Los confines del derecho: una invitación al debate

AutorFrancisco J. Laporta San Miguel
CargoCatedrático Emérito de Filosofía del Derecho, Universidad Autónoma de Madrid. Correo electrónico: francisco.laporta@uam.es.
Páginas21-44

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Francisco J. Laporta San Miguel**

Resumen: Las mutaciones que está experimentando en los últimos cuarenta años la realidad humana, ambiental, económica y tecnológica constituyen un desafío para el orden jurídico. Problemas como la evolución y distribución de la población humana, los movimientos migratorios, las nuevas tecnologías de la información y la hiperconectividad que implican, el cambio climático, y la economía financiera, junto a otros semejantes a ellos, demandan una regulación para la que el autor no está seguro de que estemos preparados. Y pretender abordarlos con soluciones meramente verbales, como la apelación a palabras como networks resulta engañoso e ineficaz. El autor invita a los estudiosos del derecho a que sugieran posibles vías de solución a esa demanda de regulación. Palabras clave: Problemas jurídicos nuevos. Cambios sociales, globalización, nuevas tecnologías, regulación, networks, nuevo derecho.

Abstract: The mutations that human, environmental, economic and technological realities are undergoing in the last forty years are a new challenge for legal orders. Problems such as the growth and distribution of human population, migration movements, new technologies of communica-tion and the hyperconnectivity they imply, climate change and financial economies, and others similar in their structural features, demand a regulation the author is not sure we are prepared to implement. The claim to face them with merely verbal solutions, such as the appeal to words like networks, becomes deceptive and misleading. The author invites legal scholars to suggest some possible paths to the solution of these new needs of regulation.

Keywords: New legal problems, social changes, globalization, new technologies, networks, new law.

Sumario: I. ALGUNOS PROBLEMAS. 1. La evolución de la población humana; 2. La distribución de la población humana: un mundo de inmensos suburbios; 3. Los movimientos migratorios; 4. El desarrollo de las nuevas tecnologías de la información; 5. El problema del cambio climático; 6. El dominio de la economía financiera; II. ¿SOLUCIONES? 1. ¿Networks? Una solución verbal; 2. De vuelta al derecho, pero ¿a qué derecho? Invitación al debate; III. BIBLIOGRAFÍA.

* Fecha de recepción: 17 de marzo de 2018. Fecha de aceptación: 16 de abril de 2018.

** Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho, Universidad Autónoma de Madrid. Correo electrónico: francisco.laporta@uam.es.

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Voy a hacer unas reflexiones informales sobre algunas incógnitas que me salen al paso desde hace un tiempo acerca del alcance y los límites del derecho en los tiempos que corren1. Más que un discurso lineal y argumentado quisiera sugerir un conjunto de ideas para discutir o valorar. Y dejar al lector una invitación a pensar en los interrogantes. El punto de partida es la tensión a que está hoy sometido el orden jurídico como consecuencia del crecimiento inusitado y el rápido cambio de las propiedades de la realidad humana, social y científica que trata de regular. Introducir estas preocupaciones en el campo de visión de los estudiantes de derecho me parece de una necesidad perentoria, dado el predominante enfoque hacia el derecho doméstico que está vigente todavía en los programas de nuestras Facultades.

No quisiera hacer el papel de profeta apocalíptico, pero estoy convencido de que esa realidad que nos está saliendo al paso tampoco permite complacencias. Quizás no haya que percibir su decurso como una tragedia, es decir, como algo que conduzca ineluctablemente a un final desastroso (en las tragedias los héroes aparecen en escena en el primer acto abocados a morir necesariamente en el último), pero desde luego vivimos una realidad muy dramática, pues se ciernen sobre ella muchos peligros, aunque puede que en el último momento logremos evitarlos (o puede que no). El futuro está siempre abierto, pero eso significa que también puede ser catastrófico. Y me parece indudable que se dan en este momento un conjunto de rasgos en nuestra realidad que pueden actuar como concausas para producir una situación extrema, incluso desde el punto de vista de la supervivencia de los componentes básicos de nuestra cultura; y creo ver que el orden jurídico, tal y como lo concebimos hoy, parece incapaz de hacer frente a esos rasgos. La realidad está tensando de tal modo las cuadernas de ese orden que no se puede excluir la catástrofe. Y no se advierte ningún sustitutivo eficaz para detenerla.

