De la ciudad a la Smart City. Un breve paseo por la historia

AutorJ.J. García Hourcade
Páginas79-116

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«Venía de las selvas inextricables del jabalí y el uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses, y el mármol. Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares, y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal».

En la escena imaginada por Jorge Luis Borges, Drotculf, un bárbaro, se enfrenta a la visión de Roma. Es indiferente que el nombre sea Roma, Ravena o Constantinopla. Es una única ciudad, la urbs Roma. El esplén-dido Relato del guerrero y la cautiva nos muestra una conversión en presencia de una nueva realidad que irrumpe como una revelación. Y nos indica alguno de los caminos que me propongo seguir en estas líneas. Alguna intuición.

Proponer un recorrido por la historia de las ciudades hasta llegar al momento actual obliga a dar cuenta de la complejidad del objeto de análisis. Complejo, como el propio ser humano es complejo. Poliédrico, múltiple, cambiante, dinámico, en constante interrelación con el espacio, con el tiempo y con los hombres. Como el propio ser humano. Se han intentado acercamientos desde los ángulos de la historia, la sociología, la antropología, la arquitectura, la historia del arte, la filosofía, la economía, la ecología, la literatura... ninguno ha sido, ni puede ser, definitivo. Es algo que todos los investigadores y autores ponen de relieve. Por más que cada uno de ellos haya propuesto su definición de ciudad, hay

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unanimidad a la hora de afirmar que no es posible acuñar una única definición que abarque el número de aspectos que encierra la ciudad, una ciudad, cualquier ciudad. A lo largo del siglo XX la ciudad como objeto de estudio ha ido ganado en importancia, sobre todo tras las aportaciones señeras de autores como Weber, Pirenne, Gordon Childe, Sjoberg, Mumford o Lefebvre1. Al mismo tiempo, el descubrimiento de las múltiples facetas de estudio ha obligado a la reflexión teórica y epistemológica que ponga cimientos sólidos a los estudios urbanos y, en la parte que corresponde a estas líneas, a la historia cultural urbana2, entendida como la que se ocupa de la ciudad, el proceso de urbanización y la historia de las disciplinas que se han ocupado del diseño y administración de la ciudad (A. Almandoz). Hasta llegar a este punto, han coexistido diversas tendencias historiográficas, que han estudiado la ciudad y las ciudades desde los postulados positivistas, casi como un estudio de caso; desde la mera historia local; desde las pretensiones de historia total aplicada a un objeto muy acotado en lo espacial y temporal, lo que supone un cambio de escala en la observación con el fin de obtener la mayor cantidad de fuentes y las mayores posibilidades de interrelación, análisis e interpretación; desde la microhistoria iniciada de forma modélica por Carlo Ginzburg... En todos los casos tenemos como resultado excelentes monografías y estudios. No quiero privarme de poner un par de ejemplos cercanos: las obras de Francisco Chacón sobre Murcia, y de Juan González Castaño sobre Mula3.

Desde la Revolución Industrial, el fenómeno urbano adquiere una dimensión creciente, y los estudios se acompasan en volumen y calidad a este proceso. Hasta llegar a la situación actual en la que una bibliogra-

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fía ingente busca la interconexión de campos, el nomadismo conceptual, y la inclusión de los conceptos discursivos y de representación para intentar aprehender la esencia de lo urbano como manifestación genuina del devenir humano. Con el nuevo utillaje conceptual y metodológico volvemos la vista atrás, hacia los propios orígenes de lo urbano, para revisar lo hecho y lanzar nuevas propuestas de interpretación de qué es la ciudad: un proceso histórico de vida humana en comunidad con características propias y universales (a pesar de las diferencias regionales y temporales) y con una clara tendencia a imponerse.

A pesar de todo, sabemos, como Droctulf, cuándo estamos ante una ciudad. Al final, recurrimos a expresiones vagas, que sin decir nada en concreto, quieren decir mucho: el alma de la ciudad, el estilo de vida urbano...

Hay que poner las cartas sobre la mesa. ¿De qué voy a hablar en estas páginas, entonces? Mis puntos de partida son dos:

— El hecho incontestable y universal de que hay cada vez más ciudades; que éstas son cada vez más grandes; y que las ciudades están cada vez más conectadas entre sí. En el momento actual, la población urbana supera a la población rural a escala global. Según la ONU, esta inversión de la proporción se produjo en el año 2008, y las previsiones apuntan a que la población urbana podría alcanzar un 60% hacia 2030, si bien con un aumento significativo de las ciudades de tamaño pequeño e intermedio (un 84% de la población urbana), un estancamiento de las ciudades de las áreas desarrolladas, y un fortísimo incremento de la población urbana en las zonas menos desarrolladas4. En mi opinión, esta extensión de lo urbano a todos los ámbitos geográficos significa que el proceso de urbanización es uno de los ejes de inter-pretación históricos de lo humano.

