La ciudad en clave de riesgo. El derecho a la seguridad o la obsesión por ella

AutorM.º José González Ordovás
CargoUniversidad de zaragoza
Páginas366-381

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"No es en los anchos campos o en los jardines grandes donde veo llegar la primavera.

Es en los pocos árboles pobres de una plazuela de la ciudad. Allí el verdor destaca como una dádiva y es alegre como una tristeza buena. Amo esas plazuelas solitarias intercaladas entre calles de poco tránsito, y sin más tránsito ellas mismas que las calles. son claros inútiles, cosas que esperan entre tumultos distantes. son de aldea en la ciudad.»

Fernando Pessoa. Libro del desasosiego

Dudo mucho que a día de hoy haya quien desconfíe de que la ciudad es antes que nada una práctica social. Junto a su obvia consideración como marco físico y la poco cuestionable como referente simbólico, la ciudad es incluso mucho más que una estética que estructura. Eso por sí mismo bastaría como justificación de la preocupación de la filosofía por la ciudad y, sin embargo, aún habría que añadir que con motivo de las continuas rupturas materializadas en el entorno urbano, se hace precisa la serena reflexión filosófica. Tampoco la sociología puede faltar en un ámbito de información continua que en tiempo casi real llega al observador. Porque la ciudad está en el centro del debate sobre el entendimiento del mundo hemos de ocuparnos de ella. 1

Nuestra tesis parte de la concepción de la felicidad como motor impulsor de la acción humana. de cuantas corrientes de pensamiento se han ocupado de tal cuestión tomamos dos. La epicúrea para la que felicidad consiste en dominio del miedo, y la desarrollada por Bentham para quien felicidad y placer vendrían a ser equivalentes. Pues bien, sostenemos que la ciudad es hoy el espacio en que confluyen ambas nociones. sustituido el clásico dominio del miedo por la obsesión por su ausencia y materializado el placer en el consumo, incluyendo en este término el mayor número de bienes y servicios que cada cual sea capaz de imaginar. Page 367

La preocupación por la seguridad y la fascinación por la adquisición cuasi-impulsiva de estética consagran la ciudad de hoy al hedonismo de masas. El hecho de que pasado y presente se lean como texto único en la ciudad confiere un interés especial a su análisis por cuanto nos permite relacionar espacio y tiempo, única conjunción productiva para comprender nuestra propia identificación y los procesos cognitivos con los que aprehender las características de nuestro mundo-objeto. 2dicho de otro modo, de entre los posibles objetos de investigación elegimos la ciudad porque su plasmación de ser y tiempo es capaz de arrojar pistas únicas sobre nuestro modo de concebir y configurar la sociedad.

1. De las rupturas arriesgadas

Colonizar el tiempo y ordenar el espacio son los dos mandamientos en que condensar los vastos objetivos de la Modernidad. Ambiciosas prioridades si se tiene en cuenta que abarcan las más variadas acciones y relaciones humanas. si la Ilustración, matriz de la Modernidad, parecía conducirnos desde el principio al imperio del pensamiento estrictamente lógico desprovisto de cualesquiera vicios que torciesen el camino de la razón como aclaración, hoy todo parece llevarnos a la paradoja como única vía posible de entendimiento. véase si no, dice Giddens, y yo comparto, que «la evitación del riesgo es una parte central de la Modernidad» y sin embargo todo en ella, todo en nosotros, nos induce a opciones de riesgo 3. Lo generamos y rechazamos al ritmo en que la complejidad aumenta.

Así, por la estricta vía de la lógica normativa el dominio del espacio (u ordenación del territorio en terminología administrativa) habría de asegurarnos, o cuando menos facilitarnos, la ordenación y el dominio de las relaciones en él producidas. Pero no parece que podamos afirmar tal cosa. Como mínimo dos cuestiones nos lo impiden. Una: la fragmentación a que nos ha llevado la repetición exponencial de nuestra ordenación mecánica de las partes en el intento del dominio racional del todo. Y dos: la improbabilidad creciente de orden «conforme evolucionan las sociedades debido a que las condiciones de su estabilización, al mismo tiempo, son condiciones de su puesta en peligro». 4

En otras palabras no podemos evitar o reducir el riesgo porque su generación es intrínseca a nuestro modo de vida. A más desarrollo, más división del trabajo social (durkheim), más diferenciación, más opciones, más riesgos. El dinamismo productivo extendido e interre- Page 368 lacionado al nivel institucional e individual hace que prácticamente nada escape a la tensión seguridad-indeterminación. Ese es el sentido (al menos uno de ellos) de la frase de Luhmann «la evolución siempre ha actuado en gran medida de forma autodestructiva.» 5

