Clases de 'corrupción', como principio autodestructivo de los regímenes políticos

AutorAngel Sánchez de la Torre
Cargo del AutorAcadémico de Número de la RAJ y L
Páginas307-324

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Las legislaciones modernas, que tienen por modelo a los ordenamientos jurídicos de estilo democrático al que siguen a este efecto la mayoría de los países aunque no sean tenidos como regímenes democráticos,

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tratan de impedir que se produzcan esos fenómenos tentadores en que se propician sobornos, trá?co de in?uencias, agiotaje, etc. Hay leyes que tratan de evitar, p.e., que se produzcan fraudes electorales, amenazas, intimidaciones, trampas contables. Otras ordenan la aplicación de leyes sobre publicidad, sobre fondos de campañas electorales, sobre aportaciones de Empresas, monopolios, mediadores, incompatibilidades, documentación ?nanciera reservada, etc.

Podría decirse que “corrupción política” es el uso perverso del poder público para obtener bene?cios de particulares o de intermediarios a través de los cuales se facilitan o se desvían fondos públicos, contratos privilegiados, subvenciones arbitrarias.

El clásico Lecky, en su Historia de la Moralidad Europea (1877, I,
p. 151) observaba que probablemente los standards morales de la gente son mucho más bajos e indulgentes, al juzgar los privilegios y abusos de los políticos, que en lo concerniente a la prácticas de los particulares en sus conductas y en sus negocios. Pero actualmente, dadas las interrelaciones que prevalecen entre los Poderes económicos y ?nancieros y las Políticas sociales y de desarrollo, muchos métodos usuales de acción política consisten en prácticas intolerables de corrupción, convertidas en procesos normales.

Pero este asunto sólo puede ser entendido con objetividad buscando una perspectiva que salga fuera del cuadro presente para ser enmarcado en referencias más amplias: clases de corrupción características de las diversas formas de régimen político y no sólo en el democrático; y la función global que diversas modalidades de corrupción desarrollan en un régimen político cualquiera, al transformar sus fundamentos y conducirle a otro tipo diferente de ordenamiento sociopolítico.

Entendemos las realidades unitariamente, por complejas que sean. Pues con la sola excepción de esa realidad que no sólo entendemos como unitaria sino como “Lo Uno”, que es la Divinidad, todas las demás realidades son complejas. La “comprensión” es el modo de entender lo complejo en la perspectiva de su estructura realmente unitaria, pero además darse cuenta de que toda realidad está estructurada.

Hay una fuerza cósmica que da coherencia a ciertos tipos de realidades distinguibles entre sí. Hallamos entonces que elementos realmente diversos se abren a combinaciones que producen un resultado que es cap-

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tado unitariamente, y de alguna manera se compenetran entre sí, alcanzando cierta simbiosis que se nos muestra como integración estructural. Es como lienzo, colores, paleta, pinceles, pintor llegan a integrarse en un cuadro artístico. Así grupos humanos, sus necesidades y satisfacciones, sus poderes, sus con?ictos y su convivencia llegan a integrarse en una sociedad. Y la diversa tipi?cación de la estructuración de esos fenómenos llega a ofrecer diversas tipologías sociales.

Una de estas tipologías es la Organización Política, que integra relaciones institucionales varias (familia, vecindad, intercambios), cuyos móviles no coinciden exactamente con relaciones individuales estrictamente voluntarias (albedrío individual) ni con determinada organización compulsiva de las mismas (como el Estado). Pues siempre hay otros planos de relación que operan simbióticamente entre esos extremos (cofradías, ritos religiosos, prácticas culturales, sociedades económicas, partidos políticos, sindicatos de intereses, etc.), y llegan a ser parasitarias en cierta medida a expensas de otros planos organizativos.

Es aquí donde podemos enmarcar el tema de la “corrupción política”. Ninguna actividad política puede operar aisladamente respecto a la complejidad real de todos los asuntos humanos, ni puede tampoco ordenar al conjunto como si pudiera entenderlo o reducirlo a un dato único que regulase al conjunto o que al menos pudiera reducir a unidad inteligible el campo de acción de un factor supremo. Platón intentó dar “forma eterna” (eidos) a la Ciudad omnipresente y omnipotente. Husserl supuso que la percepción establecida desde el Yo que conoce transformaría la fenomenología “egológica” en ontología transcendental. Marx supuso que la situación del “aún-no” de la libertad individual se convertiría en libertad antropológica plenaria una vez que la revolución proletaria hubiera recompuesto las “superestructuras sociales”.