Para empezar, las incógnitas se presentan hoy de un modo nuevo como consecuencia de la dimensión y la complejidad que ha adquirido la realidad humana. Los desarrollos multiformes e inesperados de esa realidad desafían nuestras viejas certidumbres. Y muchos de ellos se generan además como resultado de problemas de acción colectiva, es decir como resultado de multitud de acciones individuales no coordinadas que producen efectos que no podemos ni prever ni controlar fáctica o normativamente. Y algunos son efectos perversos. Por si eso fuera poco, muchos de los desafíos que enfrentamos comportan profundos conflictos de intereses entre los actores que han de responder a ellos, lo que determina que se busquen más las soluciones no cooperativas que las cooperativas. Eso va contra la racionalidad a largo plazo y puede poner en peligro sus consejos. Desde la Ilustración se nos transmitió la idea optimista de que la razón era astuta y se infiltraba inadvertidamente por entre los sucesos de la historia para producir los mejores resultados; ahora estamos aprendiendo que también es astuta la irracionalidad y ello no invita precisamente al opti-

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mismo. Todo lo contrario. Y cuando la inteligencia es pesimista, el llamado optimismo de la voluntad - tan común en estas cuestiones - no es más que una actitud pueril. Pero vamos a ver por encima algunos, solo algunos, de esos nuevos fenómenos.

Algunos problemas
1. La evolución de la población humana

Se atribuye a Augusto Comte la frase "La demografía es el destino". Nunca ha podido ser afirmado esto con más razón que ahora. Los demógrafos nos informan que en 1950 la población humana era de 2.525 millones de habitantes, y en el 2015 se ha alcanzado la cifra de 7.349 millones. Se ha multiplicado, pues, por 2,9, es decir, casi se ha triplicado, en poco más de sesenta años2. Los cálculos aproximados para el año 2050 se cifran en unos 9.500 millones de seres humanos sobre la tierra. Se conjetura por algunos más pesimistas que una combinación del incremento de la natalidad, por pequeño que sea, y del descenso de la mortalidad y el alargamiento de la vida debidos a los adelantos médicos, situará la cifra de población a finales del siglo en el entorno de los once mil millones de habitantes, si es que no los supera. No hay que ser muy malthusiano para pensar en el grado de presión que una población así ejerce sobre los recursos alimentarios y de agua potable del planeta. "Vivir en nuestro minúsculo planeta azul en su precaria condición presente y tener que sustentar una población global que pronto alcanzará los nueve mil millones" -ha escrito Helga Nowotny, expresidenta del European Research Council- "no puede hacerse sin moverse dinámicamente pero también con delicadeza en el vértice de la incertidumbre [...] nadie sabe si la competencia unida de los individuos y sus formas de organizar la vida colectiva serán suficientes para asumir lo que ha de venir y cuándo ha de venir"3. Pero detener ese incremento y caminar hacia lo que se ha llamado la "transición demográfica", demanda un conjunto de medidas económicas, culturales y sociales que van mucho más allá de cualquier decisión privada de las familias4. La pregunta es si tenemos las pautas regulatorias necesarias para adoptar ese conjunto de medidas. Si no las tenemos, muy bien puede pasar que, al lado del crecimiento demográfico, el índice relativo de pobreza, que ahora parece irse mitigando, no podrá vencerse y crecerá. Y azotará, naturalmente, a los segmentos de población más castigados de la humanidad. Es decir, se mantendrá o crecerá en términos

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de pura y simple hambre, "malnutrición estructural", "inseguridad alimentaria", o como quiera que lo llamemos5. En este, como en tantos otros casos, los llamados objetivos del milenio de las Naciones Unidas no están yendo todo lo bien que se esperaba. Y así, en efecto, según cálculos del Banco Mundial, el número de personas que sobreviven con 1,25 dólares diarios o menos es actualmente de mil cuatrocientos millones. Ello generará importantes problemas de alimentación y sostenimiento. A su lado, el envejecimiento paulatino de la población incrementará exponencialmente las situaciones de dependencia y la demanda de servicios de salud, y exigirá soluciones para afrontarla, que han de ser al mismo tiempo prestaciones económicas y prestaciones personales. Todas ellas con un coste económico cierto. No hemos de descartar, desde luego, que, como método terrible de equilibrio demográfico, hagan también su entrada en escena otros dos jinetes del apocalipsis: la peste, en forma de nuevas pandemias, y la guerra, hoy con un alcance universal.

Comoquiera que el control demográfico y el desarrollo económico parecen ir de la mano, y que la virtud de la caridad -o solidaridad- ha mostrado hasta ahora alarmantes debilidades6, para afrontar estas cuestiones, si es que creemos que deben afrontarse, es necesario articular un conjunto de medidas de redistribución, estímulo y empleo que no sean únicamente voluntaristas y retóricas...

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