Tanto es así que, a veces, nos encontramos con la inquietante evidencia de que, en algunas discusiones, las diferentes corrientes llegan a conclusiones contradictorias invocando todas ellas como criterio de autoridad la idea de que lo insinuado por la postura opuesta vulnera la dignidad humana 2. Termina por producirse así la deprimente paradoja de obtener resultados opuestos a través de la apelación a un mismo objetivo, la defensa de la dignidad humana 3.

Detrás de estas notables disfunciones se encuentra, sin lugar a dudas, la innegable realidad de que el concepto de dignidad es, en sí mismo, muy difícil de concretar. Pero esta dificultad intrínseca no debería ser óbice, sino más bien estímulo, para que tratáramos de profundizar en su estudio, intentando clarificarlo en cuanto fuera posible. Sin embargo, y por desgracia, brillan por su ausencia los trabajos destinados a este objetivo, siendo así que, como muy bien dice la profesora Feito, en pocas ocasiones se procede a definir la idea de dignidad, ni mucho menos a analizarla detenidamente 4, lo que nos hace correr el riesgo de vaciar de contenido esta hermosa noción. En segundo lugar, y como tendremos ocasión de ver a continuación, siempre hallaremos el considerable obstáculo de que, aun cuando consigamos Page 189 definir adecuadamente cuál es la idea de dignidad humana, será imposible determinar exactamente qué actos concretos atentan contra ella o, si se prefiere, hacen que se vea disminuida, y cuáles no, porque ésta será, como mostraremos, una función de la Ética y, como es de sobra conocido, no existe un único modelo ético indiscutible, sino que son varios los que todavía rivalizan por imponerse, en una lucha que probablemente 5 se extenderá en el tiempo.

La finalidad del presente trabajo será, precisamente, intentar, antes que nada, solventar, aunque sea de una forma mínima, algunas de estas graves carencias, poniendo de manifiesto cuáles son las dificultades que encierra una definición de dignidad y proponiendo, a cambio, algunas soluciones. Con tal fin, procederemos, en primer lugar, a estudiar cuáles son los orígenes del concepto, para luego exponer las matizaciones que se han introducido en épocas más modernas. En segundo lugar, analizaremos los dos diferentes aspectos del término, intentando siempre llegar a una concepción que permita explicar cuál es la relación entre ambos. Posteriormente, introduciremos un análisis acerca de cómo el concepto de Ética procede del de dignidad y por qué es tan complicado encontrar un modelo ético previo al propio ser humano y, finalmente, de por qué tal vez no sea necesario ni, a nuestro juicio, aconsejable, empeñarnos demasiado en ello. A tales funciones dedicaremos los siguientes párrafos.

2. Las raíces del término

De acuerdo con los datos con los que ahora mismo contamos, parece ser que la palabra dignidad tiene su origen en el sánscrito, concretamente en la raíz dec, que querría decir ser conveniente, conforme, adecuado a algo o alguien. Posteriormente, fue adoptada por la lengua latina, que le añadió el sufijo -mus, formando el vocablo decmus, que acabó derivando en dignus, que en castellano se convirtió en digno, de donde, a su vez, surgió la palabra dignidad.

En cuanto a su significado histórico 6, se puede hablar de dos formas diversas de aplicación del vocablo. Así, de acuerdo con una primera Page 190 rama, la dignidad reflejaba un concepto plenamente social y político, íntimamente ligado con la maiestas. De este modo, en Roma venía a referirse a la nobleza, a la función que se desempeñaba o a los méritos realizados a favor de los asuntos públicos 7. Se trataba, por tanto, de un reconocimiento que otorgaba la comunidad en atención a los méritos de los individuos y que permitía, en consecuencia, establecer diferencias entre unas personas y otras por sus comportamientos 8 y que se reflejaba en una superior auctoritas y en unos signos externos que demostraban que ésta existía. Posteriormente, y ya en la Edad Media, se mantuvo esta distinción, diciéndose, por ejemplo, que los nobles, a diferencia de todos aquellos que no podían permitirse poseer un caballo, poseían la dignidad de caballero. El propio sistema feudal utilizaría más tarde este concepto para manifestar el poder de los reyes y grandes señores, que eran quienes podían acompañar su autoridad con signos de dignidad 9. La Iglesia, por su parte, adoptó este mismo modelo, asociando la máxima dignidad al Papa, al que seguían cardenales y obispos. Más modernamente nos encontramos con que todavía hablamos de la palabra dignidad para referirnos a las prebendas o distinciones propias de un cargo público 10. En todos estos casos, por tanto, nos encontramos con que la idea de dignidad viene directamente asociada a algo externo a la esencia de la persona. Es una noción directamente asociada a las circunstancias, a lo que una persona hace o le sucede, al campo de los hechos, y no del ser. Se trata, en resumidas cuentas, de una concepción de la dignidad basada en el mero reconocimiento de unas circunstancias por parte de los miembros de la sociedad o de la atribución de una valoración concreta a unas personas determinadas por motivos socialmente determinadas.

