Colombia, un país más allá de la experiencia e imagen de la violencia. Historia, memoria y proyecto de porvenir

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La herencia de la violencia

Isabel vio cómo el peón descargaba el revólver contra su marido y luego contra su hermano inválido. Agarró a sus dos hijos pequeños y se escondió en el monte. Rogaba para que el hombre en su borrachera no escuchara los sonidos que hacían los niños incapaces de comprender lo que ocurría. Momentos más tarde escuchó otro disparo. Luego, silencio total. Cuando le avisaron que el peligro había pasado, encontró los tres cadáveres: el de su esposo, el de su hermano y el del propio asesino, quien al comprender el crimen cometido contra sus patrones, se quitó la vida.

Isabel supo que había quedado sola en el mundo. A principios de siglo, en Santander, era casi imposible para una mujer hacerse cargo de su propia vida sin un hombre que la respaldara. En adelante, tras perder todas sus propiedades por una confluencia de normas institucionales y sociales en su contra, su vida se convirtió en un continuo deambular al amparo de parientes, instituciones religiosas y de la misericordia de amistades; es decir, en un intento por sobrevivir.

Durante la época de la violencia de los años cincuenta, muchas mujeres se vieron obligadas a salir desterradas de sus fincas, dejando atrás a maridos, hermanos, y padres asesinados o, peor aún, abandonadas por ellos cuando se unían a uno de los bandos en pugna. Muchas de esas mujeres sobrevivieron a través de la prostitución, otras en innumerables oficios y quehaceres, intentando siempre borrar el pasado, con el objetivo de sacar adelante a sus hijos para que en el futuro pudieran vengar su terrible destino. Inés fue expulsada de su casa a los trece años por su propio padre el día que se atrevió a defender a su madre de una golpiza. Él la condenó a una vida de prostitución. Inés se rehusó a seguir esa maldición y su devenir se construye alrededor de diversos oficios. Inés se une a grupos con ideales revolucionarios que luchan por construir «una patria mejor» siempre con la mira de que a sus hijos no les corresponda vivir en el medio hostil y violento en que ella se crió [Elvira Sánchez-Blake, Patria se escribe con sangre, Barcelona, Anthropos Editorial, 2000, p. 5].

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Reflexiones de Inés acerca de los temas que le plantea la entrevista

¿Cuál es su opinión respecto a la lucha del M-19?

Yo pienso que fue la droga. No sé si es que yo tengo obsesión por eso. Pero si en la comuna de Palos Verdes donde la gente tuvo toda la oportunidad de haber podido aplicar sus teorías, y lo único que hicieron fue meter droga y tirarse al piso. Y era gente pensante, gente con conciencia política, gente que valía la pena. Yo pienso que fue el vicio. De la violencia en Colombia de los años cuarenta salieron los bandoleros. De los bandoleros salieron las guerrillas. Y de las guerrillas, salen unos mejores que otros. Entre esos, salió el M-19. Y dígame, ¿qué parte de la izquierda no se corrompió con la droga? Toda, toda. Porque los que no metieron droga se unieron con los narcotraficantes a sacarle la tajada.

Entonces, ¿sí hubo una alianza entre narcos y guerrilla?

Yo no creo que el M-19 haya tenido esa alianza. Lo de que la reina de la coca le hubiera donado esa casa a la comuna fue una casualidad. Se encuentran unas mujeres en la cárcel y no saben dónde meter a sus hijos. Claro, la otra les ofreció la casa que tenía desocupada. A mí me parece que el M-19 no se untó de narcotráfico. Se untó de droga en el sentido del consumo. Pienso más que en el consumo. Yo creo que las otras guerrillas sí se aliaron con los narcos. El M-19 se financiaba más por otras fuentes.

¿Cuál es el futuro de Colombia ahora?

Yo creo que la guerrilla sigue en pié más por un asunto de venganzas. Es también el vicio de ser siempre guerrillero y no saber hacer nada más. Cuando uno está en el monte, ya no sabe cómo regresar ni cómo asimilarse. Las acciones ahora ya no tienen sentido, si las tuvieran, ya habrían tumbado a Samper. Ya no hay líderes, no hay causa política. Yo estoy completamente convencida de que la revolución en Colombia la paró la droga. La revolución iba bien. Yo esperaba y sentía que mis dos hijos iban a ser para un país mejor. Y ¡qué frustración! Ahora no existe ninguna conciencia política. Es como si la gente no pensara. Culturalmente, políticamente, el país no ha avanzado nada en los últimos años. Me siento como retrocedida treinta años...

¿Cuál es su creencia política en este momento?