— La ciudad europea es la que atrae de forma preferente mi atención. Una de las razones, la mayor producción bibliográfica, y un superior peso histórico del fenómeno urbano. Y dentro de Europa, la española. Y espero que se entienda que aparecerán muchos ejemplos del Reino de Murcia. Y en cuanto a marco temporal, será el periodo pre-industrial, aunque sin rigideces.

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El breve, casi fugaz paseo, va a empezar. Y se va a organizar, por pura comodidad, sobre un eje cronológico.

Las ciudades antiguas

Hacia el III milenio antes de Cristo, según los arqueólogos, las ciudades hacen su aparición en la historia. Ello supone un salto cualitativo de tal calibre que llevó a V. Gordon Childe a plantear el concepto de revolución urbana5. En Mesopotamia, en Egipto, en la India, en China los seres humanos se instalan en el territorio de forma diferente a como lo habían hecho hasta entonces. El nivel de organización, de desarrollo cultural y de acumulación de conocimientos técnicos necesarios para crear un entorno urbano refleja un nuevo escenario material y político. Son civilizaciones complejas. Han dejado atrás un estadio cultural menos desarrollado, y han alcanzado el de civilización. Civilización y hecho urbano están indisolublemente ligados. El por qué ha sucedido esto es algo que está sometido a constante y revisión, y ha producido ya multitud de teorías. Civilizaciones hidráulicas, obras públicas, cambios climáticos, amenazas exteriores... o la combinación de estos factores nos permitirían entender, en mayor o menor grado, por qué los seres humanos empezaron a preferir un determinado tipo de asentamiento a otro. Según Gordon Childe, primero tendría lugar el proceso de sedentarización y revolución neolítica, lo que prepararía el terreno para el nacimiento de las ciudades.

¿Fue así? ¿Qué decir entonces de los grupos humanos que desde el X milenio aC están construyendo asentamientos fortificados? ¿Son poblados o ciudades? ¿Cómo calificar este urbanismo prehistórico o protourbanismo? Es posible que estos primeros núcleos fueran no la consecuencia del proceso de sedentarización y neolitización, sino su condición necesaria. Es interesante la reflexión de J.J. Eiroa6:

«Este parece ser, según la mayoría de los estudiosos del tema, la condición previa a cualquier proceso de sedentarización duradera sobre el terreno, lo cual no implica forzosamente agricultura y ganadería desarrolladas, sino unos medios estables y seguros de obtención de alimentos que

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bien podían basarse en los recursos ofrecidos naturalmente por el medio. De hecho, en algunas de las primeras aldeas no existen evidencias de una economía de producción agropecuaria sino hasta una fase avanzada.

La sedentarización sobre un terreno bien elegido, en el que el grupo pudiera construir sus cabañas, a veces defendidas con obras complementarias, cerca de las tierras de cultivo y de los terrenos de caza, pesca y recolección, supuso un avance definitivo e indispensable para el ulterior desarrollo de la comunidad. Este fenómeno ocurrió en diversas partes de mundo, con las lógicas diferencias que imponían los condicionamientos geográficos, climáticos y culturales, pero, en definitiva, con un resultado que guarda muchas similitudes.»

Estos asentamientos nacen de señalar un lugar y separarlo del entorno mediante una cerca o muralla. En general, por motivos defensivos. Pero es un lugar en la naturaleza, que con su relieve y sus oportunidades de comunicación está condicionando y actuando sobre esta nueva construcción. Este lugar servirá para congregar a los habitantes en caso de necesidad. Para construirlo, ya ha sido necesaria la cooperación, la coordinación, un cierto grado de organización política. Una vez erigido el recinto, se perciben las nuevas necesidades y también sus beneficios. Nuevas necesidades, para mantenerlo. Beneficios, porque desde ese instante el núcleo, llámese como se llame, se manifiesta como entorno privilegiado para la comunicación, el intercambio y la interrelación. Pero desde el primer momento, el nuevo núcleo marca, con su intento de separación, una nueva e inevitable relación con el entorno, con el campo que le rodea y en el que siguen habitando muchos seres humanos e incluso grupos que van a mirar hacia la aldea, poblado, fortaleza, acrópolis o ciudad. La ciudad se organiza, y organiza...

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