Del concepto real de prudencia

AutorRicardo Dip
Páginas65-70

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Se consagró acerca de la prudencia una síntesis que se remonta a la Etica la Nicómaco de Aristóteles172 y conceptualiza la prudencia como una recta razón, la recta razón de obrar:

(...) en una fórmula densa, miles de veces repetida, y en la cual hemos de discernir la profundidad insondable, la prudencia es la recta ratio agibilium, es la debida regla del obrar humano

173.

La recta ractio agibilium de la versión latina, y su historia de milenarias acogidas —de las que pueden aquí citarse autorizados ejemplos como el de Lottin174, Zalba175,

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Cathrein176 y Garrigou-Lagrange177—, fue el concepto que S. Tomás de Aquino abonó178, traduciéndolo «(...) habitus cum vera ratione activus (...) circa bona et mala ipsius hominis» —hábito activo con verdadera razón (...) sobre los bienes y los males del propio hombre179.

Aristóteles, en otra parte, definió la prudencia como una virtud del intelecto por la cual los hombres se habilitan a elegir rectamente los medios que los encaminan a su propia felicidad180, concepto que Santiago Ramírez vertió en una nueva fórmula verbal: «(...) virtud intelectual directiva de los actos humanos al fin último de toda la vida»181. Por eso, la prudencia, hábito de la recta ordenación racional182 de las acciones humanas, bien corresponde a la noción agustiniana de conocimiento de lo que el hombre debe buscar y de lo que debe evitar183 para ser

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feliz184 —«(...) no basta al hombre pensar, pues él debe vivir y vivir bien. Vivir bien es obrar bien, y para bien obrar debe tenerse en cuenta no solo lo que debe hacerse, sino también la manera como debe hacerse»185.

No se trata de un hábito de conocimiento especulativo, sino del hábito de conocer para dirigir el movimiento que se impone a la voluntad: a la prudencia cabe el gráfico y antiguo emblema auriga virtutum186, precisamente porque a ella compete la dirección de las virtudes (incluidas las morales) y una conducción firme, decidida: su nota de excelencia está en pasar de la potencia al acto las conductas cuyas reglas descubre187. Vale decir, el prudente anhela no tan solo saber, aquí y ahora, el bien que debe obrar o el mal que tiene que evitar188, sino que también impera sobre la conducta recta, satisfaciendo, así, la condición indispensable para su felicidad. ¿Se quiere ser justo? Pero ¿cómo encontrar el suum de la justicia189, sin que, paralelamente al apoyo inaugural en los dictámenes de los primeros principios (cuya verdad se intuye) y, en consecuencia, de las prescripciones de la ética, se tenga que desarrollar un discurso prudencial que desvende,

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hic et nunc, las circunstancias singulares del caso e impere la solución rectamente debida? ¿Se quiere ser fuerte o se quiere ser temperado? Pero ¿cómo encontrar el justo medio de la templanza y de la fortaleza, sin el concurso de la prudencia?

El hábito de la prudencia es supuesto esencial de las virtudes morales: sin la prudencia, no existiría la justicia, la fortaleza, la templanza ni ninguno de sus muchos hábitos anejos190. La virtud de la prudencia adquirida consolida las disposiciones para obrar bien y prontamente en cada caso: la prudencia es el hábito de quien obra con oportunidad, no es «(...) virtud de indecisos, de timoratos»191, no es hábito de quien llega tarde a los tiempos de peligro192, no es la costumbre de los pusilánimes, que, de ese modo poniendo en riesgo los fines de su vida y la felicidad a que están llamados, procuran solo evitar dificultades, practicando una especie de «prudencia negativa»:

(...) no se trata aquí de esa prudencia negativa, que casi siempre aconseja no actuar, ni emprender cosas de importancia, para no tropezar con dificultades y enojos. Tal prudencia, cuyo lema es 'no realizar cosa alguna' es propia de los pusilánimes. Después de darse por cierto que 'lo mejor es a veces enemigo de lo bueno', se acaba por decir que 'lo mejor es con frecuencia enemigo de lo bueno'. Esa prudencia confunde lo mediocre con el justo medio de la virtud moral

193.

Los textos bíblicos ya advirtieron enérgicamente contra la falsa prudencia de algunos «prudentes»194 (denominadaprudentia carnis o de astucia), una prudencia formada según la sabiduría mundana —que es, dice la adver-

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tencia paulina, una necedad apud Deum195, que inimicitia est in Deum196—. Porque, según lo que se lee en los Testamentos, la prudencia, ya sea la verdadera, ya sea la falsa, presupone un fin, y en eso se distinguen, porque la falsa se ordena pro fine delectabile carnis197, y esa prudencia es muerte.

Es emblemático, a propósito, el suicidio del astucioso Aquitofel198, cuyos consejos «prudentes» eran tenidos al modo de oráculos que se pedían a Dios. La conducta aquitofélica199 se reputa, entre los cristianos, como una figura de...

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