Junto a este primer concepto de dignidad, se abre camino, especialmente a partir de la filosofía estoica romana y de la aparición del cristianismo, una segunda concepción que, a diferencia de la que acabamos de comentar, se refiere directamente al campo del ser. Consiste, en concreto, en una visión que sitúa al hombre en el centro del cuanto "lugar" de apelación ética", Moralia, vol. 2, núm. 8, 1980, pp. 365 y ss.; Martínez Morán, N., "Persona, dignidad humana e investigaciones biomédicas", en MARTÍNEZ MORÁN, N. (Coord.), Biotecnología, Derecho y dignidad humana, Comares, Granada, 2003, pp. 20 y 21; y JUNQUERA DE ESTÉFANI, R., "Dignidad Humana y Genética", 10 palabras clave en la nueva genética, en prensa. Page 191 Cosmos, que lo define como el ser de rango superior en el universo, según la concepción estoica, o como una criatura privilegiada, creada por Dios a su imagen y semejanza, para el cristianismo emergente. Se puede hablar, por tanto, de que el pensamiento estoico y cristiano van a elaborar un concepto de dignidad directamente asociado a la esencia humana: el hombre es digno por su propia naturaleza, lo cual implica la unión indisoluble entre dos conceptos, persona y dignidad.

A esta primera concepción de la dignidad, propia de la antigüedad clásica le sucederá, después de la caída de Roma y del advenimiento de la Edad Media, un período de imposición absoluta de la concepción heterónoma de la dignidad humana. Sin embargo, este período será pasajero. Gracias al resurgimiento de la filosofía clásica propiciada por el Humanismo Renacentista, el concepto de dignidad en el sentido de "lo propio del hombre", pasará a ocupar un lugar destacado en el pensamiento humano. Así, son frecuentes las alusiones a este concepto en autores tan diversos y de ideologías tan dispares como Buonnacorso de Montemagno, Gianozzo Mannetti, Pico della Mirandola, Angelo Poliziano, Giordano Bruno, Francisco Recio, Juan Luis Vives o Fernán Pérez de la Oliva 11. Aun así, todavía en esta época, se seguirá atribuyendo dicha cualidad a un don divino: la dignidad en el pensamiento renacentista procederá de Dios. Sin embargo, se puede afirmar ya que "en los autores del Renacimiento se cantará la dignidad del hombre, ya con esa denominación y haciendo hincapié en dimensiones puramente humanas y mundanales para identificar sus rasgos" 12. En el siglo XVII, por el contrario, se produce un terrible retroceso en la idea que ahora nos ocupa, o, al menos en la concepción autónoma de la misma. El Barroco introduce un pesimismo acerca de lo humano que chocará frontalmente con el antropocentrismo alegre del Renacimiento. Ello no obstante, el concepto de dignidad humana marcará la obra de autores de la talla de Puffendorf.

Será, sin embargo, el siglo XVIII el que vislumbrará la definitiva ascensión de la dignidad humana al olimpo de los conceptos más utilizados en el mundo filosófico. Así, ya en fragmentos de Thomasius o Wolff se incluyen muchos de los caracteres propios de la idea de dignidad humana. Será, no obstante, el genio de Kant el que dotará al concepto de una nueva dimensión, moldeando sus antiguos rasgos con otros incorporados por él e impulsándolo de esta manera hacia la posición de privilegio que ahora ocupa. A Kant se deben, entre otras, la idea de que lo digno es aquello que no tiene precio, o que la humanidad es en sí misma una dignidad 13, pensamientos que vienen a convertir Page 192 a la dignidad en una idea clave dentro de su sistema moral. Posteriormente, la...

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