La clausura del bienio de izquierdas: los radicales al poder

AutorRoberto Villa García
Páginas25-37

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1. El desgaste de los gabinetes republicano-socialistas

En principio, considerando el volumen de los estudios historiográficos dedicados a la Segunda República, parecería de poca dificultad determinar las causas de la caída de los partidos que constituyeron la base sobre la que Manuel Azaña formó sus gabinetes. Podríamos estimar, siguiendo a los autores más caracterizados, como causalidades recurrentes la crisis económica, la pérdida del "impulso reformista", las disputas internas entre los partidos republicanos y la frecuentemente denominada "ofensiva derechista - clerical". Ciertamente, debemos analizar la incidencia de cada factor, pero sin perder de vista dos reflexiones fundamentales: el por qué se originaron y las razones que impidieron a los gabinetes republicano - socialistas hacerles frente.

La influencia de la crisis mundial originada en 1929 suele servir de contexto económico donde encuadrar la labor de los gabinetes de izquierdas. Casi todos los autores coinciden en que, entre 1931 y 1933, la tendencia al estancamiento y, en muchos sectores, hacia la depresión resultaron marcadas y que sólo a partir de 1935 comenzó a advertirse una leve mejoría. Sin lugar a dudas, esta crisis tuvo su mejor exponente en la contracción del comercio exterior y en el subsiguiente perjuicio a los sectores nacionales más competitivos. La contracción de la exportación, y también de la demanda interna, trajo consigo cierto retroceso en las importaciones aunque no el suficiente para impedir el desequilibrio de la balanza de pagos. Junto a esta circunstancia, el profesor Gil Pecharromán4 señala otras como la disminución de las inversiones extranjeras y de los beneficios del capital español invertido en el exterior, las pérdidas del incipiente sector turístico, la merma de las remesas de dinero enviadas por los emigrantes, el costo de los esfuerzos por mantener el tipo de cotización de la peseta o la política de contención del gasto público defendida por los sucesivos ministros de Hacienda de la República. Por último, el profesor Palafox ha puesto mayor importancia en la desconfianza con que los sectores empresariales y financieros recibieron al nuevo régimen y que pudo tener como consecuencia una fuerte retracción del capital destinado a la inversión. Así, "a partir de abril de 1931 y hasta noviembre de 1933 se produjo un espectacular deterioro de sus expectativas con consecuencias muy graves sobre la inversión y, a partir de ella, sobre la situación de la economía.Page 26 Todos los indicadores de la inversión privada que pueden ser asociados a estos grupos mostraron una clara tendencia negativa. En este sentido, podemos citar la caída de la importación, de los beneficios de la Banca o de los indicativos bursátiles. Todos ellos denotaban que la inversión sufrió un hundimiento espectacular hasta que la coalición republicano - socialista fue derrotada en las elecciones celebradas a finales de 1933"5. Desde luego, otra cuestión no sencilla de dilucidar fue si las medidas tomadas por los gabinetes de izquierda ayudaron o no a restablecer la confianza de los inversores en la economía española. Lo que sí pareció evidenciarse es que, durante su último año de gobierno, las cifras de paro llegaron a un máximo histórico favorecidas por la inversión de las tendencias de la migración exterior y por el descenso de la producción industrial y del comercio exterior.

Si la política de los gabinetes republicano - socialistas no pudo, en general, restablecer la confianza en la economía española, no parece que tampoco hiciera lo propio con los sindicatos, es decir, que éstos no tendieron a apaciguar los ánimos de sus afiliados y a dar crédito al gobierno. La anarquista Confederación Nacional del Trabajo se negó a colaborar con la "República burguesa" y con los "socialistas autoritarios" y se lanzó por el camino del terrorismo para implantar el "comunismo libertario". Y la socialista Unión General de Trabajadores, para no perder posiciones en el "ranking" revolucionario y pese a obtener una posición privilegiada por hallarse el PSOE tanto en el gobierno de la nación como en buena parte de los ayuntamientos del país, organizó numerosas movilizaciones y huelgas, acabando alguna por tener un carácter violento. La acción dubitativa del gobierno de Azaña tampoco contribuyó a satisfacer las demandas sindicales, al igual que las patronales, y el número de huelgas, entre 1931 y 1933, pasó de 734 a 1.127 tomando cada vez mayor importancia las generales frente a las parciales. Así, los 236.000 huelguistas de 1931 pasaron a 843.000 dos años más tarde, y de los 3.863.000 días perdidos en el primer año de la República evolucionaron hacia los 14.460.000 de 19336. El problema fundamental no radicaba tanto en los salarios, que se revisaron al alza durante el bienio azañista, o en la evolución de los precios que se mantuvieron estables e, incluso, con un suave repunte deflacionario, sino en la continua destrucción de empleo. Las cifras de paro, ya sea estacionario o a tiempo completo, pasaron de los 300.000 de comienzos de la República a los 600.000 de finales de 19337. No cabe duda que el factor económico creó un ambiente de malestar social que fue agravado por el notable arraigo de las teorías que fomentaban la "lucha de clases".

