Conferencia de homenaje a doña Joaquina Albarracín

AutorM.ª S. Carrasco Urgoiti
Páginas149-156

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Ver nota 1

Me causa profunda satisfacción que hayan contado conmigo para participar en este hermoso y muy merecido homenaje a Joaquina Albarracín. Ella y su esposo Juan Martínez Ruiz2representan un difícil tipo de investigación que espero encuentre siempre cultivadores sabios y abnegados como ellos, y particularmente en estas tierras de tan complejos y ricos sustratos. Para dar cima a sus búsquedas y transcripciones Juan y Joaquina tuvieron que ser expertos en cuántas lenguas se hablaron y cuántas formas de escritura se cultivaron a lo largo del medievo en el sur de la Península Ibérica y en el Magreb, y también necesitaron ser peritos en la metodología desarrollada por filólogos y paleógrafos. Sólo esto los acredita de auténticos sabios. Pero dando por descontada su pericia, para dejar la huella que han dejado necesitaban acierto para elegir el material objeto de su análisis y además una perseverancia y espíritu de sacrificio para llevarlo a cabo de que no carecieron los grandes maestros del siglo XIX y primeras etapas del XX, pero que en su generación, que es también la mía, constituye una excepción. Los estudiosos de la literatura medieval o renacentista en lengua castellana que nos hemos movido entre textos muy asequibles, escritos para entretener al lector pero también para dar testimonio de situaciones vitales y sociales, hemos necesitado las claves aportadas por la investigación de archivo para formular o confirmar matices de significado que el tiempo y el cambio en las mentalidades fácilmente diluyen.

En esta charla quisiera poner de relieve una de esas conexiones entre conocimiento etnológico e interpretación de las peculiaridades temáticas y estilísticas que definen una modalidad -o «maniera»- literaria. Joaquina Albarracín ha estudiado en vida las prendas y joyas de la mujer musulmana en Yamala. En una investigación de fuentes documentales del reinado de Felipe II Juan Martínez Ruiz analizó las listas de ajuares incautados por la Inquisición que procedían de las casas de los moriscos, quienes fueron obligados a abandonar el reino de Granada al término de la rebelión y guerra de la Alpujarra (1568-1572), y al hacerlo Joauina prestó particular atención a la indumentaria y el adorno femenino. Así fueron objeto de las pesquisas de nuestros amigos el hoy y el ayer de unas manufacturas conformadas por el hábito, la creencia y la pericia artesanal y artística, de dos comunidades culturalmente convergentes, aunque asentadas a cuatrocientos años de distancia en territorios separados por el Estrecho de Gibraltar.

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Para Juan, en el curso de estas investigaciones, entró en juego otro término de comparación. Experto en la literatura del siglo XVI, llevaba en la memoria las minuciosas estampas de damas y galanes nazaríes que ofrecía el libro de un escritor coetáneo de Cervantes, que llevó al texto de una pseudo-historia un despliegue semejante al que ofrecían algunos romances y relaciones de fiestas de esas peculiares armas, galas y alhajas que el público de su tiempo asociaba con los jinetes andalusíes y con sus damas. Me refiero a Ginés Pérez de Hita, artesano natural de Murcia y buen conocedor de la ciudad y el reino de Granada, que publicó en Zaragoza, el año de 1595, un libro destinado a ser uno de los mayores éxitos editoriales de la ficción en lengua castellana: la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, caballeros moros de Granada y de las civiles guerras que uvo en ella hasta que el rey don Fernando V la ganó. Menciono estos datos de publicación porque nos sitúan, por una parte en la capital aragonesa, que fue un centro emblemático de la España mudéjar -musulmanes acogidos a un particular estatuto-, y por otra -al tratarse de fines del XVI- a la penúltima década de la permanencia en España de esta minoría musulmana, transmutada en comunidad de «nuevos convertidos de moros», que es como los documentos de la época llaman a los moriscos.

Con certero instinto de exégeta literario, Martínez Ruiz llevó a cabo un análisis comparativo de ambos repertorios de prendas -el de las muy reales que figuran en los inventarios de bienes secuestrados y el de las que adornan en el texto literario a los personajes nazaríes. La comparación dio como resultado una correspondencia casi perfecta. Y el «casi» es lo más significativo, ya que la única prenda que aparece -y con frecuencia- en los ajuares secuestrados, pero no en la obra de Pérez de Hita, es la prohibidísima «almalafa», amplia vestidura -según el diccionario de la academia [Eguilaz o ...]- en que se envolvía la mujer morisca, cubriéndose el rostro. Otra explicable diferencia que apunta el investigador es la ausencia en los inventarios de «libreas», como las que lucen en las fiestas ecuestres los personajes moros de Pérez de Hita. Con ello el autor los aproxima a los jinetes europeos de su tiempo, ya que tal prenda identificaba a los componentes de las cuadrillas en los festejos hípicos.

[Hasta hoy guardan su poder de evocación algunas entradas de los inventarios transcritas por Martínez Ruiz: «una camisa que se llama alcándara3de seda, con sus vueltas de colores, dícese por su nombre yize, envuelta en un paño». O «una almalafa de seda, rrayda, remendada [...] de algodón y seda».] A mi juicio, con las conclusiones, alcanzadas por Martínez Ruiz teniendo en cuento el relato en prosa y el componente romancístico ajeno que el libro -Guerras civiles de Granada- incluye, quedó puesta de relieve la conexión entre el morisco reprimido del presente y el gallardo moro idealizado del pasado. Como sucedería tantas veces en el género de la novela histórica, del que es antecedente el libro de Pérez de Hita, la recreación ficcionalizada de una faceta del pasado colectivo incide en los conflictos que viven autor y lectores. La lectura que deleita, así como los romances engarzados en la narración, marcan unas señas de identidad que engloban a las capas superiores de la histórica población del reino nazarí y también a su descendencia, que, con la excepción de pocas familias de alta alcurnia como los Granada enegas, sobrevive sumida en el desprestigio y temerosa de la expulsión.

¿Cómo no oír en la recreación estilizada del epílogo nazarí un alegato por la permanencia de los nuevos convertidos? Para los escépticos podríamos citar los pasajes en que el autor nos habla de coetáneos suyos, que ha tratado personalmente y que son los

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descendientes de los personajes de las Guerras civiles. Esa faceta -aparentemente frívola- que muestra en detalle las modas suntuarias granadinas tenía un poderoso poder de evocación y se esgrimía presumiblemente con intención de que la nostalgia por una forma de vida...

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