Confesiones religiosas y sectas pararreligiosas especialmente en España

AutorJosé Rodríguez Díez
CargoReal Centro Universitario «Escorial-María Cristina» San Lorenzo del Escorial
Páginas577-617

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El hombre no tiene religión; es religión (Zubiri). No ha existido hasta nuestros días ninguna civilización que no haya sido religiosa (Toynbee). Fecisti nos, Domine, ad Te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te.

San Agustín

I Tres constantes transculturales interrelacionadas

Entendemos 1 por constante transcultural aquellos valores que, en el decurso de los siglos, han influido y trascendido a todas las culturas y civilizaciones, revelándose como axiologías universales en el tiempo y en el espacio. Y estimamos que tres valores humanos, implicados entre sí y desglosables en otros más concretos, han merecido esta categoría supracultural.

1.1. Homo religiosus

Además de la evidencia del «homo sexualis y familiaris», desde la más remota prehistoria el homo religiosus viene proyectándose como una constante transcultural con universalidad geográfica y temporal, influyente en todas las conductas e ideologías. La finitud radical humana ha llevado al hombre a verse y sentirse creatura tan limitada, que necesita rendir culto y pleitesía y apelación a algún ser superior. Dicho con expresiones de filosofías antiguas y modernas, frente al eslogan soberbio y depravado de «el hombre es dios para el hombre» (homo homini deus ) de Feuerbach, está el diametralmente opuesto de «Dios es lo más profundo y cimero del hombre» (Deus interior intimo meo et superior summo meo) del confesante Agustín de Hipona. Page 578

Y es que, ante el hombre «acongojado de carne y hueso» unamuniano o «ser-para-la muerte» o de horizontes escapistas de Heidegger, sin olvidar al hombre «pasión inútil» de náusea sartreana o el hombre-absurdo de «rebeldía metafísica» de Camus o el «hombre-fracaso» de Jaspers, ante este hombre-narciso, lanzado a la existencia y traumatizado, siempre surge y resurge el hombre agustiniano, creatural, interiorizado, inmanente, pero transcendido, religado, misterioso, liberado y dialogante desde el yo-finito al Tú-Infinito. Inmanencia y transcendencia son los ejes neurálgicos de la doble dimensión del hombre-creatura, que le hace ser religioso y antípoda de todo ateísmo, aunque a veces se instale en la tentadora y descomprometida equidistancia del agnosticismo. Y si deriva en ateísmo, en el fondo su negación teórica viene a ser una afirmación teística de un Dios preocupante, a quien no le acaba de consagrar altares, al decir de Charles Moeller. Pero, en última instancia, sigue resonando en nuestra conciencia el grito agustiniano del «nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (Confes. I, 1, 1). Si Goethe, admirando la maravilla de la cultura helena, pudo decir y desear que «cada uno sea griego a su modo, pero que lo sea», extrapolando su idea, podemos afirmar, en cuanto al hombre religioso, que cada uno es agustiniano a su modo, pero que en el fondo lo es.

En efecto, esta religiosidad humana, que ha merecido el título de constante transcultural por su perseverancia y vigencia, a juzgar por vestigios arqueológicos, paleontológicos, epigráficos e iconográficos, ha sido cultivada a través de los siglos en distintos y distantes tiempos y geografías, desde las Religiones prehistóricas del paleolítico, mesolítico y neolítico hasta las Religiones sumeriobabilónicas, egipcia, indoeuropeas antiguas, griega, romana, etrusca, amerindias, gnósticas y las afroasiáticas del hinduismo, budismo, confucianismo, chamanismos, taoísmo, sintoísmo, etc.; y mucho mayor cultivo en las Religiones claramente monoteístas, como son las bíblicas hebrea y cristiana, además del Islam coránico (v. Poupard).