Pero si las causas económicas son importantes a la hora de analizar el desgaste gubernamental, no podemos olvidar tampoco las meramente políticas que resultaron, en el primer bienio, fundamentales. Tras unos primeros mesesPage 27 postreros al 14 de abril, que podríamos calificar de periodo de "luna de miel" entre los partidos republicanos y la fracción mayoritaria del pueblo español y que se reflejaron en la apabullante victoria electoral del centro - izquierda en las elecciones a Cortes constituyentes convocadas para el 28 de junio, el comienzo de las discusiones en torno a la nueva Constitución marcó una clara cesura e inauguró una etapa de alejamiento progresivo de la mayoría de la opinión pública que desconfiaba crecientemente de las políticas gubernamentales. En primer lugar, destacaron las discusiones sobre el modelo de Estado derivadas del "problema catalán" que había creado la Esquerra Republicana de Cataluña el propio 14 de abril y que concluyeron con la posibilidad constitucional de establecer regímenes autonómicos de carácter regional. Sin embargo, el debate se prolongaría con la fuerte controversia que generó la concesión o no de un Estatuto para Cataluña aunque, finalmente, éste sería aprobado en 19328. El arraigo del modelo administrativo centralista como una de las ideas básicas de la tradición liberal española, junto con las manifestaciones abierta o veladamente independentistas de una parte del nacionalismo catalán, restó apoyo popular al gobierno en las restantes regiones del país donde el autonomismo no había alcanzado entidad política. En segundo lugar, las medidas religiosas de los gabinetes republicano - socialistas contribuyeron a restarles asistencia popular y sirvieron a las derechas como una eficaz bandera para su reagrupamiento. La disolución de la Compañía de Jesús y la nacionalización de sus bienes, la prohibición de cualquier actividad económica o de instrucción por parte de las órdenes religiosas, las limitaciones a la beneficiencia católica o a las manifestaciones públicas del culto, la secularización de cementerios, la supresión de la partida de "haberes del clero" de los presupuestos, de los que se nutrían los párrocos rurales, o la pasividad gubernamental frente a los ataques a edificios o personas religiosos, acabaron por soliviantar a la Iglesia y a la masa católica del país que pasaron a oponerse radicalmente al gabinete Azaña, desahuciando además, y de forma definitiva, a los partidos de la derecha republicana que nunca llegarían a canalizar esa opinión9. En tercer lugar, buena parte de las reformas que pretendió implantar el propio Azaña en el Ejército resultaron ciertamente contraproducentes. La política de revisión de ascensos, la de traslados y la aplicación de los pases a la reserva, junto con un cierto talante desdeñoso hacia las Fuerzas Armadas, le granjeó la enemistad de buena parte de jefes y oficiales, descontento que trataría de canalizar el general Sanjurjo con su pronunciamiento de 1932. Por último, no puede dejar de tenerse en cuenta el desgaste político generado a la coalición republicano - socialista por la gestión de los sucesivos ministros de la Gobernación en cuanto al mantenimiento del orden público. Con el prurito de "actividades antirrepublicanas" se promovió la suspensión de la prensa y de los mítines derechistas, y la detención, por cortos periodos, de algunos líderes de esta tendencia política, actuaciones que posteriormente se plasmaronPage 28 jurídicamente en la Ley de Defensa de la República y que, además de perjudicar la imagen de los partidos republicanos y lejos de desmoralizar a los cuadros de los partidos de oposición, acabó por exacerbar a su electorado. Junto a esto, episodios de enfrentamientos entre la fuerza pública y los anarquistas, entre los que destacaron el tristemente célebre episodio de Casas Viejas que fue utilizado por los radicales como argumento para desacreditar al gobierno, contribuyeron a modificar, en beneficio de otros partidos, el estado de opinión popular10.

El factor final de la caída de la coalición gobernante fue la división, e incluso atomización, de los partidos republicanos. Tan sólo el Partido Socialista y la Esquerra podían considerarse formaciones de masas, con tradición política y gran disciplina. Por el contrario, tanto radicales socialistas como azañistas (Acción Republicana) o galleguistas eran partidos de reciente creación y excesivamente personalistas, con no pocas semejanzas a los de la Restauración. Si bien, la AR...

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