Menos drástico Giddens plantea la cuestión en términos de «desanclaje» y la circunscribe a la Modernidad, cuyas singularidades impedirían, a su juicio, poder establecer comparaciones con otras épocas. Por ser más precisos, la separación de tiempo y espacio y su recombinación habrían generado un dinamismo de tal magnitud que habría originado la Modernidad materializada en un «desanclaje de los sistemas sociales.» 6Entendiendo por desanclaje «el despegar las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción y reestructurarlas en indefinidos intervalos espacio-temporales.» 7

Pero ¿en qué momento aparece el riesgo en nuestro mapa conceptual? El incremento exponencial de opciones que incorporamos a nuestras vidas implica por sí mismo la necesidad de elegir entre dichas opciones. nuestro acto de elegir depende de nuestra voluntad pero también de nuestro conocimiento. Habida cuenta de que nuestro conocimiento podrá abarcar, en la mejor de las hipótesis, escasos campos donde la elección dependa únicamente de nuestros saberes, indefectiblemente pasaremos a depender de la opinión de expertos. nuestra impericia nos obliga a «confiar» en las valoraciones de los expertos. Pues bien, cuando sopesamos y medimos los riesgos derivados de los criterios expertos establecemos un margen de fiabilidad. Confiamos cuando la fiabilidad es tan alta como para determinar nuestra elección. Hemos de elegir, especulamos sobre las contingencias, valoramos los riesgos implícitos en las opciones y, finalmente, confiamos en la que resulta más fiable, más segura, menos arriesgada. nuestra vida cotidiana repleta de continuas elecciones descansa en la fiabilidad por dos motivos: porque carecemos de la formación e información que nos proporcionaría una elección autónoma, y por el desanclaje causado por la descontextualización de las acciones sociales dada la desvinculación personal e institucional entre tiempo y espacio. 8

En realidad nos hallamos frente un dilema, por un lado observamos cómo los riesgos son características constitutivas de los sistemas sociotécnicos, de modo que a mayor complejidad de los mismos mayor número y entidad de riesgos. Ante la incertidumbre causada por tales riesgos reaccionamos tratando de aumentar el control y la seguridad de las tecnologías complejas lo cual, a su vez, redundará en Page 369 un aumento de la complejidad de las mismas y por consiguiente en un incremento de los riesgos, ya que, su progresiva sofisticación las hará más susceptibles a los fallos. 9si aplicamos dicho dilema al plano social observaremos el impacto que su aparición provoca en las expectativas sociales de conducta. su irrupción fractura la suposición de que el futuro será semejante al presente. Las contingencias y la celeridad de los cambios dificultan las previsiones y planificaciones necesarias sobre las que fundamentar nuestras decisiones y conducta futura. En todo caso, «el porvenir puede ser muy distinto del planeado» y «la inseguridad sobre lo posible y lo debido trae consigo nuevas perplejidades.» 10Condenados a convivir con el riesgo, hemos pasado a concebir la seguridad como «garantía de un bienestar mínimo e igual para todos como base para el genuino disfrute de los derechos cívicos.» 11

Hablábamos al comienzo de la felicidad como motor impulsor, pero la felicidad en la Modernidad no ha venido sola sino más bien separada del deber y unida al interés personal. La obligación se reformula en términos de elección y ésta de utilidad. El modo de vida es la seña inequívoca de identidad y a ella se accede mediante la «gestión integral de uno mismo.» 12nada que ver con un dejarse llevar, todo es sopesado y medido en términos de provecho y seguridad personal. Ese escenario de riesgos y «neoindividualismo» 13viene a ser una descripción sociológica de nuestra sociedad y por extensión de su enclave primordial, la ciudad, espacio-tiempo donde pensamiento y forma se anudan haciendo de la morfología un escaparate sociológico.

Tomaremos las múltiples formas que la ciudad incorpora como indicios de los cambios sociológicos latentes y de las patentes rupturas. Cualquier observador por profano que sea concluirá que su ciudad, como las otras, se desparrama. Tal dispersión urbana se caracteriza por dos rasgos fundamentales: «el repliegue reclusivo hacia el hogar seguro y confortable, a través de un mundo personal que creemos controlar» 14y el reclamo a los poderes públicos para que todo sea seguro, el espacio público tanto como el privado. El denominado Page 370 por Tocqueville, ya para su época, «despotismo administrativo» seguiría plenamente vigente:

En nuestros días hay mucha gente que se acomoda, muy fácilmente, a esta especie de compromiso entre el despotismo administrativo y la soberanía del pueblo, y que piensa que ha garantizado bastante la libertad de los individuos cuando es al poder nacional a quien la entrega (...) Combinan la centralización y la soberanía del pueblo. Eso les proporciona cierto descanso. se consuelan por estar bajo tutela, pensando que ellos mismos han elegido a sus tutores. Cada individuo aguanta que le aten, porque ve que no es un hombre ni una clase, sino el mismo pueblo, el que sostiene la punta de la cadena.

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Y si esto lo admite para sí, ni que...

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