Bien ha podido afirmar Arnold Toynbee, que «no ha existido hasta nuestros días ninguna civilización que no haya sido religiosa». Y es que lo absoluto -escribe Jacques Vidal- cautiva al ser humano, rezándole y ofreciéndole sacrificios con representación a través del arte, hasta que el misterio le convierte en actor de una alianza y de una historia santa. Y es verdad también que este homo religiosus conoce la violencia, el eros y lo sagrado antes que las formas evolucionadas Page 579 de la tolerancia, la unidad y la paz, que son frutos de la justicia y la cultura (v. Poupard, 9-14).

Así, bajo diferentes liderazgos y concepciones de religiones teístas, deístas o politeístas, la confesionalidad religiosa o pararreligiosa de los ya seis mil millones de población mundial, de más a menos, se distribuye del siguiente modo, según reciente estadística (Alfa/Omega, 18-X-2001) del año 2000:

Cristianos........................................................ 1.999.566.000

Católicos.............................................. 1.018.257.000

Acatólicos............................................ 981.309.000

Musulmanes .................................................... 1.188.240.000

Hindúes .......................................................... 811.337.000

Budistas .......................................................... 359.982.000

Agnósticos-Ateos ............................................ 150.090.000

No religión concreta........................................ 768.159.000

Nuevas religiones............................................ 102.356.000

Religiones tribales .......................................... 228.367.000

Jainismo, Sikhismo ........................................ 23.258.000

Judíos .............................................................. 14.189.000

No clasificados ................................................ 409.505.000

Población mundial 6.055.049.000

Con el movimiento migratorio de hoy, todas las religiones están presentes en todos los continentes, aunque en proporciones diferentes. El cristianismo (católicos y acatólicos -protestantes, anglicanos, ortodoxos-) abundan en Europa y América; el islamismo en Oriente Medio afroasiático; el hinduismo y budismo, por India, Ceilán, Asia del sudeste; el confucianismo por Japón y Vietnam; el chamanismo, taoísmo y sintoísmo, por China y Japón. Entre los movimientos religiosos, pararreligiosos o seudorreligiosos navegan las llamadas sectas (jainistas, sijistas, animistas y modernas jehovistas, mormones, moonistas...) de difícil clasificación por sus sincretismos eclécticos.

1.2. Homo axiologicus

Esta constante transcultural de religiosidad politeísta, deísta o teísta de los pueblos es soporte del homo ethicus que sistematiza Platón, cuando, inspirado en su maestro Sócrates, ve la racionalidad Page 580 filosófica de que el hombre interior se gobierne en base al ejercicio de las virtudes fundamentales o cardinales de prudencia, fortaleza y templanza, moderadas por la justicia para evitar sus extremos viciosos. Y este hombre ético de Platón debe desarrollar sus virtualidades axiológicas valorando el bien, la bondad, la amistad, el amor, la verdad, la libertad, la responsabilidad, la tolerancia, la pluralidad, la solidaridad, la fraternidad en una formación integral. Esta axiología del hombre ético hace que, cuando surge el «animalis homo» paulino, el hombre cainita y guerrero del homo homini lupus de Hobbes, imponiendo su ideología o creencia, quede atemperado y racionalizado con el abelita homo homini res sacra senequiano, es decir, con el perfecto hombre clásico, kalhós kagazós griego y vir bonus romano, que en versión moderna es el honnéte homme galo, gentleman anglosajón, o perfecto caballero cristiano. Este hombre platoniano se ha proyectado y ampliado con otros valores axiológicos afines, como el hombre jurídico y el hombre libre (consciente de su dignidad humana), en posteriores sistemas filosóficos que subyacen en culturas y civilizaciones

1.3. Homo iuridicus

Aristóteles exterioriza el homo ethicus de su maestro Platón filosofando sobre el homo iuridicus al poner la justicia en el epicentro de toda justicia conmutativa, distributiva y represiva (penal), equilibradas después por la justicia social, ya conquista moderna. Este homo iuridicus de derecho natural al menos secundario, como corolario del «homo socialis», más positivizado originará el llamado «ius gentium» o derechos humanos de los teólogo-juristas del...

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