Compasión, diálogo, justicia: el legado político de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King
Autor | Josep Antoni Duran i Lleida |
Páginas | 37-55 |
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COMPASIÓN, DIÁLOGO, JUSTICIA:
EL LEGADO POLÍTICO DE JOHN
FITZGERALD KENNEDY Y MARTIN
LUTHER KING
JOSEP ANTONI DURAN I LLEIDA
Quiero agradecer la oportunidad que se me brinda de
poder re exionar con todos ustedes a propósito de la com-
pasión, del diálogo y de la justicia. En estos tiempos en que
el individualismo, la turbación y la incertidumbre caracteri-
zan el día a día de prácticamente todos los niveles políticos,
por no hablar de la vida en general, es de agradecer que
podamos dedicar unos momentos a hablar de algunos de
los grandes valores que han animado el progreso cívico y
social, la mayoría de ellos, a mi entender, vinculados al hu-
manismo cristiano y que hoy más que nunca, resultan indis-
pensables para encauzar nuestras sociedades hacia el bien
común y hacia mayores cotas de libertad y de bienestar.
En nuestro peregrinaje hacia esas mayores cotas, hacia
esos grandes objetivos, debemos hacer como cualquier
montañista: constatar el camino recorrido, determinar
nuestra posición, recuperar fuerzas y calcular el mejor iti-
nerario para alcanzar la cima. Cien años atrás, cuando aún
éramos capaces de creer en los avances de la ilustración y
de la técnica, Europa se despedazaba a sí misma en una
Josep Antoni Duran i Lleida
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guerra cruel que causó más de quince millones de muertos.
Tras ella aparecieron regímenes despóticos y dictatoriales,
nuevas guerras, nuevos enfrentamientos y nuevas atrocida-
des que demostraron el carácter profético de la a rmación
de Voltaire según la cual la civilización «no elimina la bar-
barie sino que sólo la perfecciona».
Pese a las anteriores calamidades, no debemos en
modo alguno desconocer o menospreciar los enormes pro-
gresos experimentados. La construcción de la Europa uni-
da, impulsada en su día por personalidades como Ade-
nauer, de Gasperi o Schuman, ha permitido gozar de un
periodo de paz y de progreso hasta ahora desconocido en
la vieja Europa. Podríamos hablar también de la sucesiva
ampliación del catálogo de derechos humanos. Podríamos
aludir a las cotas de bienestar a que han accedido las socie-
dades avanzadas, y deberíamos felicitarnos por todo ello,
aunque sea de manera egoísta, puesto que formamos parte
de sociedades básicamente libres y democráticas, con un
nivel de vida en que apenas existen niveles de exclusión
social.
Quisiera, no obstante, congelar ese legítimo entusias-
mo con dos re exiones, terriblemente unidas: en primer
lugar, unas libertades y un bienestar que sólo valgan para
una minoría no deben llamarse ni libertades ni bienestar,
sino sólo privilegios. Asimismo, cualquier reforma social y
económica, cualquier progreso, debe ser siempre evaluado
y juzgado por sus efectos sobre las personas y los grupos
más débiles de la sociedad. No podríamos considerarnos
una sociedad justa si no analizásemos las libertades, el pro-
greso y el bienestar desde la perspectiva de un espíritu de
comunidad. A mi entender, la persona es el eje y el referen-
te de todas las libertades y de cualquier progreso, pero tam-
bién se convierte en sujeto de responsabilidad respecto de
las demás personas. Ante la bíblica pregunta de «dónde
está tu hermano», no podemos responder desde el indivi-
dualismo ni el egoísmo. Como a rmaba un brillante texto
publicado por la Junta de la Comisión de Valores de Norue-
ga en el año 2001, impulsada por un querido amigo, pastor
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