Pero cualquier pretensión unitaria reducida a la abstracción de la unidad se fragua desconociendo la índole de las acciones sociales humanas: sus horizontes materiales, temporales y ecológicos; sus horizontes posibles e imaginables; el modo en que las diversas expectativas individuales y colectivas pueden concretarse pragmáticamente.

No puede entenderse una realidad social sin sus versiones históricas, sin sus diversiones accidentales, sin sus desviaciones erróneas, sin sus pretensiones de Verdad que tanta veces interponen un telón de acero entre

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lo dado y lo inteligible. El reduccionismo de la Verdadera Ciudad en Platón, de la Verdadera Iglesia en Calvino, de la Verdadera Voluntad divina en el Islam, del Verdadero Progreso en el Socialismo, etc. no admiten la complejidad antropológica a la que pretenden imponerse como unicidad.

Es precisamente la índole compleja de toda realidad humana, la razón de que sus instituciones se hallan permanentemente sometidas a procesos de transformación donde algunos elementos crecen hasta casi asumir a los restantes al integrarlos, y otros disminuyen al quedar integrados y a veces asimilados hasta desaparecer las formas que anteriormente tenían. Los fenómenos de “corrupción” son elementos sociales que en algún momento pudieran actuar constructivamente, pero que en otros operan destructivamente respecto a estructuras sociales de las que pueden ser simbióticas, parasitarias e incluso, en cierto modo, incompatibles con el desarrollo normal del conjunto. Pero ¿cómo podríamos, ahora, entender y valorar la fundación de ciudades a las que el macedonio Alejandro impuso nombre, desde la Alejandría (en Egipto) hasta Iskander (en Afganistán)? Tiranía, Cultura, Negocios, Salubridad, Estrategia... tratarían de enfocar su resultado actual con argumentos in?nitos y a veces incompatibles.

Una teoría de las formas políticas no puede omitir la consideración de las relaciones sociales, incluyendo su extensión espacial y sus procesos poblacionales en que subsistencia, cultura, progreso, etc. son datos coherentes del conjunto. Por ello hay diferentes formas políticas, y también diferentes modos de evolución interna de las sociedades así como de transformación de sus sistemas reguladores. Hay formas políticas atenidas a caracteres bien de?nidos, pero otras cuyos caracteres son difusos. El aspecto primero suele inducir a abstracciones, y el segundo a ?jar datos no incluidos en esas abstracciones predeterminadas.

Ahora bien. Uno de los caracteres que per?lan cada forma política se ?ja en la manera en que se constituye como tal. Las Monarquías suelen ser dinásticas. Las Aristocracias selectivas. Las Democracias representativas. Las Demagogias asamblearias. Las Tiranías inmutables, etc. Cada régimen político promueve a su vez modos de acción que conducen a su construcción y padece modos de acción que tienden a su destrucción. Entendidos estos regímenes como modelos puros, la libertad política de los individuos en Monarquía es privilegio y permisividad; en Aristocracia cooperación entre jerarquías sociales; en Democracia participación igualitaria; en Demagogia adaptación de los ciudadanos a la imposición de las

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mayorías incidentales; en Tiranía servilismo a los intereses del Dictador. Y para destruir tales regímenes las acciones disolventes o “corruptoras” son también peculiares. Frente a la Monarquía, insumisión; frente a la Aristocracia, conjuración; frente a la Democracia, venalidad y despilfarro de los recursos comunes; frente a la Demagogia, legalidad estable; frente a la Tiranía, asesinato o sublevación.

En términos generales, cada modo de integrarse unitariamente los elementos de la organización política ofrece resquicios peculiares para su desintegración al operar éstos sobre aquellos. Y esos resquicios disolventes o contraproducentes operan con mayor o menor intensidad según los caracteres que tienen los propios regímenes políticos, de tal modo que algunos de esos modos de “corrupción” tienen mayor o menor relieve según los casos. Así las formas de corrupción propias del Sistema Democrático se dan también en otros sistemas, pero bajo formas distintas. En la Monarquía su corrupción se evidencia cuando son abandonados los intereses del pueblo e incluso de la nación en cuanto tal. En la Aristocracia cuando las élites dirigentes se destrozan a sí mismas mediante conjuraciones y asesinatos. En la Democracia cuando partidos o facciones sustituyen las condiciones en que pueda ejercerse la libertad personal, mediante ocultamientos de la realidad social y tergiversaciones de los canales...

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