La complementariedad heterosexual en 'Los nº 1 de 40 principales 2016

AutorLorena Costas Caride; María Victoria Carrera-Fernández
Cargo del AutorEducadora Social Universidad de Vigo, Ourense, España/Prof.ª Ayudante Doctora Universidad de Vigo, Ourense, España
Páginas592-607
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La complementariedad heterosexual
en “Los nº 1 de 40 principales 2016”
Lorena Costas Caride
Educadora Social
Universidad de Vigo, Ourense, España
lorenacstscrd8@gmail.com
María Victoria Carrera-Fernández
Prof.ª Ayudante Doctora
Universidad de Vigo, Ourense, España
mavicarrera@uvigo.es
Introducción
El trabajo que presentamos aquí forma parte de un estudio más amplio que
analiza los estereotipos de género y las actitudes heterosexistas del CD de “Los Nº1 de
los 40 Principales 2016” a través del análisis cualitativo del contenido de las canciones,
basándonos en la premisa de que la música, como medio de comunicación de masas,
tiene la capacidad de influenciar y trasmitir contenidos y actitudes relacionados con el
género y, más concretamente, con los estereotipos y las actitudes sexistas asociadas al
prototipo heteronormativo del enamoramiento y el amor (Carrera, Lameiras y
Rodríguez, 2013a; Vázquez, 1997). Su objetivo es analizar los discursos sobre el
enamoramiento y el amor que se reproducen en las canciones incluidas en el citado CD.
A continuación, se hace una aproximación teórica a las categorías conceptuales
sexo y género, sentando las bases terminológicas necesarias para comprender la
construcción de la identidad de género, así como la aparición y mantenimiento de
estereotipos y actitudes sexistas. Una vez integrados los apartados más genéricos del
trabajo, se procede a una argumentación teórica más específica en relación al tema
central del estudio, ofreciendo un análisis de los medios de comunicación de masas y,
más concretamente, de la música, como agentes de socialización diferencial de género.
1. Aproximación conceptual a las categorías sexo/género
En relación a las categorías de sexo-género, éstas presentan una diferenciación
teórica donde el sexo se define como el conjunto de características y componentes
biológicos dicotómicos que reducen a las personas a la clasificación cerrada de hombres
o mujeres, mientras que el género, acuñado por Money en 1955 (citado por Colás,
2007), se considera un constructo social conformado por una serie de características
culturalmente aceptadas para cada sexo que promueve una jerarquización social desigual
(Carrera et al., 2013a; Guerra, 2016; Hernando, 2006; Herrero y Pérez, 2007). Por lo
tanto, “un sexo femenino arrojará siempre un género femenino, y un sexo masculino
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arrojará siempre un género masculino” (Lameiras, Carrera y Rodríguez, 2013, p.137),
rechazando las identidades subalternas o heréticas.
Con la obra de Simone de Beauvoir El Segundo Sexo, publicada en Francia en el
año 1949, se diferencia claramente, por primera, vez el sexo del género, como señala la
autora:
No se nace mujer, se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico
define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el
conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho
y el castrado al que se califica de femenino. (Beauvoir, 1949/1987, p.13)
Esta perspectiva entiende al sexo biológico como un dato físico fútil y el género
como algo modificable (Burgos, 2007), eludiendo así el determinismo biológico e
inaugurando la desnaturalización del género, en favor de la importancia del relevo
psicosocial y la construcción de la identidad de género. De esta forma, aunque el sexo
sigue respondiendo, en cierta medida, a particularidades biológicas, el género se
construye a lo largo del crecimiento de las personas, contaminado por el bagaje histórico
y social basado en los estereotipos y roles de género (Carrera et al., 2013a; Lameiras et
al., 2013).
No obstante, si atendemos a las corrientes teóricas contemporáneas
posestructuralistas donde se enfatiza el papel del relevo sociocultural, el género pasa a
ser una categoría subjetiva, individual y emocional que rechaza el dimorfismo sexual
aparente–tal y como se visibiliza en el cuerpo de las personas intersexuadas- (Carrera
et al., 2013a; Lameiras et al., 2013). Por ende, podemos afirmar que el género y el sexo
son dos sistemas relacionales que se han ido transformando según las coordenadas
socioeconómicas y culturales de cada época y espacio concretos (Gómez, 2008; citado
por Carrera, Lameiras, DePalma y Ricoy, 2013b), dando lugar a la identidad de género
entendida como un proceso complejo de índole psicosocial donde el sexo se ha
relacionado inequívocamente con el género, marcando las bases legitimadoras de la
identidad hacia una realidad sexual masculina o femenina, ambas entendidas como
modelos sociales excluyentes (Carrera et al., 2013b; García y Núñez, 2008; Lameiras et
al., 2013; Lameiras, Rodríguez, Ojea y Dopeiro, 2004).
Así, en base a la marca corporal varón o mujer asignada en el nacimiento, se
construye diferencialmente un género masculino o femenino, a través de los
estereotipos y roles de género que son transmitidos a través del proceso de socialización
diferencial (Carrera et al., 2013b). Estas ideas, actitudes y comportamientos sobreviven
a través de la repetición social, convirtiéndose en patrones cognitivos y conductuales
normativos y automáticos (Burguete, Martínez y Martín, 2010), que se presentan, sin
embargo, como naturales.
Los estereotipos de género son, por tanto, un subtipo de estereotipos sociales
que deben ser entendidos como un cúmulo de creencias compartidas dentro de una
cultura, en relación con los atributos que poseen mujeres y hombres (Carrera Lameiras,
Cid, Rodríguez y Alonso, 2015). Estas creencias se aprenden e interiorizan
inconscientemente desde la infancia, funcionando como componentes inherentes al ser

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