Conocimiento, acción e investigación en trabajo social: cuestiones de un campo en construcción

AutorMaria Inês Amaro
Páginas111-135

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introducción

La constatación del Trabajo Social como “una profesión de intervención y una disciplina académica (…) sus-

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tentada en las teorías del Trabajo Social (…)” (FIAS, 2014) no es inmediata ni, mucho menos, un dato adquirido. Aceptar y reconocer el Trabajo Social como una disciplina científica requiere la superación de dicotomías tradicionales de la ciencia moderna, como la que ha separado la esfera del Conocimiento de la esfera de la acción. En Trabajo Social el conocimiento se genera en la acción y para la acción en la búsqueda de la transformación de la realidad social. En este punto, el estatuto científico del Trabajo Social implica la atribución de un valor epistemológico a los saberes gene-rados a partir de la práctica.

Estamos ante un campo complejo que ha encontrado diversas dificultades para su consolidación epistémica y que continúa buscando caminos de articulación entre teorías, investigación, reflexión y acción en la forma como operan. En este sentido, el presente texto propone un concepto de «triangulo del conocimiento» como una ecuación que atribuye lugar a cada una de las dimensiones constitutivas y matriciales del Trabajo Social.

Conocimiento y acción en las ciencias sociales: ruptura y superación de campos en tensión

En el campo de la ciencia moderna y de las profesiones de base científica, la relación entre el saber (producción de conocimiento) y el hacer (intervención sobre la realidad), aunque necesaria y matricial, viene manifestando tensiones, problemas y resistencias. Efectivamente, desde la fundación de la ciencia moderna, y posterior aparición del campo de las ciencias sociales, la tendencia ha sido la división disciplinar de los saberes y la distinción estanca entre disciplinas de aplicación práctica y disciplinas de construcción de los saberes.

A pesar de haberse convertido la ciencia, en gran medida, en un “modo de procurar soluciones para problemas” en donde “las explicaciones solo son científicas si se pueden testar”, como refieren Santos Silva y Madureira Pinto (1986:12), la distancia entre el actuar y el pensar fue tendencialmente ganando terreno hasta constituir campos completa-

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mente distintos. Sobretodo mientras el paradigma positivista fue hegemónico en las ciencias sociales, fue difundida la idea de que el campo de los saberes y de su construcción debería evitar la «contaminación» de lo real y del sentido común. La realidad funcionaba como campo de suministro de datos y de evidencias empíricas, pero no se constituía como un aporte válido para la construcción del conocimiento.

Este debate fue denominado la «ruptura epistemológica con el sentido común» y fue, frecuentemente, objeto de “una interpretación demasiado restrictiva”, que separó “dos continentes cognitivos –el vulgar y el erudito– haciéndose así incomunicables” (Silva e Pinto: 30-31).

Fue, en cierta medida, señalando esta ruptura que en 1959 C. P. Snow (1993) argumentaba, en una célebre conferencia en la Universidad de Cambridge, que la división del mundo intelectual en “dos culturas” no ayudaría a las sociedades occidentales modernas a responder a sus problemas y a sus crecientes desafíos.1 Aunque, en este caso, las dos culturas no se refieren específicamente a la tensión saber-hacer, sino previamente a la esfera de la ciencia por oposición a la de las humanidades,2 esta conferencia seminal tematiza un debate que puede ser extrapolado a las tensiones entre lo objetivo/subjetivo, cuantitativo/cualitativo, disciplina del conocimiento/disciplina de la práctica, entre otros.

El Trabajo Social, como profesión y disciplina de las ciencias sociales, está históricamente situado en el “interface” de estas tensiones, enfrentándose a las trampas que se le colocan, intrínseca y extrínsecamente, por visiones más rígidas y estereotipadas de estas relaciones. Esta es, además, una posición que el Trabajo Social no puede evitar por su propia naturaleza dual, multiforme y, para utilizar la expresión de Netto (1992), sincrética

Esta separación absoluta entre teoría y práctica y la tendencia a la «disciplinarización» de las ciencias sociales,

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que le está asociada y que preconiza, en última instancia una visión irreconciliable entre la ciencia y el “mundo de la vida”, viene siendo en los últimos 30 años refutada apelándose a su superación, como está indicado en el célebre informe sobre la reestructuración de las ciencias sociales, elaborado por una comisión creada por la Fundación Calouste Gulbenkian y presidida por Immanuel Wallerstein (1996: 131-145).