A mí me gustaría sí realmente un comunismo, pero un comunismo puro. Y un comunismo no de un país para tirarle rayo al otro, sino de unión entre todos. Y yo creo que se va a dar porque el capitalismo ya nos tiene hasta aquí. Estamos asqueados. Y el cuento de la droga hace que la gente se asquee. Tiene que darse. La gente tiene que buscar esa forma de vida. Es que el comunismo no debe ser una política sino una forma de vida [ibíd., pp. 55, 56].

Religión y violencia

La cita entre la religión y la violencia se produce -y se reproduce- en el espacio/tiempo de la trascendencia del principio del orden. Y esa violencia (Gewalt) que procede del allá sagrado (segregado, protegido y protector) manifiesta todos los rasgos que complican el uso de la fuerza cuando actúa en la proximidad del orden, de toda fuerza que se impone o que se sobre-pone. Violencia autorizada, autorizadora y autoritaria, violencia legítima y legitimadora, violencia ejecutiva y ejecutora (y ejecutadora). O violencia por la que, en el extremo, no cabe interrogar: pues también su misterio, su enigma impenetrable, son parte de la superpotencia que, por principio, funda y mantiene el orden. Que es, aunque en ocasiones no lo parezca, el orden de la existencia, el orden de la distancia.

Quizá por ello, cuando de religión y violencia se trata, las nítidas distinciones pueden -o suelen- resultar desafortunadas. Como la que establece Benjamin entre violencia divina y violencia mítica en su... excelente artículo «Hacia la crítica de la violencia». Destructora de derecho la primera, fundadora la segunda; redentora la divina, culpabilizadora la mítica... No sorprende del todo el calificativo de sangrienta aplicado

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a la violencia mítica en el texto: pero el de incruenta (es decir, sin efusión de sangre) referido a la violencia divina precisaría de más de un matiz. Renuncio a dar ejemplos de alguna divina violencia fundadora, culpabilizadora y un ápice sangrienta. [...]

Poco se ganaría, sin embargo, invirtiendo los términos. En el espacio/tiempo de la religión, según entiendo, la violencia (Gewalt), sea designada como mítica o como divina, o como se quiera o pueda (hay más tradiciones culturales que la griega y la judía), remite a la cuestión del orden, a la trascendencia del principio del orden, a su elevación e isolación; y a su manifestación en forma de autoridad, fuerza y poder, efectivamente, sagrados [VV.AA., Religión y violencia, Madrid, Círculo de Bellas Artes, 2008, pp. 42-43].

Sobre la violencia

Nadie consagrado a pensar sobre la Historia y la Política puede permanecer ignorante del enorme papel que la violencia ha desempeñado siempre en los asuntos humanos, y a primera vista resulta más que sorprendente que la violencia haya sido singularizada tan escasas veces por su especial consideración... Esto demuestra hasta qué punto han sido presupuestas y luego olvidadas la violencia y su arbitrariedad; nadie pone en tela de juicio ni examina lo que resulta completamente obvio. Aquellos que sólo vieron violencia en los asuntos humanos, convencidos de que eran siempre fortuitos, no serios, imprecisos (Renan) o que Dios estaba del lado de los batallones más fuertes, no tuvieron más que decir sobre la violencia o la Historia. Cualquiera que busque algún tipo de sentido en los relatos del pasado, está casi obligado a ver a la violencia como un hecho marginal. Tanto si es Clausewitz, denominando a la guerra la continuación de la política por otros medios, como si es Engels, definiendo a la violencia como el acelerador del desarrollo económico, siempre se presta relieve a la continuidad política o económica, a la continuidad de un proceso que permanece determinado por aquello que precedió a la acción violenta. Por eso los estudios de las relaciones internacionales afirmaban hasta hace poco que es una máxima que una resolución militar en discordia con las más profundas fuentes culturales del poder nacional, no podría ser estable, o que, en palabras de Engels, donde quiera que la estructura del poder de un país contradiga su desarrollo económico, es el poder político con sus medios de violencia el que sufrirá la derrota.

Hoy todas aquellas antiguas verdades acerca de la relación entre la guerra y la política y sobre la violencia y el poder se han tornado inaplicables. La segunda guerra mun-dial no fue seguida por la paz sino por una guerra fría y por el establecimiento del complejo militar-industrial-laboral. Hablar de la prioridad del potencial bélico como principal fuerza estructuradora en la sociedad, mantener que los sistemas económicos, las filosofías políticas y los corpora juris sirven y extienden el sistema bélico y no al revés, concluir que la guerra en sí misma es el sistema social básico dentro del cual chocan o conspiran otros diferentes modos de organización social, parece más plausible que las fórmulas decimonónicas de Engels o Clausewitz. Aún más concluyente que la simple inversión propuesta por el anónimo autor de Report from...

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