Con esta voluntad de superación se intenta superar el preconcepto que asocia las disciplinas ligadas a la práctica, con lo vulgar, y las disciplinas asociadas a la construcción de conocimiento, con lo erudito. En el campo de la investigación, y tal como apunta Myrian Veras Baptista, este puente entre la teoría y la práctica comienza a ensayarse a partir de la proposición de la idea de investigación aplicada y su distinción de la noción de investigación básica: la investigación sería básica cuando va dirigida a la exclusiva ampliación del abanico de conocimientos existente, y aplicada u operacional cuando pretende resolver problemas concretos y tiene una aplicación inmediata (2001: 32-34). Es además en esta dirección que se desenvuelven los modelos de la investigación-acción, inspirados en el pragmatismo de John Dewey (1925) y en la modelización de Kurt Lewin (1946) y que tan influentes han sido para el desenvolvimiento de la investigación en áreas como el Trabajo Social, pero también en la Psicología Social y la Educación (Coutinho et al, 2009).

Entendiendo el conjunto de las ciencias sociales como una panoplia de sistemas propios de producción de conocimientos, con versiones particulares de cientificidad (Silva e Pinto, 1986: 16-19), puede, entonces, establecerse una cientificidad de la acción e intervención, diferente de la cientificidad de las ciencias sociales explicativas, pero con el mismo estatuto y nivel de legitimidad (Baptista, op. cit.: 38). A este nivel, el problema del Trabajo Social es un problema del estatuto epistemológico de la relación entre la esfera del conocimiento y la esfera de la intervención.

No obstante la intención inicial de superar esta diferencia, esta distinción tendió a la atribución de un estatuto de

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minoridad a la investigación aplicada u operacional, precisamente, por el hecho de este inmiscuirse demasiado con lo real. Sin embargo, a partir de la década de 70 sobretodo se profundiza en la discusión del carácter contingente de los criterios de atribución del estatuto de cientificidad, que dependen esencialmente de la dinámica histórica del devenir de la ciencia, y empieza a darse cada vez mayor relevancia a las prácticas cotidianas y a los micro-acontecimientos como fuentes legítimas de saber y de comprensión del mundo. Se pasa, de esta forma, a defender la existencia de un vínculo constitutivo entre la teoría y la práctica (Baptista, 2001: 37-38). Es en este período que se asiste a un mayor desenvolvimiento y progresivo enraizamiento de las corrientes fenomenológicas, interpretativas y constructivistas en la teoría social, abriendo camino al reconocimiento de una razón que se separe y que infiera analíticamente como mecanismo válido en la producción de conocimiento en Ciencias sociales (Blaikie, 2000; Guerra, 2008).

También Boaventura de Sousa Santos, desde mediados de los años ochenta del siglo XX, ha sido una voz activa en la necesidad de superación de las alegadas dicotomías de la «ciencia moderna» y en la construcción de una visión tendente a aquello que designa como una «ciencia pos-moderna». En las palabras del autor, “una vez hecha la ruptura epistemológica, el acto epistemológico más importante es la ruptura con la ruptura epistemológica. Esto significa que, desde mi punto de vista, deja de tener sentido crear un conocimiento nuevo y autónomo en confrontación con el sentido común (primera ruptura) si ese conocimiento no se destina a transformar el sentido común y a transformarse en él (segunda ruptura)” (Santos, 2002: 168).

Siguiendo la misma línea de razonamiento, esa transformación se concreta en una praxis, entendida, no en el sentido restricto que la ciencia moderna le atribuye como técnica e instrumento, sino en el sentido lato que apunta al fortalecimiento del conocimiento científico con otras formas de conocimiento (religioso, artístico, literario, político, del cuotidiano y, también, instrumental y técnico) para la constitución de la «sabiduría práctica» que nos permite actuar sobre el mundo (Santos, 2002: 169).

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Esta visión sobre el conocimiento, la ciencia y su relación con el mundo concreto apunta lleva a establecer una gran proximidad entre investigación y acción y ofrece un modelo capaz de descodificar la complejidad inherente al Trabajo Social. Sin embargo, la tensión, el debate y la presión para la supeditación de la acción, y consecuentemente la minorización del estatuto epistemológico de las disciplinas que le están asociadas, se mantienen vivos hasta hoy y se puede traducir en los tres tipos de relación conceptualizadas por el profesor de la Universidad de Montréal Lionel-Henri Groulx (1994) y con un cariz, tendencialmente, secuencial: la tesis de la homología, la tesis de la oposición y la tesis de la alianza.

En el primer tipo de relación se defiende la posición de que no hay una diferencia epistemológica entre la producción de saberes y la producción de intervención, siendo que cada esfera se desenvuelve de forma homologa a la otra. La...

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